CINE › RAUL PERRONE ESTRENA DOS PELICULAS A FALTA DE UNA, FAVULA Y RAGAZZI
Siguiendo el camino iniciado por P3nd3j05, el vecino más popular de Ituzaingó se aleja cada vez más del realismo crudo de sus comienzos para buscar nuevos caminos. “En este momento no puedo concebir una película hablada, no la soporto”, afirma.
› Por Oscar Ranzani
El cine de Raúl Perrone parece haber salido, al fin, de la tierra de Ituzaingó para internacionalizarse. Sus últimos dos largometrajes, Favula y Ragazzi estuvieron recorriendo el mundo: el primero ganó el premio del Jurado Internacional de la Crítica en el Festival de Viña del Mar, luego de un exitoso recorrido que comenzó en la Selección Oficial del Festival de Locarno y continuó –además de Mar del Plata– en Valdivia, y nada menos que en la emblemática Viennale, de Austria, donde Favula se exhibió junto a una restrospectiva de la obra de este patriarca del cine independiente. Ragazzi, en tanto, inició su camino internacional en la Selección Oficial del Festival de Roma, y luego en San Pablo y Cartagena, tras su paso por el Bafici. ¿Cambió Perrone? ¿O es un reconocimiento tardío a un realizador tan prolífico como autodidacta? Si bien el cambio no empezó con estos dos films sino con P3nd3j05, con el que tienen similitudes estéticas y narrativas similares, en esencia es el mismo director, sólo que va incorporando nuevos modos de abordaje. Favula y Ragazzi se estrenan hoy en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín y a partir de mañana también en el Malba.
Al momento de hablar de la repercusión que tuvieron sus películas en importantes festivales internacionales, El Perro no se sube al caballo: “Lo estoy tomando tranquilo porque esas cosas no sé por qué pasaron pero a partir de P3nd3j05 hubo un interés muy grande de los festivales europeos y después pasó con Favula y Ragazzi”, confiesa Perrone en la entrevista con Página/12. “Pero no le encuentro explicación ni tampoco me preocupo demasiado. Lo disfruto porque es el premio a todo lo que he laburado sin correrme ni un milímetro de todo lo que he hecho y de lo que sigo haciendo, ya que sin depender del Estado ni de fundaciones he llegado a donde he llegado”, agrega.
Uno de los cambios más notorios en Favula es que el vecino más popular de Ituzaingó no eligió a su “tierra prometida” como escenario sino que recreó un ambiente –mediante un sistema de proyección de imágenes en un galpón– con un bosque inmerso en un mundo de fantasía. En ese contexto, una chica joven es vendida por una bruja a unos cazadores proxenetas y es obligada a prostituirse. Ragazzi, en tanto, se parece a una sinfonía en dos movimientos: el primero aborda libremente los días previos al asesinato de Pier Paolo Pasolini, pero totalmente alejado de lo biográfico. El segundo movimiento marca nuevamente un cambio de locación en Perrone ya que sucede –y en parte fue filmado– en Córdoba, donde puede observarse cómo se entretienen dos carreros jóvenes quienes en medio de un calor extremo dejan su caballo y se refrescan en un río.
–Si se habla de fronteras al pensar la internacionalización de su cine, también se puede hablar de fronteras al momento de filmar: en Favula modificó el contexto. Ya no es el mundo urbano de Ituzaingó sino uno cuasi natural y de fantasía. ¿Cómo fue la elección del escenario y el rodaje?
–Trabajamos en una fábrica abandonada. Mi idea era hacer una selva a escala y la verdad es que sabiendo que nunca cuento con un peso era imposible. Pero siempre me gusta pensarlo para ver qué puedo resolver en cuanto a eso. Lo que trabajamos ahí fue un viejo sistema con un proyector y una pantalla. Entonces, proyectaba cuadros de paisaje y hacía trabajar a los actores delante de eso. Y después en edición los fui tratando de meter y tenía en mi mente el tema de la selva. Y entonces hablé con una escenógrafa, Jennifer Sankovic. Y le dije: “Me gustaría hacer una maqueta así”. Nos armó una maqueta y filmé encuadres de la maqueta ya pensando en lo que tenía pensado de la película y lo metí. Así que terminé haciendo lo que quería con algo mucho más difícil y más chico pero también muy artesanal.
–¿En qué está inspirada Favula? ¿Es una fábula moderna?
–No sé si es una fábula moderna. Juego mucho con el sentido de las palabras, con la “v” por ejemplo. Una vez leí un cuento africano anónimo. Siempre las fábulas tienen que ver con los animales que hacen cosas. Entonces, tocar el tema que toca la historia es muy serio. Y tratarlo a nivel de fábula me permitió seguir jugando con lo que había hecho en P3nd3j05, nada más que me fui mucho más allá. Jugué con un montón de elementos que eran muy interesantes para mí.
–¿Y por qué la “v”?
