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Dos películas argentinas fueron las protagonistas de las proyecciones de ayer en las secciones paralelas independientes del 63er. Festival de Venecia: Mientras tanto, de Diego Lerman (foto), y El amarillo, ópera prima de Sergio Mazza. Lerman, ganador del Pardo de Plata del Festival de Locarno (2003), vuelve a tejer con Mientras tanto una compleja trama de relaciones entre personajes que coinciden en un determinado espacio y que tratan de sobrevivir a una situación de necesidad. El realizador especificó que, “aunque algo de la crisis económica de 2001 se transparenta en el film, en realidad no quería hablar de eso, sino de una mezcla de personajes en un mosaico de situaciones”. “No quise mostrar una Buenos Aires for export, sino contar la ciudad a través de personajes de distintas clases sociales que tratan de superar diferentes problemas”, agregó Lerman. Mazza, por su parte, se definió en el encuentro con la prensa en Venecia como “artista plástico” y relató que su encuentro con el arte de la cantautora Gabriela Moyano, hacedora de canciones tristes y melancólicas, son una parte esencial de la película. Realizado con un presupuesto increíble (el equivalente a mil euros, aunque en la Semana de la Crítica en Venecia hay uno italiano que costó apenas la mitad), el largometraje se presenta como un canto al arte de Moyano y a los sentimientos impalpables que a fuerza de constancia logran su propósito. Según contó Mazza, “no tenía un guión, no tenía una locación ni dinero, sólo las canciones. El guión se fue improvisando contagiado por el paisaje”, confió. En el festival también tuvo lugar un homenaje cuando se entregó el León de Oro honorífico por toda su carrera a David Lynch. A cambio, el director estadounidense, uno de los más innovadores del cine contemporáneo, ofreció fuera de concurso su nuevo trabajo, Inland Empire. Lynch, de 60 años, aseguró que es un gran honor recibir el León de Oro. “Los festivales celebran el cine, por eso son tan importantes. Lo extraño es que ayer tenía 19 años y hoy me dan este premio”, comentó irónico. En esta oportunidad ni siquiera el mismo Lynch sabía hacia dónde se dirigía cuando comenzó a rodar Inland Empire: cuando un periodista le preguntó cómo tendría que prepararse el público para esta película, respondió: “Cada película es entrar en un mundo nuevo, desconocido. No hay que tener miedo de utilizar la inteligencia y los sentimientos. El cine es un lenguaje tan bello y, como la música, va más allá de las palabras”. “Adoro los misterios y no saber qué es lo que va a pasar. Que se apaguen las luces, se abra el telón y entremos en otro mundo”, comentó. Por eso, se negó a explicar su película: “La película misma es la explicación”.
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