CINE › BUEN NIVEL EN LA COMPETENCIA ARGENTINA DEL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
Camino a La Paz, de Francisco Varone, e Hijos nuestros, de Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez, son ficciones sólidas, mientras que Los pibes, de Jorge Leandro Colás, y Los cuerpos dóciles, de Matías Scarvaci y Diego Gachassin, realzan al documental.
› Por Ezequiel Boetti
Desde Mar del Plata
“¡Esta semana no hay playa para nadie!”, gritan las estatuas de los lobos marinos a los cientos de acreditados que circulan por el Boulevard Marítimo a las corridas, catálogo y grilla en mano, de sala en sala, desde las 9 de la mañana hasta bien entrada la madrugada. El Festival de Mar del Plata viene ofreciendo cine en dosis de cantidad y calidad más que saludables y la Competencia Argentina no es la excepción. El tercer y cuarto día de proyecciones oficiales tuvieron dos óperas primas dignas de manos experimentadas –Camino a La Paz, de Francisco Varone, e Hijos nuestros, de Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez– y otro par de documentales de observación –Los pibes, de Jorge Leandro Colás, y Los cuerpos dóciles, de Matías Scarvaci y Diego Gachassin– que convirtieron en certeza lo que en la previa era sensación: a diferencia de los años anteriores, éste no hay películas de “relleno” ni de esas que están ahí por algún mandato burocrático antes que por mérito propio o decisión de los programadores.
El viaje como síntoma de cambio es quizá el mandato rector de toda road movie. Algo de eso hay en Camino a La Paz, pero también mucho más. Sebastián (Rodrigo de la Serna, igualito al protagonista de Show Me a Hero) es un tipo feliz y comodísimo en su apacible mediocridad hasta que su mujer pierde su trabajo y él tiene que salir a pelearla de remisero a bordo del Peugeot 505 legado por su padre. Padre que también legó otras cosas más íntimas y menos palpables cuyos detalles se irán develando durante el desarrollo. Uno de sus clientes habituales es un viejo cascarrabias y enfermo llamado Jalil (Ernesto Suárez), quien para sorpresa de Sebastián le ofrece que se encargue de llevarlo hasta la capital de Bolivia. Si todo suena a una típica historia de pareja dispareja que aprende a convivir la fuerza, se debe a que lo es. Lo particular es que, antes de cambiar, Sebastián parece ajustarse consigo mismo, reencauzar su norte desviado a fuerza de un pasado latente que el guión tiene la precaución de sugerir pero nunca subrayar. Tampoco se subraya el cambio de registro, que va del costumbrismo a la comedia y de allí al drama intimista con naturalidad y fluidez. La tersura del relato y una confianza absoluta en el poder de dos actores en estado de gracia terminan haciendo del de Francisco Varone uno de esos debuts que no lo parecen.
Juan Fernández Gebauer y Nicolás Suárez tampoco parecen operaprimistas. Codirigida por los dos y guionada por el segundo, Hijos nuestros respira fútbol aun cuando está alejada del césped. Hugo (Carlos Portaluppi, extraordinario) es tachero e hincha de San Lorenzo. Corrección: hincha y, en sus tiempos libres, tachero. En uno de sus viajes levanta a una mujer separada (Ana Katz) y su hijo, quien deja la billetera. Hugo decide devolvérsela y descubre que la descose. A partir de ahí, el film campea entre su vida personal –patética, solitaria–, la relación con el hijo y su madre, y la de los tres con el fútbol. El film es sólido en el delineamiento de sus personajes y en crear un mundo cuya opresión se diluye ante pasos de comedia al borde del surrealismo (la misa de San Lorenzo es notable), pero sobre el final incluye una de esas vueltas de guión forzadas que termina limitando al film a una historia de superación.
El fútbol es también amo y señor en Los pibes. La sinopsis del catálogo asegura que unos cuatro mil chicos se prueban anualmente para ingresar a las inferiores de Boca. De todos ellos ingresarán, con suerte, unos treinta. Los encargados de seleccionarlos son los cazadores de talentos, un grupo de hombres con mil canchas recorridas que con dos o tres movimientos son capaces de dilucidar el potencial futbolístico de los postulantes. También de escindirlos de la faceta humana. “El 2000 es muy bueno”, dice uno cuando, en pleno potrero, ve a un flaquito con la pelota atada. “¿Vos sos 96? No, andá, los 96 ya están en Primera”, dirá otro. Categorías, posiciones, goles a favor y en contra, partidos jugados: si hay algo que atraviesa de punta a punta el universo del tercer largometraje de Jorge Leandro Colás (Parador Retiro, Gricel) son las cifras, marcando que el componente numerológico y analítico hacen del deporte más popular del mundo algo infinitamente más complejo que un juego.
Los reclutadores tienen muy en claro lo anterior, pero no los jugadores. El choque entre el conocimiento y la dinámica mercantilista de los primeros y las ansias inocentonas y lúdicas de los segundos genera una tensión de la que el film se hace cargo poniendo en tela de juicio toda la supuesta benevolencia detrás de las actitudes y gestos de los cazadores. Más aún cuando éstos se muestren dispuestos a todo con tal de quedarse con quienes pintan para crack, incluso “robarlo” a un club más chico. Más cercano a la observación no intrusiva de Parador Retiro que de la vertebración clásica y expositiva de Gricel, Los pibes perderá algo de potencia cuando intente hacer aquello que los reclutadores no hacen: preocuparse por los chicos, escucharlos.
Otra película que escucha es Los cuerpos dóciles. “Estoy cansado de toda esta realidad”, dirá en algún momento su protagonista. La afirmación podría sonar hiperbólica, salvo porque si hay algo que Alfredo García Kalb conoce muy bien es justamente “la realidad”. O, al menos, “su” realidad, que es también la de las miles de víctimas del sistema penitenciario. Porque además de un clásico documental de observación y el estudio de un personaje interesantísimo, Los cuerpos dóciles es el retrato de un sistema que hace décadas dejó atrás su función correctiva original para devenir en el más liso y llano castigo. Dirigido a cuatro manos por el debutante Matías Scarvaci y el más experimentado Diego Gachassin (Vladimir en Buenos Aires, codirector de Habitación disponible), el film acompaña a este abogado penalista, padre de familia y batero de una banda de rock, que dedica su vida a defender criminales no por fama ni mucho menos dinero, sino por la convicción altruista de que todos merecen una segunda oportunidad. Altruismo auténtico aun cuando por momentos dé la sensación que García Kalb esté consciente del dispositivo que lo rodea y “actúe” para la cámara.
Durante poco más de una hora, él muestra una tendencia innegociable a ponerle el cuerpo a los deseos de sus tres hijos. También a sus largos recorridos por el conurbano, a sus intentos de contener los familiares de sus defendidos y a esos diálogos de igual a igual con ellos en los que se apropia del argot de la calle sin un ápice de superioridad ni mucho menos suficiencia para aplicarlos a una sinceridad que raya lo brutal: “Si es tu palabra contra la de él, le van a creer a él y no a vos porque vos tenés antecedentes y él es policía”, le dirá a uno de sus dos defendidos, sentados en el banquillo a raíz de un robo a una peluquería, caso que sirve de hilo conductor de un relato cuya brevedad es quizá su principal defecto: son tan apasionantes las formas de bajar a la práctica la letra siempre fría de la Ley que tiene García Kalb, que una película de 75 minutos queda corta.
* Los pibes se verá hoy a las 16 en el Aldrey 5. Los cuerpos dóciles, hoy a las 20.20 en el Paseo 1.
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