CINE › LA COMISIóN PROVINCIAL DE LA MEMORIA RECOPILó INFORMES DE ESPIONAJE SOBRE EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA
Archivos recientemente desclasificados de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, a los que tuvo acceso Página/12, revelan que durante años la muestra marplatense tuvo muchos espías como espectadores.
› Por Juan Ignacio Provéndola
El Festival Internacional de Cine en Mar del Plata está celebrando durante esta semana su edición número 30. Tamaña cifra revela el triunfo histórico de la propuesta, teniendo en cuenta las dificultades que el evento tuvo en sus primeras décadas para alcanzar continuidad: aunque la edición inaugural data de 1954 (con un antecedente experimental en 1948), recién a partir de 1996 empezó a realizarse todos los años de manera ininterrumpida.
Ya en aquellos tiempos fundacionales, el festival se proponía apoyar la cultura cinematográfica nacional y, al mismo tiempo, acercar las producciones mundiales al público argentino. Para los servicios de inteligencia, en cambio, esto era leído de otra manera: el evento podía servir para propagar ideas subversivas criollas e importar las extranjeras. Por eso mismo fue que los organismos de espionaje realizaron intensas tareas con el objetivo de estar alerta ante aquellos “peligros”.
Esta interpretación se desprende de los archivos recientemente desclasificados de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. La Dippba, que funcionó entre 1956 y 1999, efectuó trabajos de seguimiento, registro y acopio de información sobre el Festival Internacional de Cine Mar del Plata durante la primera era del evento, interrumpido entre 1970 y 1996. En aquellas ediciones, los agentes de espionaje de la Bonaerense realizaron informes sobre el contenido ideológico de películas nacionales y extranjeras en proyección, reunieron y clasificaron material de prensa y difusión, registraron el alojamiento y los movimientos de las distintas comitivas y prestaron particular atención a las delegaciones de los países ubicados al otro lado de la Cortina de Hierro.
La información sale a la luz gracias al trabajo de la Comisión Provincial por la Memoria, que administra el material de la Dippba desde que esta fue cerrada y que ahora lo divulga. La selección de documentos incluye informes de inteligencia publicados en un dossier sobre el Festival de Cine de Mar del Plata, al que Página/12 tuvo acceso de manera exclusiva días antes de su difusión.
Aunque hubo un antecedente en 1948, todos coinciden en señalar como hito iniciático del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata a la edición de 1954. En ese entonces, el evento no tenía el perfil competitivo que comenzaría a desarrollar con posterioridad (y que lo caracteriza hoy día). Tal vez haya sido por eso que ningún actor ni ninguna película logró concitar tanta atención como la del por entonces presidente Juan Domingo Perón, quien se hizo presente en la ciudad para asumir el padrinazgo simbólico del festival.
La presencia de Perón movilizó una numerosa cantidad de organizaciones y simpatizantes de toda la región en la de la zona de la rambla, donde el General brindó un acalorado discurso. Lo primero que hizo Perón fue ver “Buenos Aires en relieve”, el primer film tridimensional producido en Argentina y reestrenado en julio pasado en el Cine Gaumont luego de ser hallado en un rincón perdido del Archivo General de la Nación. Una foto memorable muestra a Perón en la sala del cine marplatense Atlantic, concentrado en la pantalla con unos lentes 3D.
La edición siguiente del festival se realizó recién 1959. Media década que pareció un siglo: allí transcurrieron los primeros años de proscripción peronista. La Argentina de fines de los ‘50 lucía completamente diferente a la de 1954. Así lo deseaba el poder militar, entreverado en el gobierno de facto que administró el país entre 1955 y 1958 y también en el de Arturo Frondizi, presidente de Argentina en el festival de 1959.
El evento anterior, el del 54, estuvo teñido por toda la simbología peronista. No es difícil imaginar que esta sola vinculación provocó el interés de los servicios de inteligencia, quienes procuraban despejar a las posteriores reediciones de estas añadiduras inconvenientes.
