Miércoles, 24 de junio de 2015 | Hoy
CINE › RODRIGO MORENO PRESENTA SU PELíCULA RéIMON
El director de El custodio y Un mundo misterioso sigue los pasos de una empleada doméstica en distintas casas, incluida una donde un grupo de estudio analiza El Capital, de Marx. “Es una película de ficción que toma elementos de lo real”, dice.
Por Oscar Ranzani
En 2005, cuando Rodrigo Moreno terminó de filmar El custodio, donde Julio Chávez interpretaba a un agente de seguridad de un político, se quedó enganchado con la idea de hacer una película con “personal de servicio”. Entonces escribió una historia con una empleada doméstica como protagonista, pero después se vio frente a una encrucijada: ficcionalizar una historia de alguien de la clase obrera con una actriz de clase media le parecía una farsa. “No me gustaba esa idea que tiene el realismo”, señala el director en diálogo con Página/12. Descartó el proyecto, se concentró en otra película y en 2011 estrenó en la Berlinale Un mundo misterioso. Años después, le interesó la idea de centrarse en el tema del mundo del trabajo. Y comenzó a entrevistar a diversas empleadas domésticas reales, claro. Hasta que se topó con una mujer, Marcela Días, quien había sido empleada doméstica pero, por entonces, trabajaba como guardia de seguridad de un edificio. Moreno decidió comenzar a filmar su vida o, mejor dicho, acompañarla en sus días, pero casi sin un horizonte concreto. Pero el cineasta sí tenía claro que el proceso de trabajo tenía que ser abierto. “La estructura de producción fue mínima, no teníamos nada más que una cámara y un micrófono que nos prestó la Universidad del Cine. Y, entonces, el equipo fue un director de fotografía, una asistente de dirección (que también hizo sonido) y yo”, recuerda. Este es el germen de su tercer largometraje solista, Réimon, lanzado en el Festival de Rotterdam y en el Bafici y que a partir de mañana se convertirá en el primer estreno argentino en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín tras las refacciones en ese templo cinéfilo que demoraron más de un año y que mostraron una gran ineficacia por parte del Gobierno de la Ciudad en cumplir con los plazos establecidos originalmente para reacondicionarlo.
Réimon acompaña los días de esta empleada doméstica que, según le contaba al cineasta, tardaba casi tres horas en llegar a su trabajo, entre tren, colectivo y caminatas y otro tanto para regresar a su casa en Florencio Varela. “Todo eso me pareció muy potente”, recuerda Moreno. “Y lo era en un sentido filosófico: la idea de alguien que destina casi todo su tiempo al trabajo. Y ese tiempo está dado no sólo por el trabajo en sí mismo, sino también por los traslados. Visualmente me atraía”, confiesa el director. En ese aspecto, Réimon tiene una cierta similitud con El custodio, por tener el ojo de un observador de una rutina. Pero uno de los realizadores del denominado Nuevo Cine Argentino fue por más: “Después apareció la parte de ficción que traje de aquel guión que había escrito años atrás: en una de las casas donde ella trabaja hay un grupo de estudiantes de Sociología o de Historia que se reúnen a leer El Capital, de Karl Marx”. A uno de ellos lo interpreta Esteban Bigliardi, que fue el protagonista de Un mundo misterioso, y que en esta película es la pareja de Cecilia Rainero. “Más allá de que Marcela no estaba trabajando como empleada doméstica, me interesaba que todo el encuentro con su trabajo y en los departamentos de clase media donde ella trabaja fuese ficción. Me gustaba recrear eso”, explica el director. Y esa contradicción entre la conciencia burguesa y la explotación laboral es uno de los tópicos de Réimon, que sigue la rutina cotidiana de esta empleada doméstica en clave de ficción observacional.
–¿Qué buscaba para el personaje que interpreta Marcela Días y cómo la eligió?
–No sé si buscaba algo muy preciso. No es algo que podía planificar ni decir: “Estoy buscando tal tipo de personaje o tal psicología”. Hay algo del encuentro con el otro que sucede o no sucede y es algo del orden de lo misterioso.
