CINE › SE PRESENTO THE ASSASSIN, OTRA OBRA MAESTRA DE HOU HSIAO-HSIEN
El realizador taiwanés incursiona por primera vez en el wuxia, el género de artes marciales que tiene una larga y frondosa tradición en Oriente. Lo hace, claro, a su manera, sin necesidad de recurrir a los efectos digitales para conseguir grandeza épica.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
El cine asiático dio su gran salto del tigre sobre la Croisette. Tenían que aparecer directores de la talla del taiwanés Hou Hsiao-hsien y del tailandés Apichatpong Weerasethakul para que la competencia y la sección Una Cierta Mirada volvieran a elevar el nivel de una muestra hasta ahora muy desigual, al punto de que algunos de los films más interesantes de esta edición parecían tener lugar casi únicamente en las secciones paralelas. Sería injusto no recordar el valor de Nuestra hermana pequeña, del japonés Hirokazu Kore-eda, exhibida en la primera jornada en concurso, o la magnífica adaptación que consiguió Todd Haynes de la novela Carol, de Patricia Highsmith, con espléndidas actuaciones de Cate Blanchett y Rooney Mara. Pero si hubiera que pensar –al margen de las decisiones del jurado presidido por los hermanos Coen, que se expedirá el domingo por la noche– con una Palma de Oro soñada, debería ser para The Assassin, la obra maestra de Hou Hsiao-hsien que ayer se ganó una ovación en todas y cada una de sus funciones en el Palais des Festivals.
Aunque quizás esté olvidado por el público argentino, Hou Hsiao-hsien es uno de los nombres mayores del cine contemporáneo. Conocido en Buenos Aires a través de una retrospectiva que le dedicó el Bafici 2002 –y que incluyó el grueso de su obra, en la que siguen brillando títulos imprescindibles como A Time to Live and a Time to Die (1985), City of Sadness (1989), The Puppetmaster (1993), Shanghai Flowers (1998) y Millennium Mambo (2001)–, su cine siempre fue comparado con el de otro gran maestro del cine asiático, el japonés Yasujiro Ozu, a quien Hou le dedicó un maravilloso homenaje en Café Lumiére (2005), la única de sus películas estrenada comercialmente en el país. Con The Assassin reaparece después de ocho años de silencio y lo hace en plena forma, con una película que parece redescubrir algo así como el Santo Grial, el secreto perdido del gran cine clásico en todo su esplendor.
A diferencia de muchos de sus colegas asiáticos, Hou nunca había incursionado en el wuxia, el género de artes marciales que tiene una larga y frondosa tradición en Oriente y que ha sido introducido al público occidental a través de versiones muy tergiversadas. Contra la espectacularidad hueca de El tigre y el dragón, de Ang Lee; de la ampulosa fantasía de La casa de las dagas voladoras, de Zhang Yimou; o de la empalagosa estilización de The Grandmaster, de Wong Kar-wai, The Assassin viene a poner las cosas en su lugar. “Esta película es el resultado de un largo viaje hacia la madurez”, reconoció el director aquí en Cannes. “De chico, en el Taiwán de los años ’50, la biblioteca de mi escuela tenía montones de novelas wuxia y yo las devoraba. Después vi las películas wuxia hechas en Hong Kong, que descubrí de joven y que me enloquecieron.”
De hecho, The Assassin tiene relativamente pocas escenas de artes marciales y son de una brevedad, un laconismo y una precisión sorprendentes. De hecho, si se estuviera hablando de pintura, se diría que son una suerte de pinceladas maestras, unas cisuras que surcan de pronto, de manera fulgurante, el enorme y a la vez delicadísimo lienzo que es la película toda, de una belleza plástica fuera de lo común.
La historia que narra The Assassin parece quedar en un segundo plano ante el impresionante despliegue formal del film, pero también tiene su interés. No es un dato menor que la asesina a la que se refiere el título sea una mujer joven y misteriosa, que en la China del siglo IX regresa a su casa familiar tras años de exilio. Educada por una religiosa que la inicia en las artes marciales, Nie Yinniang –tal su nombre, que le da el título original al film– es una justiciera, virtuosa en el dominio de las artes marciales, y cuya misión es eliminar a los tiranos. Su maestra le da como misión matar a su primo, gobernador disidente de la provincia militar de Weibo, pero Nie Yinniang tendrá que elegir entre sacrificar al hombre que ama o romper definitivamente con su mentora.
Siempre fiel a su estilo, hecho de grandes planos generales y prolongados planos secuencia, The Assassin tiene una cadencia, un ritmo, una respiración se diría zen. Y aunque hay más meditación que acción en el film, Ozu no parece aquí la fuente de inspiración, sino más bien los films de samuráis de Akira Kurosawa, o ese gran clásico del género que es Los 47 ronin, de Kenji Mizoguchi, un director de una notoria sensibilidad por los personajes femeninos, como el propio Hou. Filmada en imponentes escenarios naturales del interior profundo de China, The Assassin no necesita por otra parte de efectos digitales para conseguir grandeza épica. Hay una relación de armonía con lo real que parecía perdida en el género y que el film de Hou recupera y vuelve a poner en valor, de un modo superlativo.
Esa profunda relación con lo real, a pesar de sus elementos oníricos o sobrenaturales, es lo que hace de Cemetery of Splendour un nuevo gran film del tailandés Apichatpong Weerasethakul, presentado en Un Certain Regard. Si el de Hou es un ejemplo inmejorable de cine clásico, el de Apichatpong lo es del cine moderno. Ganador de la Palma de Oro 2010 por Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, el thai vuelve a trabajar simultáneamente, en un mismo plano, con el presente y la memoria histórica de su país, signado por guerras y dictaduras militares. Pero como en todo su cine, lo suyo no es el testimonio ni mucho menos la denuncia, sino una visión poética de la realidad, que para Apichatpong también incluye lo sobrenatural.
La excusa narrativa no podría ser más simple: en un improvisado hospital en una remota localidad del norte, un grupo de soldados está siendo tratado por una extraña enfermedad del sueño. De ese letargo despiertan ocasionalmente, en un estado de rara beatitud, para volver a caer dormidos súbitamente, en plena conversación o frente a un plato de comida. Una voluntaria ya veterana (Jarinpattra Rueangram, también veterana ella en el cine del director) se ofrece para cuidarlos y trae con ella a una médium, que le revela que esos soldados están siendo utilizados por los espíritus de viejos príncipes guerreros para sus propias guerras, que se llevaron a cabo en esas mismas tierras en las cuales también fueron enterrados.
“Es una búsqueda de los viejos espíritus de mi infancia”, declaró el director, cuyos padres eran médicos en hospitales de provincia y que de niño jugaba en consultorios donde trabajaba su madre, un recuerdo que ya había aflorado en la película con que se dio a conocer, la extraordinaria Blissfully Yours, premiada en Cannes 2002. Lo que se extraña de aquel film o de Tropical Malady (2004) es, en todo caso, la sensualidad a flor de piel que exudaban aquellos films y que, sin haber desaparecido del todo, parece haber sido reemplazada por el clima opresivo que se vive en su país, al punto de que el director reconoció que “el dolor y la tristeza son las fuerzas motrices” de su película. Lo que permanece es el carácter profundamente hipnótico de su cine, que a partir de los elementos más concretos y palpables de lo real, consigue transportar al espectador a una suerte de intenso estado de trance. Un poco como a sus personajes, que de pronto quedan con sus ojos profundamente abiertos, absortos ante las vidas presentes y pasadas que desfilan armoniosamente frente a ellos.
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