Un informe titulado “Festival cinematográfico”, con fecha del 11 de marzo de 1959, da cuenta de todos los movimientos que hubo en la jornada inaugural. La primera parte del escrito anticipa el arribo de un tren que trasladaba desde Buenos Aires hasta Mar del Plata a una numerosa delegación de participantes.
En la misma se detallan con nombre y apellido gran parte de la lista de pasajeros, entre los que se destacan Graciela Borges, las hermanas Silvia y Mirtha Legrand, Daniel Tinayre, Gilda Lousek, Malvina Pastorino, Lolita Torres, Olga Subarry (sic), Isabel Sarli, Hugo del Carril, Raúl Rossi, Angel Magaña, Narciso Ibáñez Menta, Alberto de Mendoza, Lautaro Murúa, Luis Sandrini, Leonardo Favio, Nathán Pinzón, Héctor Olivera y Leopoldo Torre Nilsson. También figuran representantes, periodistas y directivos de organismos como el Instituto Nacional de Cinematografía (organizador del festival) y autoridades políticas.
En un anexo se describe un episodio que alarmó a los organismos de seguridad: el atentado que sufrió el tren a poco de arribar a Mar del Plata. “A la altura del kilómetro 388 de las vías del Ferrocarril Roca se produjo una fuerte explosión”, escribió el agente. “Al oírla, el Jefe de la Estación Camet se trasladó hasta el lugar de donde había partido el estruendo, constatando que en una alcantarilla había sido colocado un artefacto explosivo –presumiblemente una bomba– que produjo la rotura de parte de un pilar de ladrillo ubicado en el lado oeste y el levantamiento de unos cinco metros de vías.”
Aunque “el hecho no provocó víctimas ni otros destrozos”, el informante apunta que “el desperfecto demandó unas tres horas en su reparación”. El caos dominó la escena, ya que tuvieron que enviarse de apuro decenas de autos para poder rescatar a los aterrados pasajeros en medio de las vías y trasladarlos al centro de Mar del Plata.
Otro detalle curioso que arroja el informe es el párrafo dedicado al tristemente célebre Néstor Paulino Tato, encargado de aprobar y entregar las acreditaciones periodísticas para aquel festival. Mucho antes de hacerse conocido como censor cinematográfico, Tato ya insinuaba su talento para el trabajo que realizaría a punta de tijeras entre 1974 y 1980: el expediente releva la manera en la que le impugnaba el acceso a cronistas de distintos diarios marplatenses.
Después de un extraño cambio de sede a Buenos Aires en 1964, el evento volvió a realizarse el año siguiente en Mar del Plata. La aparición del entonces denominado “Nuevo Cine Argentino” le dio cartel a realizadores jóvenes. Entre ellos, a un tal Leonardo Favio, que en ese festival estrenó su primer largometraje: Crónica de un niño solo. La película era protagonizado por Polín, un purrete sin recuerdos pasados ni esperanzas a futuro. Sin infancia, básicamente. Era, en esencia, la propia historia de Favio, criado entre orfelinatos y reformatorios.
La única exhibición programada había generado tanto interés que fue necesario agregar dos funciones adicionales. El film mostraba una imagen completamente distinta a la que la cultura dominante de ese entonces pretendía imponer sobre la niñez. Motivos suficientes para demandar la atención de los espías del orden impuesto, encarnados en este caso por los agentes de inteligencia de la Policía Bonaerense.
En consecuencia, la Dippba armó un legajo con todas las expectativas y repercusiones generadas por la película en Mar del Plata. Entre ellas, aparece una entrevista publicada en la gacetilla del propio festival, donde Favio confesaba: “Quiero mostrar la vida de los niños en el reformatorio y referir la problemática social de quienes viven en barrios de emergencia y marginados de la sociedad, para mostrar un mundo que muchos ignoran o fingen desconocer”.