–Estamos en 2015 y seguramente los intelectuales y los maestritos se van a enojar por lo que digo. Si yo le digo a usted: “Fábula”, usted no sabe si se lo digo con “b” o con “v”. Y si digo “Roberto”, y lo pongo con “v”, ¿cómo se da cuenta usted? Uno se da cuenta cuando se escribe. Por eso lo hago.
–¿Para molestar?
–Para molestar y también porque me gusta inventar mi propio lenguaje, como P3nd3j05 con números. A mí me gusta ese tipo de cosas porque me parece que el lenguaje también tiene que ser moderno, como son modernas las imágenes y un montón de cosas.
–Hay quienes sostienen que Favula es como un homenaje al cine ilusionista de Georges Méliès. ¿Usted lo siente así?
–No estoy nada de acuerdo. Nunca estoy de acuerdo con las comparaciones. Me parecen odiosas, estúpidas e innecesarias. Tanto Favula como Ragazzi se dieron en el tributo en Viennale y los críticos de Austria y Alemania, que son de primera línea, jamás las compararon con nadie. Hablaron de la película. Por supuesto que siempre hay referencias pero Méliès jamás podría ser un referente para mí.
–Como antes en P3nd3j05, tanto en Favula como en Ragazzi la música juega un rol fundamental, estructurando la narración...
–Sí, pero con otras vueltas de tuerca porque hay ópera y otros temas y ya en Ragazzi hay versiones de temas de rock de Led Zeppelin, Los Beatles y algunos más. Les pedimos a los músicos que hicieran versiones de esos temas que ellos no estaban acostumbrados a escuchar. Ahí ya hay un cambio y vendrán nuevos cambios a nivel de la música porque tampoco me gusta repetirme en lo que hago ni en las fórmulas que sé que funcionan. Pero también yo necesito ir creando nuevas formas de narración.
–¿Estas dos películas demandaron más trabajo de montaje que de rodaje?
–Todas mis películas demandan más trabajo de montaje que de rodaje. Antes trabajaba mucho más rápido porque yo no editaba. A partir de Las pibas empecé a editar y a hacer todo yo. Entonces, me lleva mucho tiempo trabajar con una película. En realidad, filmo en seis o siete días con jornadas de dos, tres o cuatro horas, siempre una vez por semana. Pero después estoy mucho tiempo editando: tres o cuatro meses, porque soy obsesivo.
–Algo muy notorio en las dos películas es la ausencia casi por completo de diálogos que era una marca de su cine. Fue otro cambio que empezó con P3nd3j05...
–Sí, empezó con P3nd3j05. Fue una jugada dejar el diálogo, porque yo siempre he puesto mucho interés en eso y mis películas se caracterizaban porque –como suelo decir– la gente hablaba como la gente. No era nada impostado. Hasta tal punto que muchos pensaban que eran documentales. Ahora, en este momento no puedo concebir una película hablada. No la soporto.
–¿Si antes le daba más importancia a la palabra ahora le da mayor relevancia a lo poético?
–La poesía siempre estuvo en mis películas. Yo siempre en mis películas traté a la gente humilde con mucho respeto y dignamente. Nunca hice una apología de la pobreza. Siempre hubo poesía en mis películas. Pero me parece que en éstas, por más que la palabra no exista, los actores tienen que actuar. Lo que no tienen que hacer es sobreactuar, que es algo que cuidé siempre, tanto si hablan como si no hablan. Si una historia no está bien actuada es mucho más difícil para que se puedan entender los vínculos. En Ragazzi opté por algo que es poesía netamente pura porque esos chicos nunca van a poder hablar de esa manera. Es una cosa muy rara pero con un encanto porque se muestra una manera de hablar que parece que fuera una película polaca.
–¿Con estas películas también rompe con el realismo característico del resto de su obra?
–Sí, absolutamente. Es que ni siquiera en mi vida yo tengo que ver con lo real. No sé nada (risas). No me compro ropa, no tengo tarjetas de crédito. No miro películas. No sé si estoy vago o estoy interesado en otras cosas, pero empiezo a ver una película y me distraigo. Estuve en Mar del Plata y fue exactamente como cuando voy al Bafici: presenté mis películas y no fui a ver ninguna otra. Me quedaba con poco tiempo porque hacía notas, pero no me llama la atención.
–¿El primer movimiento de Ragazzi lo pensó como un homenaje a Pasolini?
–Sí, claramente, pero desde el punto de vista del pibe, que es lo que más me interesaba, porque meterme con un hecho real como contar la vida de Pasolini es algo que ya se hizo. Yo busqué poetizar lo que pudieron ser los días previos a su muerte, desde estos pibes. Hay un pibe común que tiene un par de amigos, va y cae en el lugar equivocado. Después se empieza a ficcionar el juzgamiento como a Juana de Arco. Pero es un homenaje a Pier Paolo Pasolini.
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