Martes, 3 de marzo de 2015 | Hoy
CINE › JAZMíN STUART PRESENTA SU PELíCULA PISTAS PARA VOLVER A CASA
Hasta ahora más conocida como actriz que como directora, Stuart estrena este jueves su primer largometraje en solitario, sobre el viaje que comparten dos hermanos. “Es una road movie, pero por momentos toca el absurdo”, dice.
Por Oscar Ranzani
Jazmín Stuart es una cara conocida dentro del mundo de la actuación tanto televisiva como cinematográfica. En el primer caso, puso su bello rostro en ciclos tan disímiles como Verano del ‘98 y Mujeres asesinas; mientras que en cine trabajó en Los paranoicos, de Gabriel Medina, y en Fase 7, de Nicolás Goldbart, entre otros largometrajes de producción nacional. Pero Stuart no sólo estudió teatro sino también dirección de cine en la FUC, la escuela emblema dirigida por el legendario Manuel Antín, de donde surgieron numerosas figuras del denominado Nuevo Cine Argentino. Junto a Juan Pablo Martínez, Stuart formó la dupla encargada de la dirección de Desmadre (2011). Y ahora le llega el turno de lanzarse como directora solista con Pistas para volver a casa, una combinación de road movie con comedia dramática y película de aventuras. El film, del que Stuart también se encargó de la escritura del guión, se estrenará este jueves.
La génesis de la ópera prima solista de Stuart tiene más de una década: la semilla comenzó a crecer en 2004 a raíz de un viaje que realizó con su hermano. “Nos llevamos un año nada más. Aquél fue un viaje muy largo, en auto, en el que hablamos mucho. Fue un viaje medio absurdo porque consistió en ir y volver al día siguiente, así que fue más que nada estar en el auto”, relata Stuart a Página/12. “De alguna manera, me disparó algunas preguntas sobre qué significa un hermano, sobre la relación fraterna, sobre todo entre un hombre y una mujer y de qué manera se construye el vínculo cuando los hermanos son de distinto sexo y casi de la misma edad. Y la idea del viaje determina el redescubrimiento de la relación porque al estar encerrados en el cubículo de un auto, de manera forzada durante tantas horas, hay muchas barreras que se van cayendo y el diálogo se va volviendo más honesto, más transparente. Y aparece la reconstrucción del pasado y la versión que cada uno tiene de los mismos episodios.” Así, la cineasta pensó en la idea del hermano “como testigo de la propia vida, como documentalista involuntario de la propia vida”, según define Stuart al disparador de Pistas..., aunque cuando la directora ideó los personajes, la historia se fue alejando de lo autobiográfico.
Y Pistas... comienza con el encuentro entre dos hermanos, Dina (Erica Rivas) y Pascual (Juan Minujín), quienes no tienen una relación muy fraternal. Su madre, Celina, se fue de la casa donde vivía toda la familia, cuando los hermanos eran chicos. Y su padre, Antonio (Hugo Arana), nunca supo consolidar un mundo acorde para sus hijos. En la actualidad, Antonio decide viajar para ubicar a Celina, pero sufre un accidente en la ruta y queda internado. A partir de ese momento, se produce el reencuentro de los hermanos y, luego del relato de un secreto que Antonio les confiesa, comenzarán un viaje para desentrañar un misterio familiar. Pero no se trata solamente de un viaje físico sino también de (re)conocimiento sobre lo que cada hermano no sabía del otro.
–Sí. Creo que no es una comedia ni tampoco es un drama. De manera que podría ser una comedia dramática. Y road movie sí, ciertamente, porque tiene su estructura clásica. Por momentos, toca el absurdo porque no es una película que sea ciento por ciento naturalista. Sin darme cuenta, fui muy influenciada por las películas que yo veía cuando era chica con estructuras de aventuras como Los goonies, E.T. o esas películas para chicos que se hacían en los años ’80, de mucha fantasía y con alguna moraleja, en donde los villanos son de temer, pero al mismo tiempo son un poco torpes. Y hasta se pueden volver queribles. Algo de eso aparece en mi película por momentos. Lo que pasa es que también por momentos tiene una raíz emocional que la mantiene agarrada a la realidad.
