CINE › EMPEZO EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE TORONTO
Es una de las citas impostergables del calendario. Ante un público estimado de más de 300 mil personas, se verán 352 films, con una importante participación de películas argentinas.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Toronto
En sus comienzos, 31 años atrás, el Festival de Toronto nació de una reunión de amigos cinéfilos, dispuestos a hacer conocer en su ciudad natal –dominada, como en casi todos lados, por los grandes estrenos de Hollywood– unas cuantas buenas películas del resto del mundo que de otra manera nunca hubieran llegado al público canadiense. Actualmente, el Toronto International Film Festival (que comenzó ayer y se extenderá hasta el sábado 16) se ha convertido en una de las citas impostergables del calendario cinematográfico internacional, capaz de competir en importancia con los más venerables festivales europeos, como Cannes, Venecia y Berlín. Su concepción, sin embargo, es bien distinta. Mientras las muestras europeas siguen privilegiando los premios del concurso oficial, Toronto –que viene creciendo a escalas impensadas, al punto de que está por inaugurar, en un par de años, un monumental Film Centre en pleno downtown– ha preferido, sin embargo, obviar las competencias y abrir una suerte de gran panorámica sobre la producción internacional. Se diría que contra la concepción vertical, de jerarquías, que imponen los festivales europeos, Toronto está organizado de manera horizontal, con literalmente cientos de films (ver recuadro) peleando entre sí no por una palma o copa de oro sino por el interés del público local y también por el de la industria internacional, un ejército de productores y distribuidores que acude masivamente en busca de novedades y eventuales éxitos de taquilla.
Para no perderse en este laberinto de títulos y nombres, Toronto distribuye su selección en múltiples secciones simultáneas, como para que cada espectador pueda elegir sus respectivas hojas de ruta, que muchas veces no sólo pueden llegar a ser muy diferentes sino incluso antagónicas. Las secciones Gala y Special Presentations, por ejemplo, están dedicadas en su mayoría a las grandes producciones y a los nombres famosos, particularmente de Hollywood, que desde hace ya bastante tiempo considera a Toronto como la plataforma de lanzamiento de sus candidatos al Oscar. Este año, por ejemplo, estarán los preestrenos de A Good Year, de Ridley Scott, con Russell Crowe y Albert Finney; Breaking and Entering, de Anthony Minghella, con Jude Law, Juliette Binoche y Robin Wright Penn; Stranger than Fiction, de Marc Foster, con Dustin Hoffman, y La flauta mágica, de Kenneth Branagh, entre decenas de películas destinadas al gran público y con ambiciones de estatuilla (a modo de ejemplo: el año pasado, Capote tuvo su première mundial en Toronto, donde al día siguiente de su primera proyección ya se daba por seguro el premio de la Academia de Hollywood a Philip Seymour Hoffman).
Pero para quienes no quieran seguir el ritmo que marcan los grandes estudios, Toronto ofrece –como las góndolas de un supermercado muy bien surtido, donde a la par del producto en serie también se pueden encontrar delicatessen– diferentes opciones. La sección Masters agrupa a directores consagrados: el francés Alain Resnais trae Coeurs, el italiano Nanni Moretti Il caimano, el finlandés Aki Kaurismäki Lights in the Dusk, el alemán Werner Herzog Rescue Dawn, el estadounidense Spike Lee su documental anti-Bush When the Levees Broke: A Requiem in Four Acts, el inglés Ken Loach The Wind That Shakes the Barley (ganadora de la Palma de Oro de Cannes en mayo pasado) y el yugoslavo Goran Paskaljevic The Optimists, a los que hay que sumar los nuevos films de Margarethe Von Trotta, Volker Schlöndorff, Gianni Amelio, Allan King, Benoit Jacquot y Robert Guédiguian.
La sección Visions también abunda en nombres propios, pero de aquellos que proponen un cine por afuera de los parámetros de la narración convencional: aquí están el catalán Marc Recha con August Days, el mauritano Abderrahmane Sissako con Bamako, el portugués Manoel de Oliveira con Belle Toujours, el japonés Takashi Miike con Bing Bang Love, el turco Nuri Bielge-Ceylan con Climates, el portugués Pedro Costa con Juventude en marcha, y el ruso Pavel Lounguine con The Island, entre otros realizadores de vanguardia.
El cine de punta también asoma en una sección especial, dedicada al proyecto austríaco “Mozart’s Visionary Cinema: New Crowned Hope”, una producción de Simon Field (ex director del Festival de Rotterdam) en el que se agrupan algunos de los principales directores del cine contemporáneo, como el tailandés Apichatpong Weerasethakul (con Syndromes and a Century) y el taiwanés Tsai Ming-liang (con I Don’t Want to Sleep Alone, filmada en Malasia, su país natal). En este apartado también figura Hamaca paraguaya, de Paz Encina, producida por Lita Stantic.
El cine documental –cada vez más y mejor representado en Toronto– está reunido en la sección Real to Reel y aquí hay que buscar, entre más de treinta títulos, no sólo los que corresponden a documentalistas consagrados, como ese cronista de la contracultura que es el canadiense Ron Mann (que presenta Sharkwater) sino también algunos grandes cineastas provenientes del campo de la ficción, volcados ahora al testimonio, como el chino Jia Zhang-ke (Dong) y el italiano Vincenzo Marra (The Session is Open).
Y si bien faltan dos de los grandes nombres del cine canadiense, como David Cronenberg y Atom Egoyan, los locales tienen este año para ofrecer nada menos que Brand Upon the Brain!, el flamante delirio de Guy Maddin, un director absolutamente fuera de norma, de quien en Buenos Aires se está por estrenar su film anterior, La música más triste del mundo, que fue una de las revelaciones de Toronto un par de años atrás.
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