CINE › CORAZONES DE HIERRO, DE DAVID AYER, PROTAGONIZADA POR BRAD PITT
Con la estructura episódica que corresponde a su género, la película empieza como una de esas que muestran que la guerra es una porquería... y termina diciendo que porquerías serán los demás, porque el soldado yanqui es lo más grande que hay.
› Por Horacio Bernades
Hollywood no puede con su genio. O con el contrato no escrito en el que se compromete a difundir los valores e ideología oficiales. Nueva muestra de la esquizofrenia con que allí se resuelven los conflictos entre puntos de vista encontrados, Corazones de hierro (Fury) empieza como una película y termina como otra. Drama bélico que transcurre durante el avance aliado en la Segunda Guerra (¿por qué no hacerla en Irak?, se preguntará algún ingenuo), la película escrita y dirigida por David Ayer (autor del guión de Día de entrenamiento y director de varios “dramas de acción” más o menos del montón) empieza como una de esas que muestran que la guerra es una porquería, y que para ganarla hay que comportarse como una porquería. Y termina diciendo que porquerías serán los demás, porque el soldado yanqui es lo más grande que hay. No sea cosa de quedarse sin voluntarios para la próxima guerra.
“Acá no se trata de ser bueno o malo, se trata de matar al enemigo”, le grita en la cara el sargento Don Collier, apodado Wardaddy (Brad Pitt, en look lomudo) al soldado Norman, el típico inexperto que acaba de llegar y no sabe para dónde disparar (Logan Lerman). No lo sabe literalmente: poco antes había preguntado a sus nuevos compañeros dónde estaba el frente. No como homenaje a Jerry Lewis sino como pregunta, nomás. “El frente está todo a tu alrededor”, le contesta el soldado a quien, por su fe cristiana, llaman “Biblia” (Shia La Beouf, héroe de Transformers). Corre octubre de 1945 y los soldados del Tío Sam combaten, ya en suelo alemán, por las últimas posiciones. Saben que van a ganar. Lo que no saben es a qué precio. Pronto van a saberlo.
Hay films bélicos de infantería, como los de Raoul Walsh y Sam Fuller. Están los de aviones (Alas, Jet Pilot), los de guerra naval (Fuimos los sacrificados, El largo camino a casa, ambas de John Ford) y los de submarinos (un montón). Corazones de hierro es, como el film israelí Líbano, una de tanques. Aunque menos jugada, en su puesta en escena, que aquélla, que transcurría íntegramente dentro de un blindado. De hecho, el título original, Fury, corresponde al nombre de unos de los Sherman del batallón que, tras la muerte del oficial, deberá conducir el sargento Collier. Como todo film de guerra, el de David Ayer tiene una estructura episódica. Como todo film de guerra y como todo relato de iniciación, ya que la película está enteramente vista desde los ojos de Logan, cuyo primer plano es el último.
Soldado de escritorio, Logan comenzará negándose a matar a un enemigo y terminará siendo llamado “Máquina”, por su decisión y eficacia a la hora de apuntar por el periscopio. “Serás un hombre, hijo mío”, decía Rudyard Kipling (otro guerrero imperial) en su poema If... La película se abre con un fuerte tono de derrota, con el batallón protagónico diezmado tras un enfrentamiento con el enemigo, mucho gore bélico (del que impuso Spielberg en Salvando al soldado Ryan) y el sargento interrumpiendo una arenga a sus soldados para ir a reponerse en un rincón en el que nadie lo ve. Convocados por un oficial, se les asigna una primera acción de rescate y allá van, porque el deber lo impone. Toda esa primera parte está narrada como se debe: con dientes apretados, como quien masca rabia.
Collier puede ser brutal (en la mejor escena de la película fuerza al novato a su bautismo de sangre, mediante una toma de catch) pero es corajudo, leal y amado por sus hombres. La secuencia clave, ubicada justo en la mitad, fuerza al espectador a preguntarse si Collier violará o no a una mujer alemana (Anamaria Marinca, protagonista del film rumano Tres meses, dos semanas, un día). Si lo hace, pasará de héroe a antihéroe. Si no, se comportará como un caballero. Algo difícil de creer en medio de tanta roña, tanta sangre, tanto desprecio por la vida ajena. Obligado a funcionar como pieza clave en el engranaje ideológico-político de la Nación, el cine oficial de Hollywood no puede permitirse no ser modélico. La Nación tiene muchas guerras por luchar y no es cuestión de desalentar a los futuros combatientes. Ni de quitarles el sostén de la fe: al final, Biblia deberían llamarlos a todos, no a uno solo.
Hablando de combatientes, Brad Pitt recuerda demasiado al de Bastardos sin gloria, adelantando su mandíbula inferior y ladrándole al enemigo en perfecto alemán. Los secundarios están perfectos. Sobre todo el siempre rendidor Michael Peña y una bestia de nariz partida llamado Jon Bernthal, capaz de lamer el huevo frito de una hermosa muchacha alemana, porque su superior le impidió violarla.
EE.UU., 2015.
Dirección y guión: David Ayer.
Fotografía: Roman Vasyanov.
Duración: 134 minutos.
Intérpretes: Brad Pitt, Shia La Beouf, Logan Lerman, Michael Peña, Jon Bernthal, Jason Issacs, Anamaria Marinca.
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