Viernes, 22 de enero de 2016 | Hoy
CINE › LA HABITACION, CON DIRECCION DE LENNY ABRAHAMSON
El quinto film del director irlandés se aferra al “canon oscarizable” para seguir el derrotero de una mujer que, tras ser secuestrada y sufrir el “síndrome de Estocolmo”, vive encerrada en una habitación al cuidado del niño que tuvo con el secuestrador.
Por Ezequiel Boetti
Todos los años y casi sin excepción, los miembros de la Academia de Hollywood destinan al menos uno de los hasta diez lugares de la terna a Mejor Película a producciones independientes con un reputado paso por esa plataforma de despegue de la temporada de premios que es el Festival de Toronto, previo estreno en el de Sundance o, tal como ocurrió con La habitación, en el ascendente Telluride. Adaptación de la novela de Emma Donoghue –quien a su vez se basó en el caso real de la austríaca Elisabeth Fritzl– a cargo de ella misma, el quinto largometraje del irlandés Lenny Abrahamson (la comedia dramática y melómana Frank, editada aquí en DVD) tiene todos los elementos para estar en la máxima gala de la industria cinematográfica, donde aspira a cuatro estatuillas (Actriz, Película, Director y Guión adaptado). Al fin y al cabo, no es otra cosa que una de esas historias de superación de adversidades, aun cuando por su revestimiento dramático no lo parezca, y el punto de vista –voz en off incluida– es el de un niño de cinco años. Y se sabe que la inocencia de la mirada infantil cotiza en bolsa: vale recordar las cuatro nominaciones concedidas a La niña del sur salvaje tres años atrás, film con el que éste comparte más de un punto de contacto, entre ellos la habilidad de pulsar las teclas emocionales adecuadas en los momentos más oportunos.
No sería extraño pensar en algún espectador acercándose a la boletería y pidiendo tickets para ver “la de la mujer encerrada”. Esto porque su premisa convierte a La habitación en una película de concepto y, por ende, fácilmente vendible, punto a favor no tanto para el realizador como para los responsables de la producción y ventas internacionales. “La mujer” se llama Joey (Brie Larson, ganadora del Globo de Oro y el Critic’s Choice por este papel) y vive encerrada en un cuarto de diez metros cuadrados desde hace siete años, cuando, siendo una veinteañera, salió a pasear a su perro y nunca volvió: fue secuestrada por un tal Nick. El síndrome de Estocolmo hizo de las suyas y ahora ella carga con la responsabilidad del cuidado del hijo de ambos, Jack (Jacob Tremblay). Para él la vida se limita a los acontecimientos y objetos de ese cuarto, al tiempo que ella le explica cómo funcionan los mecanismos de sus vidas haciendo algo parecido al personaje de Roberto Benigni en La vida es bella. Esto es, ideándole un universo que vincula lo real con lo imaginario en el que, por ejemplo, los suministros que trae Nick todos los domingos son obra y gracia de un pedido al televisor. El parentesco es lógico, al menos en su núcleo: ambos films tematizan cómo lidiar y transmitir una situación trágica a quien difícilmente tenga las herramientas para comprenderla.
Durante la primera hora, Abrahamson describe el accionar cotidiano de la madre y el hijo (gimnasia, juegos, charlas, algo de TV) mediante planos mayormente cerrados, cortesía de una cámara casi siempre pegada al rostro de los intérpretes. Esa elección genera una opresión formal en línea con el entorno claustrofóbico en el que transcurre el relato, pero también la sensación de que sus espacios y recovecos no son elementos fundantes de las acciones ni con peso específico dentro de la trama, sino meros vehículos para el arco dramático. Basta ver la utilización del espacio cerrado y la cuidadísima disposición de los elementos dentro de él ejecutadas por Quentin Tarantino en Los 8 más odiados para imaginar qué tanto jugo podía haber exprimido Abrahamson con un poco más de ideas y voluntad de asomarse al riesgo. La que sí arriesga es Joey cuando, sobre el Ecuador del metraje, logra liberar al nene engañando a Nick y burlando sus rigurosos controles. Ya con ambos afuera, La habitación desplazará su eje a la reconstrucción del vínculo con la familia. Mamá (Joan Allen), papá (William H. Macy) y la nueva pareja de ella irán de la sorpresa inicial a los roces y pases de factura con Joey, mientras Jack descubrirá progresivamente de qué se trata el mundo real. Así, pues, el film termina convirtiéndose en un dramón sobre familias disfuncionales aquejadas por las consecuencias del pasado, pero con un irremediable Happy Ending. Cualquier similitud con el habitual canon oscarizable no es pura casualidad.
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