Vie 17.04.2015
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CINE › TERROR EN EL BOSQUE, DE EDUARDO SANCHEZ, BAJO EL MODELO DE THE BLAIR WITCH PROJECT

El viejo truco de la filmación casera

Como en la célebre película de 1999 y como Cloverfield, la manera de desatar el terror es a través de lo que filman “accidentalmente” los protagonistas. De paso, esta vez el monstruo es nada más ni nada menos que el legendario Pie Grande.

Lo mejor es admitir de entrada que Terror en el bosque no es una gran película. Este acto de sinceridad no sólo permitirá señalar sus debilidades, sino también reconocer y aceptar sus virtudes, que no alcanzan para convertirla en buena, pero le permiten mantenerse a una distancia prudente del círculo infernal de las películas malas. Porque a pesar de que el pésimo nombre elegido para su estreno local no ayuda (el original Exists, “Existe”, es más contundente y hasta filosóficamente más adecuado; ya se verá por qué) y de que su desarrollo se apega en exceso a las convenciones del formato narrativo elegido, Terror en el bosque tiene al menos dos sólidos puntos a favor. Que, para jugar con el suspenso, conviene dejar para el final.

Debe decirse que se trata del nuevo trabajo de Eduardo Sánchez, uno de los responsables detrás de El proyecto Blair Witch, película que redefinió el concepto de negocio en el mundo del cine y que, a su modo, revolucionó el género del terror en 1999. Aunque en su filmografía hay una media decena de trabajos que la separan de aquella ópera prima, éste es el que mayor cantidad de puntos de contacto guarda con ella. Aquí el director no sólo repite el truco de narrar a través de lo que los protagonistas filman con sus propias cámaras, sino que vuelve a meterse en el bosque para hacer que el miedo surja otra vez de ese fondo salvaje. Y más aún, de nuevo ancla su relato en un mito popular. Si en su primera película la historia giraba en torno de una bruja, criatura de origen europeo pero que forma parte de la mitología fundacional de las viejas colonias puritanas que forjaron a los Estados Unidos, acá se trata de Pie Grande, el Sasquatch, una leyenda clásica bien norteamericana. La diferencia es que los protagonistas de El proyecto Blair Witch iban voluntariamente en busca del personaje mítico, mientras que en este caso tienen la mala suerte de toparse con él.

Si bien es cierto que Terror en el bosque no sería posible sin ese antecedente, hay otra película que significa una referencia importante: la notable Cloverfield, de Matt Reeves. Como en aquélla, el monstruo se hace visible de manera fragmentaria en esos pseudovideos amateurs que los protagonistas toman a medida que el horror los va cercando. Ahí reside uno de los puntos fuertes. La película se erige en documento de una época en donde las cámaras son parte indivisible de la realidad: esta historia, en la que los protagonistas parecen más preocupados por sus camaritas Go Pro que por sus propias vidas, hubiera sido inverosímil tan sólo 15 o 20 años atrás. Pero ocurre que aquello de “ser es ser percibido” ha devenido en “existir es ser filmado” y por eso el título original resultaba tan adecuado: alguien (o algo) sólo puede ser en tanto quede registro audiovisual de su existencia. Empirismo digital. Curiosamente la otra virtud de Terror en el bosque va en sentido contrario de esa modernidad y tiene que ver con el carácter analógico de la criatura. Con tino, Sánchez prescinde de efectos digitales para la creación de su Pie Grande, recurriendo en su lugar a los efectos especiales tradicionales, las prótesis y el maquillaje. Y se siente bien ver de nuevo en pantalla a un monstruo de verdad, aunque no sea en una gran película.

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