Más adelante, el director levantaba otra bandera urticante: “Creo muy firmemente en la libertad total de cada creador”. Más acorde al interés del público que de los espías, la película recibió en 1965 el premio del Jurado y también el de la Crítica. Y, cincuenta años después de aquella exhibición reveladora, Crónica de un niño solo vuelve a ser proyectada en esta edición del Festival de Mar del Plata, lugar donde se estrenó la ópera prima del inmortal Favio.
Leopoldo Torre Nilsson fue uno de los protagonistas excluyentes de la primera década del Festival de Mar del Plata. Así lo certifican no sólo los distintos galardones que recibieron sus películas, sino también la insistencia con la que los servicios de espionaje posaron sus ojos sobre él en aquellos tiempos. Tan así fue que el informe de inteligencia que la Dippba confeccionó en la edición de 1966 está exclusivamente dedicado a Torre Nilsson y a la proyección de El ojo de la cerradura, película que el director presentaba ese año.
“El argumento muestra al actor principal como a un fanático miembro de uno grupo de terroristas, con marcada tendencia nacionalista. En una de las secuencias se observa un acto de desagravio a Domingo F. Sarmiento y posteriormente se aprecia un atentado contra el creador del acto que hacía apología del prócer. Sin hacer mención expresa, se deja entrever en el argumento una inclinación favorable al grupo Tacuara”, explica el informe redactado el 8 de marzo de 1966, que de todos modos concluye afirmando que “la película fue presenciada por 800 personas y todo transcurrió en absoluta normalidad”.
El ojo de la cerradura también se conoció como El ojo que espía. Era la traducción literal de The Eavesdropper, nombre con el que la comercializó Columbia Pictures, coproductora del film. La película estaba basada en una idea original de Beatriz Guido, esposa de Torre Nilsson, y tuvo en el reparto a talentos de distintas nacionalidades, entre ellos, la argentina Marilina Ross. “Quise describir un trozo de una realidad argentina y auténtica. Los personajes son reales. Existen, están entre nosotros y, si bien representan a un sector minoritario de nuestro país, generan conflictos que afectan a toda la comunidad”, explicó en su momento Torre Nilsson. A pesar de esto, la obra logró ubicarse por encima de las polémicas y ganó el premio al Mejor Argumento del Festival de 1966.
La edición de 1968 (una de las últimas antes del largo hiato entre 1970 y 1996) estuvo precedida de encendidas polémicas por la escasa inclusión de películas argentinas en el programa oficial: Bicho raro, de Carlos Rinaldi, Che, OVNI, de Aníbal Uset, y Los traidores de San Angel, de Leopoldo Torre Nilsson fueron los únicos films nacionales exhibidos en aquel festival. Un informe de la Dippba detalla las reuniones celebradas en Buenos Aires y hasta la intervención de delegaciones extranjeras para lograr revertir esta situación, aunque sin éxito. Una vez más, Torre Nilsson fue observado de cerca por los espías, quienes se camuflaron en la proyección de su película y advirtieron “algunos desórdenes y silbidos destemplados”.
Sin embargo, no era la escasa programación de films argentinos lo que más inquietaba al organismo de inteligencia, sino la presencia de delegaciones de países “situados al otro lado de la Cortina de Hierro”. Sucedía que, aprovechando estas visitas, la Cámara de Exportadores de Mar del Plata (que nucleaba a los principales comerciantes de la ciudad) había decidido extender el convite a funcionarios y representantes diplomáticos de esos estados. El peligro rojo se activaba en la Perla del Atlántico.
Un numeroso operativo fue destinado a seguir cada movimiento de actores, directores y diplomáticos, sobre todo de aquellos provenientes de la Unión Soviética. Así, el informe describe visitas a la Bolsa de Comercio, a una fábrica de tejidos y a la vecina ciudad de Miramar. Incluso se mencionan contactos con “conocidos comunistas locales”. Pero las tareas no sirvieron de mucho, ya que no fueron reportados incidentes dignos de mención. He aquí acaso la razón de ser de los servicios de inteligencia: sembrar miedos difíciles de verificar.
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