CINE
El cineasta taiwanés Tsai Ming-liang, uno de los más talentosos y originales de la escena contemporánea, presentó en Venecia No quiero dormir solo (Hei yanquan), en el que –según la crítica acreditada en el Lido– enfoca “el vacío como forma de arte”. El director de El río y The Hole señaló en Venecia que “es la primera vez que filmo en Malasia, el país que me vio nacer”, explicando la génesis de su película, seria candidata a uno de los premios principales. “No quiero... nace gracias a un sitio fascinante: un rascacielos a medio terminar cerca del penitenciario de Pudu, en Kuala Lumpur”, añadió. Según el realizador, desde hace tres lustros “el gobierno malayo se embarcó en una serie de proyectos edilicios que atrajeron a una enorme cantidad de trabajadores extranjeros de la construcción, la mayor parte de Bangladesh, que cuando terminó el milagro económico con la crisis asiática de fines del siglo pasado se quedaron en el país. Ese edificio es un residuo de esa época y con sus cimientos inundados y su desnuda armazón era ideal para ambientar ese mundo de ilegales víctimas de la soledad y de la exclusión”. El director quedó asombrado por la magnitud de las ruinas “que lo asemejaban a un teatro de ópera posmoderno”.
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