CINE › EL SéPTIMO HIJO, DE SERGEY BODROV, CON JEFF BRIDGES
› Por Diego Brodersen
Para bien, para mal, el cine no fue el mismo luego de Peter Jackson y su adaptación de El señor de los anillos. No es tanto que el neocelandés haya inventado la rueda, que la fantasía épica existe desde tiempos primitivos, pero el empujón digital de la primera saga de los hobbits desplegó una seguidilla de traslaciones y films originales que continúa sólidamente hasta estos días, tanto en la pantalla grande como en la pequeña. El séptimo hijo –basada libremente en The Spook’s Apprentice, de Joseph Delaney, editado en la Argentina por estas fechas con el título de la película, para evitar “confusiones” y promover la sinergia comercial– es un relato de brujas, hechiceros, dragones y gigantes que transcurre en un mundo medieval de fantasía, hecho a la medida barroca del diseñador de arte Dante Ferretti, en el cual los pueblitos celtas se mezclan con el orientalismo y el rococó. En ese universo se mueve a sus anchas el Maestro Gregory, cazador de brujas de profesión y único descendiente vivo de una orden de caballeros dedicados a tales menesteres.
Por alguna razón, los únicos que pueden adquirir la destreza necesaria para el oficio son los séptimos hijos de un séptimo hijo (un experto en estadísticas a la derecha, por favor), que no andan ciertamente creciendo como flores silvestres por allí. A pesar de ello, Gregory –un Jeff Bridges caricaturesco, al límite del dibujo animado de carne y hueso– se consigue otro asistente en cuestión de días luego de la muerte de su anterior aprendiz. Es que la legendaria y malvadísima Madre Malkin, una bruja que puede transformarse en dragón a piacere merced a las bondades de los expertos en imágenes generadas por computadora, volvió a las andadas, llamando a sus congéneres y súbditos para sumir al mundo en el terror absoluto. Si Bridges parece una versión en ácido del Gandalf de Ian McKellen, la Malkin interpretada por Julianne Moore se asemeja a la versión telenovelesca de una hechicera malvada de Disney. Si esto no es el kitsch, ¿el kitsch dónde está?
Pero lejos de ser un festín autoconsciente y con sentido del ridículo, El séptimo hijo se juega al todo o nada de la solemnidad –al margen de un par de gags aquí y allá–, le suma un amor contrariado entre el joven aprendiz (Ben Barnes, el Caspian de Narnia) y una hija de bruja interpretada por la sueca Alicia Vikander, y arremete con escenas de destrucción masiva cada vez que el guión se torna obvio o esperpéntico. Lo cual ocurre metódicamente a lo largo de los 100 minutos de metraje. La historia del cine incluye unos cuantos desastres de producción que derivaron en grandes o, al menos, interesantes obras. No es éste el caso, y no parece casual que el estreno del film se haya aplazado en tres o cuatro ocasiones a lo largo del último año y medio, como si pocos confiaran en el resultado final. De todas formas, la mayor rareza es el nombre del ruso Sergey Bodrov en el rol de director: el veterano realizador navega aquí por aguas alejadísimas de las costas de su Prisionero de las montañas, largometraje que le valió allá por 1996 su primera nominación a un Premio Oscar, e incluso de la más reciente Mongol, superproducción épica sobre el legendario Gengis Khan que al lado del pequeño gran desastre de El séptimo hijo puede ser vista como un dechado de virtudes cinematográficas.
Seventh Son
Estados Unidos/Reino Unido/Canadá, 2014.
Dirección: Sergey Bodrov.
Guión: Charles Leavitt y Steven Knight.
Fotografía: Newton Thomas Sigel.
Montaje: Jim Page y Paul Rubell.
Música: Marco Beltrami.
Duración: 102 minutos.
Intérpretes: Julianne Moore, Jeff Bridges, Ben Barnes, Alicia Vikander, Olivia Williams, Kit Harington.
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