CINE › DOCUMENTALES QUE PARTICIPAN EN LA COMPETENCIA ARGENTINA
Mientras La sombra presenta una progresión dramática propia de un film clásico de ficción, en Madres de los dioses, Geraldine Chaplin oficia de narradora o chamán. En Al centro de la Tierra resulta imposible determinar cuánto hay de documental y cuánto de ficción.
Un porcentaje exorbitante de documentales presenta la 17ª edición del Bafici en su Competencia Argentina: nueve, sobre dieciséis títulos en total. Los primeros días de esa competencia reflejan ese predominio, con nada menos que tres documentales al hilo. La sombra de la que habla el título de la película homónima es la de Héctor Olivera, “director, productor y empresario” (según lo que la película define) cuya condición resulta casi ominosa para su hijo Javier, director del documental respectivo. Madres de los dioses y Al centro de la Tierra presentan, a su turno, una sorprendente coincidencia: sus personajes se hallan en busca de revelaciones místicas, mágicas o de orden extraterrestre, según el caso. ¿Documentales o no tanto? Mientras La sombra presenta una progresión dramática propia de un film clásico de ficción, en Madres de los dioses una actriz conocida por todo el mundo, Geraldine Chaplin, oficia de narradora o chamán. En Al centro de la Tierra resulta lisa y llanamente imposible determinar cuánto hay de documental, cuánto de ficción y hasta incluso si la película es una cosa u otra.
La sombra equipara la construcción de la casa familiar con la de Héctor Olivera como figura pública. Y su destrucción, con aquel rito simbólico que Freud definía como “matar al padre”, único modo en que el hijo puede alcanzar su definitiva independencia. Olivera Jr. filma en directo la demolición de la impresionante mansión familiar de la zona de Martínez, de un modo se diría que implacable. Los albañiles cortan y levantan el piso de mármol, las mazas perforan el techo, las grúas embaten contra paredes enteras, convirtiéndolas en mampostería. Desde ese presente de demolición concreta y simbólica, La sombra se remonta, como un Mujica Láinez súbitamente cruel, al pasado de la mansión, que se superpone exactamente con el del hombre que la edificó.
En una correspondencia asombrosa, la mansión Olivera levanta sus cimientos en paralelo con el momento de mayor gloria del patriarca: el estreno de La Patagonia rebelde, en 1974. Y pasa de aquel esplendor como de Belle Epoque (recreado en fotos fijas y abundantes filmaciones caseras en Súper 8) a un presente ruinoso, en el que el fundador se halla retirado de hecho. De a poco, y tras ver al niño Javier asomado a la ventana del estudio en que su padre teclea, herméticamente aislado, algún guión en curso, se comprende que el trabajo de esas mazas, grúas y moladoras representa el que el realizador debió (o debe) hacer en relación con la figura paterna. Figura a la que en más de una ocasión equipara con la de un monumento. Más allá de que alguna reducción de metraje podría beneficiarlo, el de Javier Olivera es uno de esos documentales pacientemente construidos, dueño de una meditada estructura dramática y con un trabajo de sonido particularmente minucioso.
En La salamandra (2008), Pablo Agüero había recreado su propia infancia en El Bolsón, de la mano de una madre poshippie y en dura lucha por la sobrevivencia. En Madres de los dioses vuelve allí, en clave ahora documental, para poner en relación la historia de cuatro mujeres con muchos puntos en común. Tres de ellas, al menos, ya que la cuarta entra de modo más forzado. Aquéllas comparten un pasado de abandono, decepción y traición del macho, con huidas al sur como hitos de un nuevo comienzo. En los tres casos, el sufrimiento pasado se sublima en la búsqueda de lo que se llamaría una “superación espiritual”, en la que el islamismo, el budismo o una mezcolanza de magia con extraterrestres salvíficos parecen góndolas de un supermercado de la fe, en las que el cliente en estado de necesidad manotea indistintamente un producto u otro. La cuarta mujer, en cambio, es una descendiente de mapuches que no busca cualquier tabla de salvación, sino algo mucho más concreto: reconectarse con la cultura de sus mayores. Unidas todas caprichosamente por una cosmogonía feminista inventada para la ocasión, Madres de los dioses no toma distancia de lo que muestra, naufragando en la misma confusión de tres de sus cuatro personajes.
Distancia es lo que define, tanto conceptual como visualmente, Al centro de la Tierra, en la que Daniel Rosenfeld, talentoso realizador de Saluzzi: ensayo para bandoneón y tres hermanos (2001) y La quimera de los dioses (2003), regresa al terreno del documental, tras el paréntesis ficcional de Cornelia frente al espejo. Tras varios encuentros cercanos del tercer tipo, un hombre humilde de Cachi, Salta, dedica su vida a investigar y filmar presuntos platos voladores, munido de una videograbadora Sony y acompañado de su pequeño hijo (curiosamente, la película de Rosenfeld podría verse como un cruce entre las de Olivera y Agüero). Distancia quiere decir distancia justa: Rosenfeld no pone en duda ni adhiere a la fe de su protagonista, quien por otra parte no es ningún tonto. En lugar de eso prefiere ver en él y lo que lo rodea (los cerros y esos cielos surcados por objetos que podrían ser o no de este mundo) un misterio que tampoco cabe desentrañar. Dueña de unos tempos y cadencias tan exquisitos como su fotografía y encuadres (obra de Ramiro Civita, el notable DF de Garage Olimpo), Al centro de la Tierra presenta, muy cerca del final, un plano como extirpado a Lawrence de Arabia. En él un hombrecito se ve tan pequeño, frente a una súbita y enorme pirámide egipcia en pleno altiplano, como el espectador frente al enigma que la película abre.
* La sombra se ve por última vez mañana, a las 20.15, en el Arte Multiplex Belgrano 3. Madres de los dioses, mañana a las 17.45, en el Village Caballito. Al centro de la Tierra, hoy a las 19.30, en el Village Recoleta 7, y el lunes 20, a las 20.50, en el Arte Multiplex Belgrano 3.
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