Vie 08.09.2006
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CINE › “LA PESADILLA DE DARWIN”, DE HUBERT SAUPER

Tanzania, o el mejor ejemplo contra la peor globalización

Sauper hace foco en ese país para contar con astucia una situación bien conocida.

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LA PESADILLA DE DARWIN (Darwin’s Nightmare)
Austria/Bélgica/Francia/Canadá/
Finlandia/Suecia, 2004.

Dirección, guión y cámara: Hubert Sauper.
Se exhibe exclusivamente en Malba.cine, los viernes a las 22 y domingos a las 21.30.

Algunas películas producen en el espectador una conmoción tal que lo dejan clavado en la butaca, con el cerebro bullendo y la firme sensación de que la realidad cotidiana –esa sucesión de gestos, frases y hechos conocidos– ha quedado súbitamente patas arriba. La pesadilla de Darwin es una de esas películas. Gracias a ella el espectador tiene la posibilidad de asistir, durante poco menos de dos horas, al funcionamiento entero de la economía de un país y a las consecuencias que ese sistema produce en la vida de sus habitantes. En la vida y en el cuerpo de sus habitantes, lo cual hace de ella una experiencia de visión nada fácil. Claro que su crudeza, por momentos intolerable, no obedece a la clase de sensacionalismo frecuente en el cine contemporáneo, sino a un compromiso con la verdad que lleva a su director, el austríaco Hubert Sauper, hasta extremos casi despiadados.

La pesadilla a la que el título refiere es –en primera instancia, al menos– la de un ecosistema alterado. El ecosistema del lago Victoria, en Tanzania, donde la introducción de la perca del Nilo, temible predador, terminó destruyendo prácticamente toda otra especie ictícola. Pero ése no es el tema del documental de Sauper, sino apenas su disparador, la punta del hilo del que este austríaco de 40 años tira hasta desmadejar el ovillo completo. Y es como una madeja la forma en que La pesadilla de Darwin va metiendo al espectador en el mundo que muestra, gracias a una astuta, elíptica dosificación de la información. Lleva un tiempo entender a qué se debe tanta obsesión del realizador por los aviones, qué pito tocan esos pilotos rusos que arrastran como osos a prostitutas locales, por qué la insistencia en preguntarles por su carga. Hasta que uno de ellos reconoce entre dientes, allá por la segunda mitad de la película, que “alguna vez” llevó tanques a Angola. La verdad es que esos pilotos rubios abastecen de armas todas las guerras vecinas (en el Congo, Liberia, Ruanda o Sudán), antes de volverse a Europa cargados de percas hasta el techo.

Comienza a quedar allí a la vista la clase de intercambios a la que los ricos países de la Comunidad Europea someten a una de las regiones más desprotegidas del planeta. Y no hay más que hacer un clic para comprender que no se trata de Europa y Tanzania solamente, sino de países ricos y pobres, en general. Claro que La pesadilla de Darwin jamás hace explícita esta clase de generalizaciones. Por el contrario, Sauper se limita a exponer hechos, dejando que sea el espectador el que saque conclusiones. Hechos: media población femenina prostituida a razón de 10 dólares el polvo, pescadores a los que sus mujeres contagian el sida que contraen con los aviadores extranjeros, un pastor que les prohíbe usar forros, kilos de pescado apilados a la intemperie y las fritangas que con él preparan los locales, impecables empresarios de la Comunidad Europea que elogian las “ejemplares medidas de seguridad” a metros de esos basurales, falta absoluta de médicos en la zona, un veterano de guerra que confiesa esperar una nueva conflagración para mejorar su nivel de vida, chicos magullándose a trompadas por un puñado de arroz. O aspirando pegamento, que procesan a partir del plástico de las cajas de pescado. Y que más de una vez termina con su vida.

Hay una sensación de círculo vicioso, de círculo perfecto y letal que La pesadilla de Darwin construye con austríaca precisión. Y que no es otra cosa que el círculo del capitalismo global, cerrándose sobre la población entera de Tanzania y sobre el espectador. Pocas películas aniquilan en tan poco tiempo y de modo tan brutal el interesado mito de que la globalización es un fenómeno que beneficia a todos por igual. No hay más que asistir al llanto de las chicas que conocieron a una joven prostituta asesinada (a la que Sauper filma antes de morir, cantando una canción entre sonrisas), a la inhumación de un pescador muerto por uno de los cocodrilos que infestan el lago, a la celebración de la guerra que hace el veterano guardia de seguridad o a la visión de un chico, llorando porque uno más grande le arrancó unos granos de arroz a las trompadas, para comprender que la verdadera pesadilla de Darwin no es una perca en un lago, sino el sistema que las cría y explota, a razón de 550 millones de toneladas al año. Y el dueño de la fábrica de pescado va y pone en el grabador “Don’t Worry, be Happy”.

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