CINE › SIEMPRE ALICE, CON JULIANNE MOORE, ALEC BALDWIN Y KRISTEN STEWART
Ganadora del Oscar a la mejor actriz, la protagonista de Safe y Polvo de estrellas hace de una señora que un día descubre los primeros síntomas del Alzheimer. Impecable trabajo. Pero la película, de tan estandarizada, parece un tutorial emocional.
› Por Horacio Bernades
Hasta hace un tiempo (veinte, treinta años), las películas se validaban por sus grados de autonomía con respecto a lo real. Lo que garantizaba la autonomía era la construcción de un mundo propio, voluntad que animaba todas las películas: las buenas y las malas. Cada vez es menos así. En la Edad Líquida, el cine es parte de un flujo audiovisual continuo/discontinuo, en el que todas las imágenes tienden a solubilizarse. Dejando de lado los últimos mohicanos, que todavía batallan por explorar las potencias autonómicas del cine, la película-media dejó de pertenecer a un espacio alterno y se volvió un dispositivo más, utilitario y anónimo, que sólo funciona en relación con el entorno. De allí tantas que están basadas “en un caso real” (el 50 por ciento de las nominadas a Mejor Película, en la última camada del Oscar), tantas que cumplen funciones (catárticas, vicarias, periodísticas, comunicacionales) y, sobre todo, tantas hechas “por nadie”, como las imágenes al paso del zapping o el cliqueo.
¿Alguien sabe quién dirigió Selma, quién La teoría del todo, quién El código Enigma? ¿A alguien le importa? Lo mismo puede decirse de Siempre Alice, que también pertenece a la última cosecha del Dolby Theatre. Es ésa en la que Julianne Moore hace de una señora que un día descubre los primeros síntomas del Alzheimer. Enfermedad que permitió a la actriz de Boogie Nights, Safe y Polvo de estrellas ganar su primer Oscar. Las películas no deberían ser abordadas ya por críticos de cine. Esta clase de películas, al menos, por la sencilla razón de que son otra cosa. ¿Con qué criterio pensar una película que no se concibe a sí misma como construcción autónoma –mejor o peor, pero autónoma– sino como herramienta? Herramienta de empatía, en este caso. De catarsis emocional, eventualmente. ¿No sería más productivo llamar a un neurólogo o un psicólogo comunicacional?
Es verdad que Siempre Alice deriva en parte –aunque seguramente jamás lo confesaría– de un género tan clásico como poco reconocido: los tearjerkers o “películas para llorar”. Y otro poco –filiación igualmente inconfensable– de uno televisivo, la “enfermedad de la semana”. Pero a lo que apunta básicamente la película escrita a partir de una novela y ¿dirigida? por Richard Glatzer y Wash Westmoreland es a hacerle experimentar al espectador qué cosa es vivir con Alzheimer, cuando se es demasiado joven para ello.
Tal vez el verdadero género de Siempre Alice sea uno que hundiría sus raíces en YouTube: el tutorial emocional. A una película tan grado-cero uno hasta le pediría algún que otro golpe bajo. Uno lo da de entrada: Alice Howland, que pronto va a empezar a olvidarse de las palabras de todos los días, es una eminencia en... filología. ¿Hacía falta? No: el Alzheimer es una porquería hasta para un mudo.
Es difícil contar Siempre Alice, porque lo que cuenta en Siempre Alice es una línea tan tenue como el desarrollo de la enfermedad. Ahorrándole al espectador, por suerte –aunque lo amaga– el final à la Amour. Empieza con el festejo de 50 de la protagonista, rodeada de parte de su familia: su marido (Alec Baldwin, firme como un toro), la hija mayor (Kate Bosworth, una rubia como de los ’50), su marido y el hermano del medio. La hermana mayor dispara la misma munición envenenada contra el hermano presente como contra la ausente, Lydia (Kristen Stewart), que está lejos y no tiene para pagarse el avión. Mamá irá a visitarla a Los Angeles, donde la chica trata de abrirse paso como actriz, sin mucha suerte. Mamá es convencional: quiere que Lydia emprenda una carrera “seria”, como sus dos hermanos, que siguieron Derecho y Medicina. Convencional, pero tolerante: insiste, pero al final acepta.
A partir del momento en que Alice se olvida su primera palabra viene el ciclo de la enfermedad, que además del garrón de que los 50 no son edad para un Alzheimer, incluye otro detalle innecesario: lo de Alice es hereditario. Con lo cual se lo lega a los hijos. ¿Melodramón para llorar a lágrima viva? No. En tiempos de corrección política, de buenas maneras, de gestos civilizados, eso está muy mal visto. Lo máximo que se le permite a la espectadora (sí, espectadora; Siempre Alice es “cine para señoras de 50”) es alguna lagrimita medio que no se note mucho. Pero nada de andar llorando a los gritos en la sala, que es un papelón. ¿Es reprochable Siempre Alice? ¿Indignante, dañina? No. Las películas utilitarias jamás son eso. Justamente porque no se proponen pulsar a fondo los resortes del drama, sino conectar discretamente al espectador con su entorno (¿artificial?).
De tan estandarizada, Siempre Alice parecería carecer de puesta en escena y hasta de rubros técnicos. Salvo un único recurso formal muy bien utilizado, en un par de ocasiones: el desenfoque, que transmite lo que está pasando en la cabeza de la protagonista. Julianne Moore está muy bien y Kristen Stewart también. Eso es todo.
(Still Alice, EE.UU.,
2014)
Dirección y guión: Richard Glatzer y Wash Westmoreland, sobre libro de Lisa Genova.
Duración: 101 minutos.
Intérpretes: Julianne Moore, Alec Baldwin, Kristen Stewart, Kate Bosworth, Shane McRae, Hunter Parrish.
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