–Y de lo intuitivo, ¿no?
–Claro, hay energías que no tienen nombre. Ella me pareció un personaje muy pudoroso, por un lado. Y, paradójicamente, muy abierto a hacer una película. A la vez, ella tiene una elegancia que se corre del estereotipo de alguien de la clase baja, de la clase obrera que trabaja como empleada doméstica. La película no contó con vestuarista. Por lo tanto, el vestuario que utiliza Réimon (así la llaman sus empleadores) es el de Marcela. Ella usa sombreros como si fuese Woody Allen. Es un personaje muy particular en ese sentido. Y filmándola a ella me di cuenta de que el espíritu aristocrático no es una cuestión de clase, sino precisamente un espíritu. Y, entonces, me atrajo. Fue algo que fui descubriendo. Y también me gustaba la idea de que el equipo de rodaje no fuese una intromisión en su vida, sino que la acompañáramos en algunos momentos en su casa; en otros, en sus traslados (algunos son reales y otros fueron recreados). Por eso, la película está parada en un punto muy confuso entre el documental y la ficción. Claramente es una película de ficción, pero que toma elementos de lo real.
–A algunos documentales se los denomina “de observación”. Usted parece haber realizado una ficción “de observación”. ¿La definiría así?
–Es una mezcla de documental de observación, de ficción deliberada y de ensayo. Es ficción porque las situaciones que allí suceden no están tomadas de la vida real, salvo algunos momentos concretos en la casa de Réimon. Pero claramente Marcela no se llama Ramona ni le dicen Réimon. No es que exista como personaje, salvo en la película, lo cual es un hecho de ficción. Y digo ensayístico porque la película no tiende a construir una dramaturgia en donde haya pulsiones, juegos o intrigas, sino que más bien se para en tratar de observar el encuentro filoso entre las clases sociales, a la vez que se hace una reflexión sobre el tiempo que le destinamos al trabajo.
–Y esa tensión entre la clase baja y la clase media la aborda de una manera más bien sutil...
–Sí, claro. No me interesaba mostrar al de la clase media como alguien malo y al de la clase baja como alguien bueno. Para nada. La idea era contar la dificultad de ese encuentro antes que generar una conclusión sobre el mismo. Y también tiene que ver con mi propia dificultad como miembro de la clase media que filma a alguien de la clase baja. En la película subyace permanentemente.
–¿Y esa mirada como miembro de la clase media tiene un tono de autocrítica?
–La verdad es que no lo pienso desde lo que está mal y lo que está bien. Me interesa generar esa contradicción por el hecho de que es una ficción; o sea, gestarla, y no concluir nada. En todo caso, se completa con la mirada del espectador. No hay una intención de marcar nada. Simplemente hay contradicciones. Y las contradicciones no están ni bien ni mal: son parte del género humano. No me parece que haya que condenarlas: más bien hay una mirada de pregunta y de no saber muy bien qué sucede con todo eso. Yo no lo sé muy bien. Entonces, hago una película.
–En ese sentido, la lectura de El Capital es un hecho contradictorio en sí mismo porque lo estudian personas de clase media que tienen una empleada doméstica en su casa.
–Bueno, eso es una contradicción que no me parece mal, en tanto pertenecen a la clase media y, de repente, son burgueses que quieren tener su casa medianamente limpia y contratan a una empleada doméstica que trabaja de eso. A la vez, tienen la curiosidad de estudiar un tratado económico que habla sobre eso y sobre otras cosas más. Obviamente, el contenido de ese texto habla de la situación que ellos mismos están protagonizando y, al mismo tiempo, la película está hablando de gente que tiene el tiempo para poder leer un texto y hay gente que no lo tiene, que no dispone de ese tiempo. Además, el texto me parece vital y muy importante. La primera vez que yo decidí incorporarlo fue porque dije: “Estoy contando una historia sobre la relación que tiene alguien con el trabajo y la lógica misma del trabajo y de la relación del tiempo destinado al trabajo. Entonces, démosle lugar a alguien que habló y escribió muy en serio y largamente sobre el tema”. Y ahí monté esa pequeña ficción con estos personajes. Pero me parece que esto también cumple una función, pero no es una función didáctica sino más bien filosófica y estética. Me interesaba también toda la estética que se desprende de El Capital, del marxismo y del cine en relación con eso. Alguien podría decir: “Eso puede ser didáctico y es una bajada de línea”. No es la idea.
