CINE › “LA NOVIA SIRIA”, DE ERAN RIKLIS
La novia siria aborda sin excesos los conflictos de frontera, mientras que Judíos en el espacio propone otro ensayo sobre la colectividad.
› Por Horacio Bernades
La propia gestación de La novia siria permite entrever ya el intrincado tablero étnico, político e identitario que la película despliega, en menos de hora y media. Con apoyo de capitales de su país, de Francia y Alemania, el realizador israelí Eran Riklis convocó a una coguionista palestina radicada en Israel (Suha Arraf) para desarrollar una historia protagonizada por drusos que fueron ciudadanos sirios hasta que en 1967 Israel anexó su territorio, ubicado en las Alturas del Golán. El gran desafío de La novia siria consistía en hacer pasar el camello de esa situación histórica y geopolítica por el agujero de aguja de lo cotidiano. Más concretamente, de una boda. Es posible que Riklis no haya ganado el reino de los cielos cinematográficos con su esfuerzo, pero no hay duda de que no descendió a ningún infierno.
El recurso del enlace como modo de narrar la dinámica de una familia o grupo étnico es de larga data y reconoce ejemplos tan diversos como El padre de la novia, El padrino, la india La boda, Mi gran casamiento griego e incluso la palestina Rana’s Wedding, vista en la edición 2002 del Bafici. Como en esta última, la actriz palestina Clara Khoury debe atravesar aquí una nueva odisea antes de casarse. La familia ha decidido que Mona (Khouri) se una con su primo Tallel, a quien no conoce y es toda una estrella de la televisión siria. Pero como Mona vive en el Golán junto con sus padres y hermana y Siria e Israel no mantienen relaciones diplomáticas, cruzar del otro lado representará no volver nunca más a su tierra. Mientras el novio viaja de Bagdad a la frontera, en las calles del pueblito druso se manifiesta en apoyo del hijo de Hafez El Assad, que en ese momento asume la sucesión de su padre muerto. Hammed, padre de Mona y activista pro-sirio (Makram Khouri, padre de Clara en la vida real), no se priva de ir a la manifestación, aunque la boda esté por celebrarse. Detrás de él va un comisario de la policía israelí, que lo sigue como el perro a la presa.
Si a esto se le suma el regreso desde el extranjero de los hermanos varones de la novia, la interdicción del hijo exiliado emitida por los ancianos de la aldea y el hartazgo de la tiranía conyugal por parte de la hermana mayor se advertirá que, además de abordar la explosiva geopolítica de la zona, Riklis y Arraf se han propuesto encarar también temas como la diáspora drusa, el choque entre tradición y modernidad y la pervivencia del machismo en las culturas musulmanas. Puede parecer demasiado para una película cuya extensión no llega a la hora y media, y es posible que lo sea. Pero lo cierto es que La novia siria se las ingenia muy bien para plantear todas estas cuestiones, evitando hacer de cada personaje una mera cifra y dándoles a varios de ellos personalidad propia, como sucede notoriamente con el tío-predador sexual.
Finalmente, todo deriva en una típica situación estilo Trampa 22, con el funcionario de la aduana siria negándose a legitimar la anexión israelí y su colega del otro lado atrapado en la madeja burocrática. Allí, en esa zona final, es posible que la alegoría se haga demasiado obvia. O el camello demasiado jorobado, para retomar el símil del comienzo.
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