CINE › “4 MUJERES DESCALZAS”, EL NUEVO FILM DE SANTIAGO LOZA
Con un tono bien diferente al de Extraño, Loza saca el máximo provecho de un ajustado cuarteto de actrices en un escenario reducido.
› Por Luciano Monteagudo
Es curioso. En Extraño (2003), su primer largometraje, el cordobés Santiago Loza hacía del silencio su piedra basal, el eje a partir del cual se constituía su protagonista, ese ex cirujano interpretado por Julio Chávez que parecía haber perdido definitivamente –por razones que el espectador sólo podía inferir o imaginar– la fe en la palabra. Había una determinación, casi un juramento, que hacían que ese personaje se limitara a decir lo mínimo indispensable, y a veces incluso menos. Por el contrario, 4 mujeres descalzas, la nueva película de Loza, que escribió durante la Residencia del Festival de Cannes (una suerte de laboratorio en el cual la muestra francesa beca a un puñado de directores emergentes para que desarrollen sus nuevos proyectos), gira obsesivamente alrededor del diálogo, de la palabra.
Pero hay mucho más en común entre el primer y el segundo film de Loza que lo que puede hacer suponer esa brecha: se diría que las dificultades de comunicación son un poco las mismas, como si el director y guionista (que viene de la experiencia teatral, de la que no reniega) ahora quisiera explorar el revés de la trama, todo aquello que no puede llegar a enunciarse a pesar del esfuerzo por ponerle un nombre, por encontrarle expresión a un sentimiento.
El film de Loza también podría llamarse 4 mujeres solas: la soledad es una cifra, un signo común para cada una de ellas, por más que estén juntas o se busquen para mitigar su dolor o su angustia. Si para Loza están “descalzas” es porque están inermes, expuestas en toda su fragilidad, como si pudieran lastimarse al caminar por el mundo. Las situaciones son en apariencia cotidianas –una conversación telefónica, una comida en común, un acceso de risa o de llanto–, pero al mismo tiempo hay algo profundamente abstracto en esta pieza de cámara a cuatro voces: hay algo del orden de la fe en 4 mujeres descalzas, pero no en un sentido religioso, sino metafísico. Esas cuatro figuras solitarias tratan, a su manera, con todas sus limitaciones, de responder por qué se levantan cada mañana, por qué hacen lo que hacen y si hay algo –aunque sea ellas mismas– en lo que valga la pena creer.
Todas parecen atravesadas por estas preguntas, pero es el personaje interpretado por María Onetto el que funciona a la manera de una primera voz, que le da el tono al film. Es ella, en su inestabilidad, en su autoconciencia, en su duda intensa –está embarazada y no alcanza a saber realmente si quiere o no quiere tener a ese hijo–, quien va a marcar el ritmo de las otras tres mujeres, unidas en un lazo de solidaridad que las va consustanciando unas a otras, al punto que al terminar el film da toda la impresión de que se hubieran fusionado sus personalidades.
A diferencia de la gran mayoría del llamado Nuevo Cine Argentino, que trabaja a partir de una relación indisoluble con la realidad (y que en algunos casos lo acerca peligrosamente al más craso naturalismo), el film de Loza, por el contrario, transcurre casi fuera del mundo, en un departamento prácticamente vacío, que funciona como un escenario desnudo al que las actrices preñan de sentido. Afirmado en el estupendo trabajo de fotografía de Willi Behnisch –seco, justo, preciso– y en la ascética dirección de arte de Alejandra Taubin, Loza se dedica entonces casi entero a sus excelentes actrices: Onetto, más las cordobesas Eva Bianco, María Pessaquc y Mara Santucho. No necesita mucho más. Apenas algunos recursos de puesta en escena –unas insistentes llamadas de teléfono, una cortina plástica que vela la figura humana– le bastan para ir construyendo la tensión indispensable de un film arduo, exigente, que le requiere al espectador internarse en su propio tiempo sin regalarle nada a cambio.
7-4 MUJERES DESCALZAS
Argentina, 2005.
Dirección y guión: Santiago Loza.
Fotografía: Willi Behnisch.
Dirección de arte: Alejandra Taubin.
Intérpretes: Eva Bianco, María Pessaquc, María Onetto y Mara Santucho.
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