Jueves, 8 de enero de 2015 | Hoy
CINE › FOXCATCHER, DE BENNETT MILLER, CON STEVE CARELL Y CHANNING TATUM
No extraña el cúmulo de nominaciones al Oscar: la plana y extendida sensación de desequilibrio que campea en el film de Miller se sostiene además en el trabajo de sus intérpretes, extraña pareja compuesta por un magnate industrial y un luchador.
Por Horacio Bernades
En el momento en que John DuPont, heredero de una de las mayores fortunas de los Estados Unidos, le pide a su pupilo que no lo llame así sino Aguila Dorada, termina de quedar claro lo que hasta entonces podía entreverse: el hombre está loco. Ganadora de la Palma de Oro a Mejor Dirección y candidata a figurar en varias categorías de los Oscar 2015, Foxcatcher hace foco en la relación entre DuPont y el peleador de lucha libre Mark Schultz, que ganó dos campeonatos mundiales y las Olimpíadas de su especialidad, en 1984. Ante la solicitud del manager y casi dueño, el veinteañero Schultz, para quien las palabras son como trampas para un oso, agacha la cabeza y asiente en silencio. Todo tiene lugar en tiempos de Reagan cuando, se sugiere, familias como los DuPont engrosaban su poder, mientras a los forzudos como Mark les cabía representar, en el teatro del mundo, el mismo papel que a Stallone o Schwarzenegger en las películas. Con armas o sin ellas.
Tras el clásico cartel-talismán (“Basado en una historia real”), Foxcatcher se abre con imágenes documentales, mostrando a los DuPont e invitados en la estancia familiar de Pensilvania, dedicados a la aristocrática práctica de la caza del zorro. Allí puede apreciarse que Foxcatcher es el nombre de la propiedad. Se comprende por qué la película se llama como se llama (“El que atrapa zorros”, en referencia a los perros que se dedican a ello) y se puede aventurar el doble sentido: va a ponerse en escena la relación entre una presa y su predador. Que más que perro y zorro se dirían águila y orangután: ese aspecto presentan DuPont (Steve Carell, en vuelo directo hacia su nominación) y Schultz (Channing Tatum, quizás también).
Que la presa y el predador están sobredeterminados histórica, social y políticamente lo explicita una escena en la que ambos pisan el sitio en el que los padres fundadores libraron una de sus primeras batallas, parte de la propiedad de los DuPont. Aunque la película hable genéricamente de “industria química”, esa familia conforma, desde hace más de un siglo, la mayor corporación dedicada a la producción de pólvora en el mundo entero. No llama la atención que, en tiempos de Reagan, el Aguila Dorada predique “patriotismo”.
Entre otras muchas capacitaciones dudosas y además de autoapodarse en función de uno de los símbolos representativos de los Estados Unidos, DuPont dice ser ornitólogo. En abierta diferencia con el personaje real, el departamento de maquillaje se ocupó de diseñar para Carell lo más parecido a un pico que se haya visto delante de una nariz humana. Además, el hombrecito tiene un comportamiento como de musaraña y una sonrisa como de perro: más que sonreír repliega el labio superior, dejando ver –¡ay!– su rosada encía. Mira (acecha) siempre por sobre su apéndice nasal. Tampoco se requieren más de un par de apariciones para ver en Schultz el equivalente humano de un “sujeto no humano” (como se dice de la orangutana del Zoológico porteño, a la que acaba de “otorgársele” la liberación). En lugar de caminar, Mark se bambolea, las espaldas cargadas, la nariz aplastada, el mentón corrido hacia adelante.
Cuando entrena con su hermano mayor, Dave Schultz (Mark Ruffalo, teletransportado también hacia la terna de Mejor Actor Secundario), basta que éste le haga una toma imprevista para que el encantador little brother le aplique un brutal cabezazo sobre la nariz. Una bestia, el muchacho. Y un santo el hermano, que se seca la sangre y sigue ayudándolo, como si nada. De modo casi lombrosiano, el águila y el simio van a comportarse, durante las dos horas y cuarto de Foxcatcher, de acuerdo a lo que el aspecto indica. Algo semejante sucedía con Philip Seymour Hoffman en Capote (2005), ópera prima de Bennett Miller, y en cierta medida con el personaje de Jonah Hill en Moneyball, el juego de la fortuna (2011), su opus 2. Parece un freak: es un freak.
Lo interesante en Miller es que la máscara no deja ver nada detrás. En sus películas no hay fondo, sólo figuras. Tampoco hay crecimiento, tensión sostenida o intriga, como en nueve de cada diez films mainstream, sino una plana y extendida sensación de desequilibrio, de origen desconocido. Sobre guión de E. Max Frye (coescribió el de Totalmente salvaje, 1986) y Dan Futterman (escribió a solas el de Capote), en Foxcatcher motivos, orígenes y razones de las conductas de los personajes no salen a la luz. Cero psicologismo. Y eso que con Vanessa Redgrave como mamá DuPont –recordándole al aguileño Johnny, en sólo dos o tres apariciones, que para ella él nunca valió demasiado– todo estaba dado para entregarse de pies y manos a la madre de todos los psicologismos: el Edipo.
Tampoco sobreviene revelación alguna en la sugestiva escena en que DuPont viene a buscar a su protegé fortachón en medio de la noche, para llevarlo a practicar unas tomas en el gimnasio privado. Ambos quedan entrelazados como atletas griegos, con John encima y Mark mordiendo el polvo. ¿Alegoría sexual o mera literalidad? Miller se niega a dar una respuesta, trasladando la pregunta al espectador.
EE.UU., 2014
Director: Bennett Miller.
Guión: E. Max Frye y Dan Futterman.
Fotografía: Greig Fraser.
Duración: 134 minutos.
Intérpretes: Steve Carell, Channing Tatum, Mark Ruffalo, Vanessa Redgrave, Sienna Miller, Anthony Michael Hall.
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