CINE › LO QUE VENDRA EN LA NUEVA DE JAMES BOND
El título número 24 de la saga del espía amenaza con revelar detalles de su vida familiar que siempre fueron un enigma. ¿Es necesario cambiar un personaje que funciona tal como es?
› Por Geoffrey Macnab *
Cuando la película número 24 de James Bond, Spectre, llegue a los cines europeos a fines de este mes, los espectadores descubrirán si Daniel Craig (en su cuarta película como el agente 007) finalmente se pondrá en contacto con su Roger Moore interior... o si será un regreso de Bond en modo Hamlet, agonizando sobre el sinsentido metafísico de ser un espía de acción en la era de Edward Snowden.
Como siempre, a medida que se acercaba el estreno de una nueva película del espía británico hubo ardientes especulaciones sobre qué giros ensayará Bond esta vez. Las conversaciones entre distribuidores internacionales (que aseguran ya haber visto la película) señalan que la franquicia está volviendo a las fuentes: no habrá arqueos de cejas y guiños cómplices para Moneypenny. pero tampoco un neurótico ombliguismo autoindulgente. El trailer parece respaldar estas versiones. “¿Es esto lo que realmente quiere, vivir en las sombras, cazando y siendo cazado, siempre solo?”, le pregunta al Bond de Craig la Doctora Madeleine Swann (Léa Seydoux). “No dejo de pensar en ello”, responde alegremente él, descartando su línea de interrogatorio.
De cualquier manera, el director de Spectre, Sam Mendes, le habló recientemente a un periódico británico sobre la importancia de erradicar “las bromas autorreflexivas, las bromas a secas, los guiños”, y de hacer un Bond “real” y “emocional”. Mendes sugirió que es un proceso que comenzó con el director Martin Campbell en Casino Royale y que él decidió seguir en Skyfall y Spectre. Incluso han corrido rumores de que, en Spectre, Bond “finalmente encontrará a su familia”.
Una de las principales razones por las que la franquicia Bond se ha mantenido durante 50 años es precisamente porque Bond no tiene una historia detrás. Como personaje, llegó a la pantalla completamente formado. En Dr. No, su personalidad ya estaba tan perfectamente ajustada como la chaqueta de noche que lucía en la mesa de apuestas. Este no es un hombre propenso a la introspección, o que se fije en el pasado o que se pregunte cómo puede cambiar en el futuro. No está preocupado porque un colega le ponga los cuernos. Es promiscuo, pero o tiene un bajo conteo de espermatozoides o un record sin falla en los anticonceptivos: sus mujeres nunca quedan embarazadas. No tiene parientes más viejos que deba llevar al hospital, ni pañales que cambiar ni chicos que recoger en la puerta de la escuela. Nadie le da tortas de cumpleaños y nunca lo llama un ex compañero de escuela. No envejece. Las mismas observaciones que se le hacían en Skyfall sobre sus intensas actividades nocturnas como obstáculo para estar en forma ya aparecían en Dr. No.
“Ese es básicamente Bond. Todos tienen una versión diferente en sus cabezas”, señaló Mendes, y apuntó a que siempre hay gente protestando porque las películas son demasiado divertidas, y otros porque no lo son lo suficiente. Sus apuntes dan una pista sobre el secreto de Bond. El agente 007 es un personaje de tan monumental superficialidad que cualquiera puede proyectarse en él. Lo definen sus gadgets, armas, autos, ropas y amantes. Invocar su infancia, ponerlo en la silla del psiquiatra o traer a su familia a la pantalla sería un enorme error.
Craig siempre se ha aproximado a Bond con la determinación y rigor del Método, tratando de excavar bajo la piel de un personaje peculiarmente problemático y complicado. Puede verse por qué el actor sigue ese camino: cuantos más detalles absorbe, más rica es su performance. Craig describió a Bond como “un misógino”, y alguien “con serios problemas”. Preguntarse qué es lo que lo hizo así es arriesgarse a minar su mística. La brillantez de Craig en el rol descansa en el modo en que es capaz de dar algunas pistas sobre una vida interior que los espectadores de Bond saben que en realidad no está allí. Los guionistas detrás de Bond han ido ejecutando en el último medio siglo una delicada tarea de balance, tratando de mantener lo que Richard Maibaum (quien escribió más películas de Bond que ningún otro guionista) llamó “el balance apropiado entre el suspenso, el sexo y la diversión”.
En todo este camino, el espía ha tenido sus momentos emocionales. Mucho antes que Daniel Craig, el Bond de George Lazenby tuvo que lidiar con el hecho de su flamante esposa, la condesa Tracy Di Vicenzo (Diana Rigg), asesinada frente a él en Al servicio de su Majestad. “Está bien. Está bien en realidad, solo está descansando”, le dice el angustiado agente al policía que se presenta en el lugar, sosteniendo el cuerpo en sus brazos. “No hay apuro, tenemos todo el tiempo del mundo”. Es una pieza de atroz actuación por parte de Lazenby, que no luce afectado en absoluto. En lugar de eso se lo ve avergonzado de haber sido atrapado en un momento tan íntimo. Es la manera en la que nadie quiere ver a Bond, y la única sorpresa fue que Lazenby no guiñara un ojo para hacer saber a ciencia cierta al espectador que sólo está fingiendo su pena. Afortunadamente, la escena llegaba de todos modos al final de la película, lo que significó que, para el momento en que se hizo la siguiente película Bond, Los diamantes son eternos (nuevamente con Sean Connery en el papel principal), la Condesa Tracy ya estaba largamente olvidada. Timothy Dalton también fue exhibido al borde de las lágrimas, para indignación de muchos seguidores de la saga Bond. Dalton era mejor actor que Lazenby e incluso ponía más alma que Craig en el rol. Su Bond parecía menos confortable con la violencia que ningún otro. Quizá esa fue la razón por la que duró solo dos películas.
Generalmente, la serie Bond se las ha arreglado para auto corregirse. Si se inclina demasiado en una dirección, siempre se moverá con firmeza hacia otra. Como apuntó Maibaum, las novelas de Ian Fleming generalmente hicieron uso de los mismos ingredientes: “Un villano monstruoso, escenas de tortura, juegos de cartas, la protagonista femenina involucrada con el bando opuesto, etcétera”. El truco era tejer los guiones cinematográficos de manera tal que el “asunto amoroso”, el suspenso y los elementos cómicos estuvieran siempre correctamente alineados. Ahondar demasiado en las memorias de James Bond podía significar una manera certera de desbalancear la efectiva máquina de dinero que Broccoli y Saltzman pusieron en funcionamiento hace más de medio siglo.
James Bond, el agente 007, siempre miró hacia adelante. Nunca hacia atrás. Es por eso que, a pocos días de su estreno (los cines argentinos la recibirán el próximo 5 de noviembre), Spectre ofrece un prospecto a la vez tan tentador como preocupante. Incluso su título invoca recuerdos de la oscura organización contra la que Bond peleó en los primeros títulos. En el trailer se ve su nombre escrito a mano en un memorial que recuerda a aquellos que cayeron sirviendo a su país. El villano que interpreta Christoph Waltz, el “autor de todos sus dolores”, parece desesperado por hundir sus garras en el pasado de Bond y atormentarlo de esa manera. Eso eleva las posibilidades de un Bond más traumatizado, neurótico y cargado de consciencia de lo que nunca antes se haya visto. Y no es un panorama que nadie desee demasiado.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux