Mié 11.03.2015
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CINE › JUAN SCHMIDT Y SU FILM POLVAREDA, EN EL CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACIóN

Orgullo y mitología cinéfila

“Tenemos una banda de delincuentes acostumbrados a una vida de vértigo. Son gente de ciudad. Y el gran conflicto se da cuando estos personajes tienen que adaptarse a llevar una vida de pueblo”, cuenta el realizador, fan del buen cine de género.

› Por Oscar Ranzani

“Todo empezó como un juego”, dice Juan Schmidt –egresado de la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA– sobre la génesis de su ópera prima, Polvareda, que se exhibe los miércoles de marzo a las 20 en la sala González Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543). El juego que refiere el cineasta lo compartió con los coguionistas del film, Fabián Roberti y Marcos Vieytes. Entre asado y asado, comenzaron a imaginar una ficción con “la idea de un policial donde cinco delincuentes se escapaban de Buenos Aires con un gran botín y nadie los quería parar salvo un policía de un pueblito chico que se terminaba haciendo cargo de la situación”, rememora el director en diálogo con Página/12. Para concretarlo, Schmidt convocó a los actores Enrique Papatino, Cutuli, Horacio Camandule y Leandro Coccaro para darle vida a una banda de cuatro ladrones profesionales que roban una financiera y deben huir buscando un lugar donde ocultarse para esperar que un falsificador les entregue pasaportes para salir de la Argentina. Y se refugian en el pueblo ficticio Polvareda, ubicado en la geografía rural del interior. Como si nada hubiera sucedido, comen asados y juegan al fútbol. Pero todo se complica cuando el comisario del pueblo, interpretado por José Manuel Espeche, se da cuenta gracias a su olfato policial de que están metidos en algo pesado.

Polvareda participó en la Competencia Argentina del 28º Festival de Mar del Plata y Espeche conquistó el premio al Mejor Actor Revelación. “Fue maravilloso. Mar del Plata siempre fue nuestro festival preferido como espectadores y la verdad que estar del otro lado presentando una película fue lo mejor que nos pudo pasar”, confiesa Schmidt. Además, también señala una cuestión política: “Por varias razones, preferimos Mar del Plata que el Bafici. Pongo en comparación los dos grandes festivales a los cuales aspira cualquier director noble. Pero me parece que, a pesar de la lejanía, el de Mar del Plata es un festival más democrático, más popular, más divertido, diría. Y tiene más espacio para lo que nos gusta a nosotros, que es el cine de género. El Bafici apunta hacia otro tipo de cine”, opina el realizador que fue videoclubista y cineclubista.

–¿Siempre pensó a Polvareda como un cruce de géneros?

–Sí, la verdad es que yo y los coguionistas siempre fuimos cultores del cine de género, pero entiéndase los autores de cine de género: John Carpenter, Johnnie To, Jean-Pierre Melville, Takeshi Kitano. Es decir, no cualquier cine de género sino el de calidad, con una mirada personal.

–¿Cómo fue la tarea de trasladar los elementos de distintos géneros, como el western y el policial, a la geografía rural argentina?

–Bueno, para este juego de trasponer esos géneros a la geografía local, primero pensamos en la cuestión ritual: cómo llevar códigos, personajes, iconografía y todo lo que hace y constituye a los géneros a un asado, un partido de fútbol, una kermesse de pueblo chico. Una vez que tuvimos esas escenas, pasamos a ver cómo podíamos trabajar otros aspectos de los géneros: sus tópicos, sus espacios y demás.

–¿Y el humor?

–Siempre estuvo. En el cine que nos gusta a nosotros el humor siempre está presente y casi que salió de manera natural. En relación con eso, nosotros sabíamos que la película debía contar con un comic relief, que es una figura que viene a alivianar los momentos de tensión dentro de la trama. Y ese personaje lo interpreta Horacio Camandule, que fue el protagonista de Gigante, la película de Adrián Biniez. Y éste fue el segundo papel protagónico que tiene. Costó porque si bien tiene mucha formación como actor, no vive de la actuación. Así que fue muy complicado traerlo y que cruzara el charco.

–¿Por qué eligió un pueblo ficticio para ambientar la historia?

–Nosotros pensamos en un pueblo mítico. Podría decir también un pueblo fantasma. Polvareda es un no-lugar. Esto tiene que ver con nuestra idea que era trasladar, trasponer esos géneros de los que hablábamos antes al lugar típico de la geografía del interior del país, pero del interior cercano de la llanura pampeana, que son los pueblos chicos de campo con su estación abandonada y sus grandes plantaciones de soja. La idea fue, entonces, que Polvareda fuera una pueblo ficticio, una construcción. Hay un pueblo real llamado Polvareda que está a 180 kilómetros de Buenos Aires y que lo visitamos. Pero por cuestiones de logística no lo elegimos porque era muy difícil ir y venir todos los días haciendo 180 kilómetros.

–¿Cómo trabajó la antinomia de un pueblo tranquilo con el momento de tensión que tienen estos delincuentes?

–Ese es el juego que propone la película: tenemos una banda de delincuentes, pistoleros, acostumbrados a una vida de vértigo. Se sugiere que muchos son adeptos a algunos vicios. Están acostumbrados a vivir una vida más de ciudad, más acelerada. Y el gran conflicto se da cuando estos personajes tienen que adaptarse a vivir una vida parsimoniosa. Esos personajes con sus tiempos se tienen que aclimatar a ese contexto. Por eso, si bien la película tiene mucho de género, el ritmo del montaje tiene que ver con los tiempos y la vida que se lleva en los pueblos chicos.

–¿Buscó también mostrar cómo funcionan los cuatro protagonistas como grupo en la cotidianidad de la espera?

–Sí, sí. Dentro de la espera se va desarrollando la relación entre ellos. Son cuatro, pero podría decir que están divididos en dos parejas: El Jefe (Papatino) y El Mudo (Cutuli), y los otros dos son El Facha (Coccaro) y El Gordo (Camandule). Estos últimos dos personajes son delincuentes un poco más juguetones: les gusta la joda, las minas, el chupi. Los otros son más de otro tipo de escuela. Pero para nosotros era importante que no es una película que apele al realismo. La apuesta de Polvareda es la del artificio, sobre todo el artificio relacionado con las convenciones de los géneros cinematográficos. Nosotros no buscamos que estos personajes fueran delincuentes a la manera que los mostró el Nuevo Cine Argentino, como Trapero, Caetano, que mostraban delincuentes realistas, con lenguaje tumbero, tatuajes y con métodos acordes. Estos personajes responden más a una mitología cinéfila y a convenciones que tienen que ver con los géneros. O sea que la película escapa de ese realismo, ese naturalismo que viene proponiendo hace muchos años el Nuevo Cine Argentino. Esa es otra de las apuestas de la película: si bien nosotros buscamos que esos personajes tengan un verosímil con las convenciones genéricas, no responden de ninguna manera al realismo.

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