Sáb 20.06.2015
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CINE › LA TITIRITERA JULIA SIGLIANO Y EL MUNDO DE DONDO

La vida como un viaje

› Por Paula Sabatés

Julia Sigliano tiene una valija grande en la que guarda todos sus muñecos. Con ella recorrió ya más de quince países, entre Asia, América y Europa. Es la única titiritera argentina que trabaja en la compañía del francés Philippe Genty, uno de los referentes más destacados de los últimos cincuenta años en el campo de los títeres y las marionetas. Oriunda de Lincoln, provincia de Buenos Aires, fue convocada por el maestro luego de una audición que hizo para la reposición del famoso espectáculo Voyageurs immobiles. Con él se presentó, en 2011, en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Esa fue la última vez que actuó en Capital Federal, hasta ahora, que se encuentra presentando –por primera vez en esta ciudad y de forma independiente– su primer espectáculo solista, que también dirige. Se llama El mundo de Dondo y se verá sólo por tres funciones más (los sábados a las 17) en Teatro Pan y Arte, Boedo 878.

La obra traza un recorrido por la vida de Dondo, el personaje central, desde que está en la panza de su mamá hasta su adolescencia. Cuenta Sigliano que la obra se le apareció cuando una amiga quedó embarazada y le empezó a contar los cambios del bebé por nacer. “Me interesaron esas etapas y empecé a investigar y a trazar mi propio imaginario sobre el crecimiento”, desliza. Así, en la pieza se ven reflejados momentos clave de la existencia del niño, tales como su relación con su hermana mayor, su enfrentamiento a pesadillas y otros miedos, y su relación con el amor.

“Lo que más me costó, al momento de seleccionar qué contar, fue pensar cómo hacerlo tanto para niños como para adultos, porque quería que también hubiera guiños para ellos”, dice la titiritera, que logró un espectáculo de mucha calidad y variado en técnicas, en el que grandes y chicos se identifican, ya sea por reflejo de las situaciones narradas como por el humor con el que se narran algunos episodios clave del crecimiento humano.

–¿Le fue difícil construir todo ese imaginario al no ser madre?

–Sí, e incluso puede ser que cuando tenga un hijo vea el espectáculo y me parezca que hay cosas que no van. Pero el teatro te da la posibilidad de contar vivencias que te vienen desde afuera, así que me di esa oportunidad y jugué con los roles. En la obra no soy la mamá del personaje, pero muchos espectadores interpretan que sí, o que soy la tía, la enfermera o la niñera, y es válido porque lo que sí hay en la obra es toda una simbología de lo femenino, que me sale por el hecho de ser mujer.

–Estrenó la obra en varios países. ¿Nota diferencia en la recepción de los chicos de distintos lugares cuando viaja?

–No en lo que perciben de la historia pero sí en cómo la reciben. Según el país, los chicos están más o menos acostumbrados a ver títeres. Los que tienen menos hábito entran como en éxtasis. Se excitan mucho, participan todo el tiempo y todo les parece alucinante. En cambio, los que ya están más acostumbrados al ritual del teatro son de contemplar más y participar cuando se les pide. Disfrutan de otro modo. Más allá de eso, todos lo reciben muy bien. Hay algunos que son unos piojitos y cuando termina el show te dicen “gracias”, o “qué lindo es tu espectáculo”. Otros me regalan algo, lo que encuentren, sólo necesitan darme algo. Y eso es increíble para mí. También una satisfacción, porque trabajo para que les pase algo.

–¿Cómo fue la experiencia en la compañía de Philippe Genty?

–Alucinante. Logré mi objetivo profesional que era trabajar con él, sueño que tenía desde que vi un video suyo en la Escuela de Titiriteros del San Martín. También fue importante porque me permitió ver desde adentro cómo es una compañía de esa magnitud, algo a lo que los artistas independientes no estamos acostumbrados. Por otro lado, me sirvió como reflexión. Viajando miré para atrás en las decisiones que había tomado y me puse a pensar en cómo quería seguir. En el medio empecé con el proceso de esta obra, que fue mi punto de inflexión, el que permitió poder trabajar de esto de forma profesional. Con él aprendí a ser una titiritera orquesta, a ser a la vez realizadora, directora y titiritera. Si bien en un momento necesité otra mirada (la de Manuel Mansilla, el otro director del espectáculo y su pareja), aprendí a confiar en mi trabajo. Y fue paradójico, porque la obra narra la vida como un viaje, justamente lo que siento que es ella para mí.

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