Dom 17.05.2015
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CINE › NANNI MORETTI Y GUS VAN SANT EN COMPETENCIA POR LA PALMA DE ORO

Dos modos distintos de elaborar un duelo

En Mia madre, el italiano toma la muerte como una instancia crítica pero natural, mientras que en The Sea of Trees el estadounidense aborda un tema similar de manera cursi y sentimental.

› Por Luciano Monteagudo

Desde Cannes

Nadie es profeta en su tierra. La crítica italiana no había tenido palabras demasiado amables para Mia madre, la nueva película de Nanni Moretti, uno de los pocos directores –el otro es Pedro Almodóvar– a quien el Festival de Cannes les permite el raro privilegio de estrenar en su propio país antes de llegar a la Croisette. Pero sucede que aquí en la competencia por la Palma de Oro, y a diferencia de todos los pronósticos –que a partir de esa primera mala impresión se habían vuelto sombríos, tanto como pueden serlo los rumores nocivos–, Mia madre resultó bastante más que una grata sorpresa. Se trata de una película sobria, sólida y madura sobre dos temas grandes y difíciles –la muerte, la creación– tratados con seriedad pero sin solemnidad, con la fluidez y las sorpresas con que suele transcurrir la vida misma.

Este desacartonamiento es una buena noticia porque la película que le valió justamente el premio mayor aquí en Cannes, La habitación del hijo (2001), que también se internaba en las aguas profundas del duelo, resultó ser, retrospectivamente, la más pomposa y menos interesante de la obra de este gran autor italiano, con varias cumbres a cuestas, como Palombella rosa (1989), Caro diario (1993), Abril (1998) y Habemus Papam (2011), su película inmediatamente anterior. Como ya venía sucediendo hace tiempo, Moretti no se reserva aquí el personaje central, a la manera de sus primeros años, sino uno secundario, que le sirve para darle ese sello personal que siempre adquiere su cine con su mera presencia, pero también para observar la acción desde entrecajas, se diría en un lenguaje teatral. El es el hermano siempre calmo, racional y centrado –todo lo contrario también de sus intervenciones más recordadas– de la protagonista, una directora de cine (la extraordinaria Margherita Buy), que en pleno rodaje de una película de mucha exigencia debe hacerse tiempo también para visitar a su madre, hospitalizada y con un pronóstico de vida muy exiguo.

Pero a diferencia de La habitación del hijo, no hay en Mia madre ninguna gravedad forzada. La película vive esa situación con la seriedad que sin duda comporta, pero a la vez sin cargar jamás las tintas, ni con planos sádicos de la paciente enferma –a quien se la ve cansada pero siempre vital e incluso optimista, hasta sus últimos días– ni con una dramaturgia excesiva. Todos los personajes atraviesan esa instancia como un momento sin duda doloroso pero natural.

Lo que no es natural es la llegada de un importante actor extranjero (John Turturro), contratado especialmente para un papel de importancia en la película que está rodando la directora. Insegura de si los films sociales que siempre hizo y sigue haciendo –el que está en marcha tiene escenas de desocupados que toman una fábrica a causa de los despidos iniciados por la empresa– verdaderamente la representan a ella en lo personal, o representan algo para sus espectadores, Margherita (el personaje lleva el mismo nombre de la actriz) tiene que lidiar además con los caprichos de su estrella. Que tampoco son muchos ni tan veleidosos, pero que le aportan a la película un costado simpático y bufonesco, un poco en la tradición de la Commedia dell’Arte.

En las antípodas de Mia madre se encuentra la segunda película en concurso oficial que pasó ayer por el Festival de Cannes: The Sea of Trees, del estadounidense Gus Van Sant. Como Moretti, Van Sant también incursiona en el tema del duelo y también tiene ya ganada una Palma de Oro (por la estupenda Elephant, en 2003). Y como Moretti, este año Van Sant está en concurso por la segunda, pero parece improbable –por no decir imposible– que pueda hacer doblete. Abucheada de manera casi unánime en la multitudinaria función de prensa de la Salle Debussy, la nueva película de Van Sant es, por lejos, la peor de toda su carrera.

Es cierto que, antes que errática, su filmografía siempre pareció esquizofrénica, como si en él convivieran el Doctor Jekyll y Mr.Hyde. Junto a films casi experimentales como Mala noche (1985) y Gerry (2002) y otros sencillamente extraordinarios, como Mi mundo privado (1991), Last Days (2005) o la ya citada Elephant, siempre convivieron proyectos crasamente comerciales, como En busca del destino (1997) o su incomprensible remake de Psicosis (1998). Pero a diferencia de su película inmediatamente anterior, Tierra prometida, presentada en la Berlinale 2012 y que probó ser apenas mediocre, The Sea of Trees parece un vulgar manual de autoayuda para viudos recientes y suicidas potenciales. Ni siquiera dos actores de la talla de Naomi Watts y, en particular, Matthew McConaughey, pueden rescatar un guión tan caprichoso como pleno de cursilerías y sentimentalismos.

Hubo que huir, literalmente, hasta la Quincena de los Realizadores para darse un baño purificador con la primera parte de As mil e uma noites, del gran director portugués Miguel Gomes, el recordado autor de Aquel querido mes de agosto (2008) y Tabú (2012). Ya habrá ocasión de volver sobre este tríptico –de dos horas cada segmento– inspirado en la estructura del relato oriental, adaptado a la crisis económica y social que hoy vive Portugal. Pero hay que decir que su primera parte promete lo mejor.

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