CINE › MCFARLAND: SIN LIMITES, DIRIGIDA POR NIKI CARO
› Por Ezequiel Boetti
Nueve meses atrás, la filial local de la distribuidora Disney estrenó una película construida sobre la base del carácter integrador del deporte, pero también de una concepción del multiculturalismo ramplona, plena de prejuicios y lugares comunes. Su título era Un golpe de suerte y estaba protagonizada por un empresario deportivo (Jon “Don Draper” Hamm), que encontraba la salvación económica –la única que parecía importarle, hasta que se da cuenta de que lo fundamental son los vínculos humanos– en un grupo de indios dispuestos a aprender el arte del béisbol. Los indios eran, claro, brutos, ignorantes e inocentes, pero más buenos que Lassie y estaban siempre listos para favorecer la conversión del antihéroe. Cámbiese béisbol por maratón, empresario por profesor de secundario venido a menos, indios por mexicanos y el resultado será más o menos similar a McFarland: sin límites.
Basado en, ay, “hechos reales” ocurridos en el pueblo del título a fines de los ’80, el sexto largometraje de la neozelandesa Niki Caro (Jinete de ballenas) está cargado de buenas intenciones, contado con placer y pleno conocimiento de su rumbo narrativo, esto último gracias a la elección de un subgénero siempre pródigo en historias de autosuperación y redención como el deportivo. El par de adjetivos cuadra a la perfección con la historia del profesor y coach de fútbol americano Jim White (Kevin Costner), marginado de su puesto después de trompear a un jugador. De su puesto y también de la ciudad, ya que las autoridades deciden trasladarlo a un pequeño pueblo llamado McFarland, una suerte de Little DF ubicado en el sur californiano. La comunidad es pobre, la mayoría de los chicos trabaja como jornalero y, por si fuera poco, todos, pero todos, hablan español. La concepción de una otredad peligrosa y amenazante no se hará esperar, poniendo a la familia White a la defensiva.
Pero a medida que avanza el metraje, la desconfianza muta en respeto y amistad, más aún después de que el coach vea en aquellos jóvenes desamparados una potencial llave para triunfar en las competencias de crosscountry estatales y, claro, mostrarles que hay vida más allá del arado y la cosecha. Lo que sigue es un relato clásico de enfrentamiento a las adversidades con todos los vaivenes habidos y por haber. Vaivenes que van desde el padre que no acepta que su hijo corra y el pibe que flirtea con la nena, pasando por los surgimientos de una empatía recíproca entre el clan White y la comunidad y del apoyo popular a los deportistas, todo hasta llegar a un grand finale cuyo resultado difícilmente resulte inesperado.
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