CINE › POLTERGEIST: JUEGOS DIABóLICOS, DE GIL KENAN
› Por Juan Pablo Cinelli
El enemigo más grande que tiene Poltergeist: Juegos diabólicos, de Gil Kenan, remake del clásico de los ’80, es la comparación. Al contrario de lo que ocurrió la semana pasada con la nueva Mad Max, acá es poco el riesgo que se corre, muy poco lo que logra ser reabsorbido o actualizado con éxito y casi nada lo que la adaptación tiene de novedad. Algo que no sucedía con la original, exponente típico de un gran momento del cine estadounidense, cuando hombres como Steven Spielberg (guionista y dueño de la idea original), George Lucas (creador de la Industrial Light and Magic, empresa a cargo de los revolucionarios efectos especiales de esta y tantas películas de la época) y Tob Hooper (director, especialista en terror y responsable de La masacre de Texas (1974), título ineludible del cine clase B de los ’70 y piedra basal del subgénero slasher) fueron en diferentes medidas responsables de actualizar la narrativa clásica y popular en Hollywood. Esa acumulación de nombres es vital para entender por qué de entrada esta versión lleva las de perder en el terreno de las comparaciones.
Pero debe reconocerse que en los papeles el equipo detrás del modelo 2015 de Poltergeist era alentador. Que la conducción estuviera a cargo de Kenan, director del interesante film animado de terror para chicos Monster House, que el casting fuera encabezado por un buen actor como Sam Rockwell y que incluyera al eficiente británico Jared Harris permitían suponer que la película al menos estaba en buenas manos. Y es verdad que consigue mantenerse por encima de la línea de flotación de un género como el terror, donde abundan los productos mediocres, pero no se atreve nunca a ir más allá de los límites que marcan el fin del terreno cómodo de las convenciones.
Aunque la gran diferencia entre ambas versiones está dada por la tecnología digital, no es mucho lo que esta aporta y particularmente en lo estético es mucho lo que se pierde. En primer lugar porque la distintiva luz parpadeante del ruido blanco, fenómeno que las transmisiones televisivas de 24 x 24 han llevado casi a la extinción, era fundamental en la construcción climática del relato. Pero también porque parte de la eficacia del juego que proponía la historia imaginada por Spielberg se asentaba en la idea de que ese vacío que el sistema dejaba al entrar en pausa, podía convertirse en un canal de comunicación entre el mundo físico y otro de orden fantasmal. Asimismo, la sutil y crítica metáfora política que la película proponía en medio de la adrenalina exitista de los primeros años de las Reaganomics y donde el horror surgía de un paraíso literalmente construido sobre muertos, no consigue ser traducida. Aunque en esta versión también se intente contactar con la actualidad, haciendo que el pater familias pase de ser en la original un exitoso vendedor inmobiliario (y cómplice involuntario del sistema) a desocupado con una incipiente depresión en la realidad post 11-S (y por lo tanto víctima), en la remake, el impacto simbólico y narrativo de estos diferentes fantasmas reales en dos mundos no tan distintos no es el mismo.
Poltergeist,
Estados Unidos, 2015.
Dirección: Gil Kenan.
Duración: 93 minutos.
Intérpretes: Sam Rockwell, Jared Harris, Rosemarie DeWitt y otros.
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