CINE › LA HORA DE LOS PREMIOS Y EL BALANCE PARA EL FESTIVAL DE PUNTA DEL ESTE
Fue una edición en la que brillaron especialmente varios títulos brasileños, aunque también hubo premios para el lado argentino. El sábado se produjo el estreno de A desalambrar con Daniel Viglietti, del notable documentalista Jorge Denti.
› Por Juan Pablo Cinelli
Luego de una intensa semana de proyecciones y actividades que incluyeron el estreno de A de-salambrar con Daniel Viglietti, dirigido por el reconocido documentalista argentino Jorge Denti, el sábado concluyó la 18ª edición del Festival Internacional de Cine de Punta del Este. En esa velada se entregaron los premios y menciones otorgados por un jurado integrado por la cineasta uruguaya Ana Guevara Pose, directora del premiado Tanta agua; la mexicana Paula Astorga, productora y realizadora, y Horacio Javier Ríos, secretario de Cultura de la ciudad de Rosario. Ellos decidieron premiar la actuación de la actriz mexicana Aglaé Lingow, de Cumbres, dirigida por su compatriota Gabriel Nuncio, que también recibió una mención para su director de fotografía, Israel Cárdenas. En el rubro actuación femenina también fue mencionada la argentina Andrea Strenitz por Mar, coproducción entre Chile y la Argentina, dirigida por Dominga Sotomayor. Por su parte, el premio a la mejor dirección recayó en la argentina Natalia Smirnoff por su segundo largo de ficción El cerrajero, que fue recibido por su protagonista, Esteban Lamothe.
Pero la gran ganadora fue la brasileña El último autocine, que obtuvo los premios a la actuación masculina y película, que recibieron respectivamente el actor Breno Nina y el director Iberê Carvalho. Se trata de un drama familiar que tiene como protagonista a Marlonbrando. No se trata de un error de tipeo ni de una broma: así, todo junto, se escribe el curioso nombre de un joven que regresa a Brasilia, su ciudad de origen, para acompañar a su madre durante una internación obligada. Marlonbrando también deberá forzar un reencuentro con su padre, con quien no se habla desde hace años, para pedirle ayuda. El regreso no sólo implica estos desafíos familiares, sino que significará reunirse con su pasado, representado por su reencuentro con el autocine de la ciudad, que efectivamente es el último que sobrevive en ese país-continente que es Brasil. Carvalho, que además de director es uno de los guionistas, utiliza ese espacio de manera tornatoriana, haciendo que el cine (y las películas) se conviertan en el hilo de Ariadna que permitirán al protagonista hacer de ida y de vuelta el laberinto que une el presente con el pasado.
Fruto de una cinematografía poco conocida para el público argentino, la del cine producido en Brasilia, El último autocine, que también fue elegida por el jurado joven del festival como la mejor película, sin embargo tiene un interesante punto en común con otra película brasiliense, estrenada hace pocos meses en Argentina. Se trata de Branco sai, preto fica, muy buen trabajo de Adirley Queiroz que, entre el documental y la ciencia ficción, cuenta una historia vinculada con la represión y la tensión racial en la capital brasileña a comienzos de los ’80, tomando como punto de partida los masivos bailes y la escena breakdance en esa época. Resulta interesante la preocupación que ambas películas manifiestan por indagar en el pasado. Más aún teniendo en cuenta que provienen de la que tal vez sea la más joven de las grandes capitales, inaugurada en 1960 durante la presidencia de Juscelino Kubitschek. Un detalle que quizá venga a hablar del valor del cine como herramienta para la creación de las propias raíces históricas y culturales de la ciudad y la fundación de sus propios mitos.
No menos curioso resulta que uno de los films más interesantes de la competencia, a pesar de no recibir ningún reconocimiento oficial, fuera el brasileño Permanencia, dirigido por Leonardo Lacca. Anclada en San Pablo pero con una fuerte impronta de la escena cinematográfica de Recife, Permanencia retrata el reencuentro entre Ivo, fotógrafo que llega a la ciudad para su primera exhibición en una galería, y Rita, una ex novia que se ofrece a hospedarlo en la casa que comparte con su marido. Con una narrativa ajustada que se apoya en un delicado trabajo fotográfico, la película de Lacca pone su ojo en las grietas emotivas que el reencuentro entre los protagonistas va abriendo en sus vidas cotidianas, aun cuando se empeñen en eludirlas e incluso negar sus consecuencias. A partir de ahí construye una historia de amor elíptica e imposible que, con elegante espiritualidad, habla de la supervivencia de los vínculos sentimentales más allá de su existencia física.
El sábado fue el turno de A desalambrar con Daniel Viglietti, trabajo de Denti en torno del cantautor uruguayo, figura fundamental de la llamada canción de protesta de los ’60, ’70 y ’80 en América latina. Se trata de una versión acotada de una miniserie de tres capítulos creada por el director radicado hace años en México para Teveunam, el canal cultural de la Universidad Nacional Autónoma de ese país. En poco más de una hora de duración se suceden una entrevista con el propio Viglietti; valiosos testimonios en primera persona, como el de Eduardo Galeano, e imágenes de archivo de diferentes presentaciones del artista, incluyendo alguna de las que realizó junto a Mario Benedetti en el teatro Solís de Montevideo o en un multitudinario acto en Nicaragua, a comienzos de los ’80.
Viglietti desanda sus memorias como músico que decidió asumir un destacado rol social durante los años más difíciles de Latinoamérica. A veces se permite confesiones que no por lógicas dejan de ser sorprendentes, como cuando afirma que su vida como artista fue marcada por el cine y se declara en deuda con el neorrealismo italiano, en especial con Vittorio De Sica. Otras deja caer frases a las que su voz profunda les imprime un color particular, como cuando habla del lanzamiento de Canción para mi América en 1961: “En aquella época los discos tenían dos caras: ahora son más sinceros”, define con gracia. Pero el documental también le hace un espacio a la poesía, principal herramienta de Viglietti, quien recuerda una lectura pública en la que él y varios artistas recitaron poemas anónimos que los presos políticos contrabandeaban escritos en papel para armar cigarrillos, algunos de ellos bellísimos: “A veces sale el sol y te quiero/ A veces llueve y te quiero/ La cárcel es a veces/ siempre te quiero”. También conmueven las imágenes del día de la liberación de los presos políticos en enero de 1985, entre quienes puede verse a un joven Pepe Mujica. Con economía de recursos, A desalambrar... consigue que un recorrido por la obra del cantante sea además una travesía por 50 años de historia política, cultural y social no sólo del Uruguay sino de toda Latinoamérica.
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