CINE › UN ESPACIO CINEMATOGRAFICO MAS MENTAL QUE REAL
Inspirada en Macedonio Fernández, No todo es vigilia tal vez deba leerse más como cine fantástico que como documental. O quizás ambas cosas. Lo cual la llevaría a fundar el más impensado de los géneros: el documental fantástico.
› Por Horacio Bernades
Mucha asepsia, largos pasillos vacíos, lustrosa tecnología médica, profesionalismo eficaz e impersonal. En ese universo hospitalario 2.0, a los pacientes octogenarios Antonio y Felisa –gente de campo y de otro siglo (el XIX o más atrás, teniendo en cuenta que se trata de España)– se los ve infinitamente solos y perdidos. Cuando vuelvan a la vieja casica del pueblo aragonés de Muniesa, el mundo tecno seguirá mostrándose imposible de dominar, ya se trate de un reloj digital o una estufa rebeldes. Hasta el punto de que deberán dejarse el abrigo puesto, como si estuvieran afuera. La vida como intemperie: algo semejante postulaba en sus escritos Macedonio Fernández. De allí quizá que la película de Hermes Paralluelo (Barcelona, 1981) cite en su título No todo es vigilia la de los ojos abiertos, la novela más famosa del escritor que Borges admiró.
No se sabe exactamente por qué problema de salud está internado Antonio, para hacerse unos estudios, y qué le pasa a Felisa, que de pronto se siente mal y la tienen que atender también a ella. No importa mucho. Lo que importa es que en ese mundo, en éste, Antonio y Felisa son atendidos sólo en el sentido técnico de la palabra. Por lo demás, están librados a su suerte. Quienes los rodean –médicos, paramédicos, otros pacientes– parecen no registrarlos. Lo mismo les sucedía a los chicos cartoneros de Yatasto, ópera prima de Paralluelo, que andaban en carreta por el conurbano cordobés (2011). Si de algo escribió Macedonio, siempre con sobredosis de mayúsculas, fue de Metafísica. Hablaba del no-yo, la inexistencia del Yo. En el contexto ajeno del hospital, del mundo contemporáneo más tarde, Antonio y Felisa son no-yoes que sólo se tienen a sí mismos, y un poco también al otro. Un poco, porque la sordera de Antonio tiende a encerrarlo en su propia burbuja y él colabora con eso, teniendo cuarto y cama propios en casa.
Producto de ese aislamiento, la forma retórica dominante en No todo es vigilia es el soliloquio. Largo y colorido soliloquio de Felisa en el largo plano inicial (en la película de Paralluelo todos los planos son tan largos como la soledad), advirtiendo a su marido que no piensa dejarse llevar a la residencia de ancianos donde él hizo una reserva. Soliloquios de Antonio, que –en el último tercio de película nos enteramos– se llama Paralluelo, como el director. Como todo anciano, Antonio recuerda su infancia, cuando trabajaba de mulero. Recuerda hasta la infancia del padre, tan pobre que recorría 24 kilómetros diarios ida y vuelta, para ganarse unas perricas (monedas de céntimo). Los soliloquios de Antonio no perdonan ni cuando alguien intenta hablar con él. Soliloquio también del médico, que le enumera a Felisa su historia clínica entera, sin hacer nada para calmar la angustia de la paciente. El soliloquio, forma privilegiada del solipsismo.
¿No tienen parientes Antonio y Felisa, que vengan a hacerles compañía? ¿Que los busquen a la salida del hospital, que los acompañen hasta el pueblito, que les den una mano en casa? ¿No tienen quién les explique cómo poner en hora el reloj digital? ¿Cómo se alimentan, si Antonio no parece en condiciones de hacer las compras ni la comida y Felisa, además de sus problemas de locomoción, se siente mal y debe guardar cama? ¿Por qué Antonio insiste en quedarse en su pieza, aunque Felisa parece necesitar ayuda? No todo es vigilia pide un espectador dispuesto a completar espacios en blanco.
La extrema desolación y nocturnidad del hospital, su vacío, le dan a la película de Paralluelo un carácter cuasi onírico, que hace que No todo es vigilia se roce con Cavalo Dinheiro, de Pedro Costa. El modo en que ese decorado está puesto en escena (Paralluelo filmó sin descanso, en media docena de hospitales distintos, para lograr lo que quería) confirma la voluntad de construir un espacio tal vez más mental que “real”. Una escena en la que Felisa aparece dividida en dos, como si una fuera el cuerpo y la otra su fantasma, así como un final que claramente suena a sueño, a deseo, a fantasía, ratifican que No todo es vigilia tal vez deba leerse más como cine fantástico que como documental. O quizás ambas cosas. Lo cual la llevaría a fundar el más impensado de los géneros: el documental fantástico.
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