–Sí, son dos personas que están un poco anestesiadas, que desde la inacción están pidiendo que algo los mueva del lugar en el que están. Y creo que este movimiento forzado, que es tener que emprender el viaje, al principio les resulta tremendamente exasperante. A cada uno de ellos lo exaspera la presencia del otro. También porque el otro refleja o pone en evidencia cosas de sí mismos que no tienen ganas de ver.
–Sí, la idea fue que los personajes recorrieran un arco en donde terminaran volviendo tal vez a un estado más puro, donde recuperaran cierta inocencia y sensibilidad. Y que, al mismo tiempo, pudieran descubrir algunas fortalezas que creían que no existían. Y, sobre todo, pueden recuperarse a ellos porque la película plantea que la familia, lejos de ser esa familia publicitaria que nos enseñaron, es simplemente el resultado de lo que se pudo hacer. Y lo que uno hace a partir de eso. Habla sobre eso, habla sobre la familia como lo posible y no como lo esperable, pero sobre todo habla de recuperar el vínculo con el hermano que, de alguna manera, es el par. No es un amigo, no es la pareja, es alguien que transitó el mismo camino que uno, por ahí de otra manera, pero estuvo ahí y vio ese mismo momento que uno transitó. El también estaba ahí y también lo afectó. Y hay algo de raíz en ese vínculo que me parecía interesante de investigar.
–Es un poco inevitable. Creo que fue Kusturica el que dijo que la familia es la semilla de cualquier historia. Es un tema que me parece interesante y eterno. Tantas cosas se construyen y hacen huella y carne en las personas durante el período de la infancia y de la convivencia con los padres, y la casa familiar. Hay algo ahí que es tan determinante y de lo cual uno no puede terminar de desmarcarse ni de salir. Siempre hay algún secreto y siempre existe la posibilidad a determinada edad de revisar la historia. Y, a veces, hay recuerdos que están fijados de determinada manera, y a los cuarenta años uno empieza a desarticular y a entender la historia desde otro punto de vista.
–Sí, definitivamente, y la complejidad de los personajes. Me gustaría ir escribiendo personajes cada vez más complejos. No complicados sino llenos de detalles y de contradicciones. Las personas somos muy contradictorias. Y me interesa mucho trabajar la contradicción en los personajes y en los vínculos.
–Muy bien. Desmadre fue una experiencia muy importante porque, más allá de que yo había dirigido teatro y algunos cortos, si no hubiese sido por esa película, no me hubiera animado a entrar en el terreno de un largometraje. Había pasado demasiado tiempo actuando y alejada de la dirección y era muy fuerte ver que todos mis compañeros de la Universidad del Cine ya iban por su segunda o tercera película y yo no. Me daba temor. Y cuando Juan Pablo me propuso encarar juntos el proyecto de Desmadre fue muy bueno porque, en algún punto, había algo de responsabilidad compartida que a mí me aliviaba. Y me refrescó un montón de herramientas que yo tenía. A partir de esa experiencia, ya me sentí segura para escribir un guión y dirigir sola. Fue fundamental hacer Desmadre. Y en Pistas... me sentí mucho más cómoda de lo que esperaba y muchísimo más confiada.
–Me ayudó un montón. En realidad, yo estudiaba teatro desde los doce, pero no planeaba trabajar como actriz. De hecho, terminé la secundaria y, al año siguiente, ya estaba en la FUC y me recibí tres años y medio después. Recién al terminar la universidad, necesitando laburar y sin encontrar demasiado trabajo detrás de cámara (porque en ese momento no se filmaba tanto como ahora), decidí empezar a trabajar como actriz. Estuvo muy bueno y aprendí mucho como actriz observando a los directores. Es un lugar muy privilegiado el del actor para mirar de cerca a un director trabajando. Disfrutaba trabajando como actriz, pero en un momento necesité parar la pelota, ponerme a escribir y empezar a pensar en dirigir. Y también a elegir los trabajos como actriz desde otro lugar, desde un lugar de profundización y de investigación, poniéndome más selectiva.
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