Jue 04.06.2015
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CINE › MARCO BERGER PRESENTA SU PELICULA HAWAII EN EL CENTRO CULTURAL DE LA COOPERACION

“Hago las películas que me gustaría ver”

Filmada gracias a una plataforma de financiamiento colectivo, el tercer largo del director de Ausente también narra una historia de deseos entre hombres. “Antes me preocupaba la etiqueta de cine gay, pero cada vez me importa menos”, dice.

› Por Ezequiel Boetti

Difícil hablar de “verdades absolutas” en una disciplina artística con excepciones para cada regla como es el cine, pero sobran ejemplos de directores que no pueden evitar sus temas predilectos, aun cuando sus trabajos cambien de género, de tono, de forma, lo que convierte a aquella máxima que reza que ellos hacen siempre la misma película es algo bastante parecido a una certeza. Marco Berger incursionó en el drama con el cortometraje El reloj, siguió con la screwball comedy Plan B, más tarde con la trágica Ausente y ahora con la historia de amores incipientes narrada en Hawaii, que se verá todos los jueves de este mes a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), y siempre mantuvo inalterable su idea de explorar el mundo de las relaciones –sentimentales y/o físicas– entre hombres. “Es que hago las películas que me gustaría ver. En un momento dudaba y me pregunta si tenía que seguir haciendo cine gay, me preocupaba por la etiqueta, pero cada vez me importa menos”, justifica el director ante Página/12.

Vista previamente en la Competencia Nacional del Bafici 2013 y filmada gracias al dinero recaudado en la plataforma de financiamiento colectivo Kickstarter, el tercer largo de este egresado de la FUC emana una sensación de relectura de sus trabajos anteriores. Esto porque se centra nuevamente en la historia de dos hombres, pero también porque vuelve a tematizar la culpa, lo prohibido y el deseo, encarnados en este caso en las acciones de un par de viejos conocidos de la infancia que vuelven a unirse cuando uno (Mateo Chiarino, protagonista de El reloj) regresa al pueblo natal buscando a unos parientes que finalmente no están y cae en la casa de Eugenio (Manuel Vignau, de Plan B) ofreciendo su fuerza de trabajo para arreglos hogareños a cambio de algo de dinero. Charla va, charla viene, los muchachos empiezan a sentir una atracción que trasciende la amistad. “A la hora de escribir uno tiene muchas ideas posibles en la cabeza y una era ésta. Es casi un morbo, un juego con el arquetipo del dueño de la casa y el piletero trabajando durante el verano y en shortcitos”, afirma Berger.

–A diferencia de sus películas anteriores, Hawaii transcurre en un ámbito rural. ¿Pensó la historia en función de esa locación?

–Sí, escribí la película más chica posible (una locación y dos actores) imaginándomela ahí. Voy desde chico a esa casa, sabía que era hermosa y además me facilitaba el diseño de producción porque en cierta forma era como que no tenía que hacer locaciones. Simplemente pensaba una escena, iba y la filmaba. Eso fue muy a favor, sobre todo sabiendo que era una película chica que tenía que filmar rápido. Todo lo que pasa, lo conozco. La escribí casi como algo autorreferencial, como si yo fuera ese personaje al que le llega un amigo de la infancia que ahora le gusta y le pide trabajo cuando está solo en la casa. Es la fantasía, la idea de jugar con el deseo, con lo que a uno le gustaría que le pase; como una suerte de amor ideal.

–La idea de la relación entre el deseo y lo prohibido está presente en todas sus películas. ¿Qué le interesa de esas cuestiones?

–Me gusta lo complejo de las relaciones entre hombres de nunca entender lo que quiere el otro o si le gusta lo mismo que a uno, toda esa cosa que no es tan fácil porque la gente no anda por el mundo con una etiqueta que dice “soy gay”. Con los homosexuales siempre pasa eso, primero tenés que saber si le gustan las personas de su mismo sexo y después si le gustás vos, entonces es el doble de trabajo que con una mujer. Obvio que está la posibilidad que a ella también le gusten las mujeres, pero el 90 por ciento son heterosexuales, entonces las probabilidades son mayores.

–Muchas críticas escritas durante el Bafici catalogaron a Hawaii como una continuación de sus obsesiones. ¿Está de acuerdo?

–Complemente. Creo que toda mi obra va a girar sobre mis obsesiones personales. En un momento dudaba y me preguntaba si tenía o no que seguir haciendo cine gay, me preocupaba la etiqueta, pero cada vez me importa menos. Quiero seguir haciendo las películas que me gustaría ver y poder mostrar el mundo como lo veo yo. Para otras películas están Trapero, Martel, Katz, Rejtman, cada uno con una mirada personal. Hasta me parecería medio incoherente que de golpe empezará a hacer historias heterosexuales para conformar al público. No, no voy a especular con eso; no quiero que vengan 500 mil espectadores a ver mis películas. Filmo historias que creo que están buenas y que cuentan el mundo que a mí me interesa, y si toda mi filmografía tiene que ser siempre la historia de dos tipos que se conocen y se histeriquean hasta que se enamoran o se dan cuenta que funciona, no me importa demasiado. Si alguien descubre que lo que hago no le interesa, dejará de ver mis películas. Y si siente que lo satisface, seguirá viéndolas.

–Pero Mariposa, su último trabajo aún no estrenado, narra dos realidades paralelas protagonizadas por un hombre y una mujer; es decir, rompe con todo lo que usted dice...

–Totalmente, pero ésa es la segunda película que escribí y fue inmediatamente después de Plan B, que había sido bastante exitosa y yo estaba influenciado por la idea de que tenía que romper los esquemas y hacer otra cosa. Ojo, no digo que voy a hacer todas mis películas con temáticas gays, simplemente que no estoy cerrado a que pase eso, pero si se da, no me importa. Igual, se nota que Mariposa tiene todos los condimentos de mis películas: trabaja sobre el deseo y la prohibición, aunque sea mediante un hombre y una mujer; están todas mis obsesiones, pero puestas en escena de otra manera, con otra forma y otro género.

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