–¿La película es también una reflexión sobre el mundo del trabajo?
–Más que sobre el mundo del trabajo sobre la lógica del trabajo. Es una película centrada en el tiempo que nos requiere trabajar. Y digo “nos” porque también los que la hicimos nos ponemos, de alguna manera, en primer plano o en igualdad de situación frente al trabajo, porque al principio se declara cómo fue el proceso de producción de la película. Y eso me parecía que tenía que ser así.
–¿Por qué?
–Me parecía que si yo estaba hablando del trabajo de alguien en una película que es un poco ensayística y que, de alguna manera, muestra sus costuras, casi tenía la obligación de decir cómo había sido nuestra relación, al momento de hacer la película, con el trabajo y con el tiempo destinado al trabajo. Y por supuesto, la relación entre dinero y tiempo. Entonces, al principio, se desglosa a través de una serie de textos las horas destinadas, pero no para enarbolar la idea del cine independiente sino para contar cómo fueron nuestras propias condiciones de trabajo. Si la película hubiese sido una producción de un millón o de tres millones de pesos, con apoyos oficiales y con coproducción, habría hecho lo mismo.
–Teniendo en cuenta la inexperiencia actoral de la protagonista, ¿cómo fue el trabajo de dirección?
–En la medida en que no había grandes movimientos de ficción más que trabajar sobre ciertas acciones relativas a su trabajo, no me resultó difícil. El primer día de rodaje me demostró que no tenía ningún inconveniente frente a la cámara; es decir, no se amedrentaba ni hacía otra cosa que la que hacía cuando la cámara no estaba. Y la verdad es que eso también es un talento. Hay gente que tiene la capacidad de ignorar olímpicamente la presencia de una cámara y de una persona atrás de la cámara. En España se les dice “actores naturales”. Y me parece una buena definición. Yo creo que es una muy buena actriz natural. Y después, cuando la tuve que poner en relación con los demás actores, funcionó perfectamente. Tampoco yo tenía la intención de jugar las pasiones de ese personaje, porque ahí la película se hubiera puesto muy interpretativa.
–Buscó evitar la representación de la vida de la persona real, ¿no?
–Exactamente. No era ésa la intención. Entonces lo que tuve que recrear de su propia vida fueron cosas mínimas como bajar una escalera y subirse al tren. Después, el tren que se tomaba era el que la llevaba a su casa en Florencio Varela. Lo que tenía que actuar ella era una necesidad: “Che, me tengo que ir a tomar el tren”.
–Réimon es el primer estreno argentino en la Lugones después de la refacción con una demora inexplicable. ¿Cómo analiza lo sucedido y cuáles son las expectativas? ¿Por qué decidió esperar para estrenar en esta sala?
–Para mí, estrenar en la Lugones es un orgullo muy grande y me resulta también un orgullo que el director de programación haya decidido reinaugurar los ciclos de estrenos locales con Réimon. Decidí esperar porque siento que la película, al estrenarse allí, cobra un valor que no tendría en otras salas similares de la Ciudad, porque la Lugones tiene una condición cinéfila muy fuerte. Y para toda la gente que se formó –como yo mismo– en la Lugones siento que convoca a un público que puede tener un entendimiento importante con la película. Entonces, la esperé. Ibamos a estrenar el año pasado y después vino esta especie de catástrofe de parate irracional y absurdo. Y bueno, ahora veremos. Estamos contentos que ya tenemos el proyector. Y estoy súper contento con la posibilidad. Y, además, el día del estreno también se van a proyectar mis otras dos películas, El custodio y Un mundo misterioso. Y también eso muy positivo: será la primera vez que voy a ver tres trabajos míos en una misma sala y en un mismo día. Es un momento importante.
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