Mié 30.08.2006
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CINE › ULISES ROSELL Y “SOFACAMA”, EL FILM QUE SE ESTRENA ESTE JUEVES

“Lo cotidiano no es costumbrista”

En su debut en la ficción, el director de Bonanza hace centro en una familia algo disfuncional, encabezada por Cecilia Roth.

› Por Oscar Ranzani

Después de un comienzo exitoso con el documental Bonanza, Ulises Rosell, genuino exponente del Nuevo Cine Argentino –junto a otros jóvenes cineastas como Lucrecia Martel, Daniel Burman, Israel Adrián Caetano y Rodrigo Moreno, entre otros–, reniega de la actualidad del término. “Es hora de que deje de ser nuevo, es cine argentino”, afirma sin dudar, aunque reconoce que “estuvo bueno que hubiera una cuestión generacional, porque es mucho más contundente que autores inspirados individualmente”. Egresado de la Universidad del Cine, Rosell –director de El descanso, junto a Rodrigo Moreno y Andrés Tambornino– desembarca de manera solista en la ficción con Sofacama, un largometraje cuya trama terminó de aceitar en París, tras ser becado hace tres años por el Festival de Cannes para desarrollar el guión durante cuatro meses en la capital francesa.

Rosell convocó a un equipo de actores encabezado por Cecilia Roth, María Fernanda Callejón, Martín Piroyansky, Juan Pablo Garaventa y Nicolás Condito. Estos jóvenes actores representan a los hijos de Bernie (Roth), una artesana divorciada que invita y hospeda en su casa a Carmen (Callejón), una mujer a la que conoce poco y que se acaba de divorciar. Con el transcurso de los días, el sofá cama pasa a ser el escenario donde Leo (Piroyansky) –en pleno despertar sexual adolescente– empieza a fantasear con las curvas de Carmen. A su vez, Carmen pasará a convertirse en una figura invasora para la mente de Bernie que ve alterado el supuesto equilibrio familiar a partir de la presencia de esta intrusa.

“Para mí fue experimental”, dice Rosell sobre la convocatoria a una actriz de trayectoria como Cecilia Roth. “Cuando trabajás con no actores (que es algo que había hecho en El descanso) tenés que aportar todas las soluciones. Estás como modelando sobre algunas características que el otro lleva innatas y tirando una punta diciéndole ‘podés ir por acá’ o haciendo pequeños juegos como para que aparezca en el personaje y después en la pantalla. Pero la verdad es que había algo más complejo para armar, había unas contradicciones que tenía el personaje de Bernie que me gustaba poder explorarlas con alguien que aportara”, sostiene Rosell, quien luego de leer que la actriz quería trabajar con un director joven, no dudó en ofrecerle el rol de madre.

–¿Intentó reflejar esa cercanía con los personajes que logró en Bonanza, pero ahora desde la ficción?

–La idea era abordar algo más próximo, no ir en busca de una vida exótica como en Bonanza, sino que me daban ganas de filmar algo más cercano que pudiera pasar en la casa de al lado de la mía. Si bien en ningún momento se cuenta de qué clase social es esta familia, está bien claro que son porteños clase media y una madre con un pasado medio hippie. En cuanto a la cercanía es algo que me proponía contar. La película trata más sobre relaciones y sobre personajes y su vida cotidiana, antes que desarrollar una peripecia o una historia que tenga que ver más con el suspenso. No. Pasa más por vivencias, por identificarse con ese tipo de personajes.

–A primera vista se puede decir que es una comedia pero, a medida que transcurre la trama, es una historia más bien dramática con toques de humor. ¿Por qué la pensó de esta manera?

–El tema del humor es algo con lo que me encuentro antes que salir a buscarlo. En la base me interesaban unos personajes, estaba el triángulo compuesto por el hijo adolescente, la madre y la mujer deseada por el hijo. Y ese desplazamiento que hay de enfrentamiento con la madre que termina como desarmando un poco el quilombo en el que viven, pero que era un equilibrio hasta ese momento. Esa crisis me interesaba verla con cierto humor y que el acento estuviera puesto en las contradicciones: la tipa defendiendo su lugar de pilar de la casa y de la familia y los pibes cagándose de risa y diciendo “¿de qué orden estás hablando?”. O cuestionándola en las cosas más vulnerables. Todo eso no desarrollaba algo dramático profundamente, sino que tenía que ver con este tipo de enfrentamientos cotidianos. No es una premisa que yo me pongo: “Quiero hace reír”. Si sucede, mejor. Si la risa tampoco te hace perder la intensidad dramática, mejor aún. Ese es el punto que me interesa.

–¿Por qué decidió hablar de la vida cotidiana de una familia alejándose de un tono costumbrista?

–Pienso que lo cotidiano no es costumbrista. Me parece que el costumbrismo es lo que hace la tele cuando trata de tipificar en roles o en funciones sociales. Y la verdad es que para mí lo cotidiano está tan alejado de eso... No conozco ni a mis vecinos. Yo no viví nunca esa cosa de “el barrio”. Sin embargo, tengo un montón de cosas cotidianas que me gusta contar y me parece que definen a las personas. No pienso a lo cotidiano por el lugar de lo social, sino más bien de lo íntimo, de lo que sucede puertas adentro de una casa. De hecho, no se filma el barrio.

–¿Pensó esta película desde un punto de vista emocional? ¿Aspira a que la reacción del espectador llegue por esta vía?

–Fui consciente de que había algunas cosas que me gustan y que son más accesibles que otras o que las puedo compartir más. Si bien Bonanza es una película que la ve cualquiera y accede de forma muy emocional y directa, había algo de exotismo en eso que yo sentía que era como parte de un juego. Ahí lo que te identificaba era un padre con los hijos y la forma en que se relacionaban los hermanos. Me interesó tratar de lograr eso. Si existe un acceso a la película es el acceso emocional más directo, que tiene que ver con reconocer cosas de la vida cotidiana de uno.

–¿Por qué la idea de un padre ausente?

–Primero estaba la idea de la casa colapsada o de la casa que de afuera se ve así. La verdad es que me parecía que tenía que ver con una ausencia de lo más racional u organizativo, como esa cualidad que suele aportar el carácter masculino de lo expeditivo o que se puede resolver con cierto ingenio o dándose maña. En este caso, me parecía que había armado un universo que era un matriarcado. De poner una figura masculina, un padre, tenía que ser inexistente y le agregaba una dimensión de conflicto que yo sentía que el personaje de Cecilia Roth no tenía. Ella había decidido criar hijos sola y probablemente debe haber provocado que se vayan yendo los hombres. Fue loco. Yo nunca definía en el guión cuántos padres había habido en esa familia, pero siempre estuvo claro que había sido más de uno. Es como esa mina que se le van estrellando las ilusiones de la pareja pero igual va formando una familia, que es lo que ella verdaderamente disfruta. Es lo que le enrostra a la otra cuando se van enfrentando. Y es lo que la otra, con toda su libertad y hasta con su belleza, no puede lograr.

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