CINE › ¡SALVE CESAR!, LA NUEVA COMEDIA DE LOS HERMANOS COEN, ABRIO AYER LA BERLINALE
Protagonizada por un rosario de estrellas, la farsa de los Coen transcurre en el corazón de Hollywood a comienzos de los años 50 y pasa revista a la infinidad de géneros que la Meca del Cine era capaz de producir en cualquiera los grandes estudios de la época.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Berlín
En los próximos días, sin duda, se podrán encontrar films más valiosos, más radicales, más exóticos o simplemente más logrados. Pero hoy por hoy no debe haber mejor película de apertura para un festival que ¡Salve César!, la nueva comedia de los hermanos Coen, que ayer dio el puntapié inicial a la Berlinale. Plagado de estrellas, muchas de las cuales ayer trajinaron la escarchada alfombra roja desplegada sobre la Marlene Dietrich Platz (empezando por George Clooney, que con su perenne, calculada sonrisa desafió al crudo invierno berlinés), Hail, Caesar! transcurre íntegramente en el corazón de Hollywood a comienzos de los años 50 y pasa revista a la infinidad de géneros cinematográficos que la Meca del Cine era capaz de producir simultáneamente en cualquiera los grandes estudios de la época.
Como se recordará, los Coen ya se habían metido con el Hollywood de la edad de oro en Barton Fink (1991), que les valió la Palma de Oro del Festival de Cannes por su descripción de la pesadilla kafkiana que vivía un escritor neoyorquino cuando pretendía hacer valer su talento en la Costa Oeste. Pero a diferencia de aquel antecedente ya lejano, al que no le faltaba humor pero que paulatinamente iba cargando las tintas hasta llegar a un final casi enfermizo, ¡Salve César!, en cambio, tiene un tono leve, juguetón y mucho más ligero, como si después de Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común (2013), su película inmediatamente anterior, los Coen hubieran querido desprenderse del pathos que muchas veces llevan dentro suyo.
El protagonista de ¡Salve César! es el productor Eddie Mannix (estupendo Josh Brolin), cabeza del ficticio estudio Capitol Pictures y que durante el lapso de apenas 24 horas debe solucionar muchos más problemas de los que caben en un solo día. Entre los personales, tiene que ponerse firme a la hora de dejar el cigarrillo, tal como le exige su esposa, y decidir inmediatamente sobre una muy tentadora oferta que le hacen de una empresa ajena a Hollywood para que deje su puesto y se vaya con ellos. Y entre los muchos problemas del estudio... ¿por dónde empezar?
El más grave es el de la desaparición, en pleno rodaje, de su estrella Baird Whitlock (muy gracioso Clooney parodiando a Robert Taylor), protagonista de una carísima superproducción bíblica a la manera de Quo vadis? (1951). Justo mientras Mannix trata de aplacar las desconfianzas de representantes de distintos credos religiosos (un cura irlandés, otro ortodoxo, un rabino) en una muy ecuménica reunión, la estrella es secuestrada y termina en una moderna mansión sobre un risco que remite claramente a la que regía James Mason en Intriga internacional (1959), de Alfred Hitchcock. Y sus secuestradores no son otros que un grupo de desaliñados guionistas de Hollywood simpatizantes de la revolución soviética, que pretenden no sólo recuperar con el rescate aquello que consideran es su plusvalía sino también inculcar en un Clooney disfrazado de romano y recién bajado de la cuadriga los sagrados valores del marxismo.
Pero hay muchos otros problemas en los distintos sets de Capitol Studios, recreados en el magnífico lote verdadero de la Warner, que en la película luce casi como debe haber sido más de medio siglo atrás. La estrella de un musical acuático coreografiado a la manera de Busby Berkeley (Scarlett Johansson) debe aparentar una inocencia que no tiene, un poco a la manera de la tumultuosa vida sentimental de la nadadora Esther Williams. Un vaquero que sólo sabe hacer westerns a la manera de Roy Rogers es derivado –por presiones de los dueños neoyorquinos de Capitol Studios– a una comedia sofisticada que dirige un amanerado director británico encarnado por Ralph Fiennes, con obvios resultados catastróficos. Y el protagonista (Channing Tatum) de un musical al estilo de Footlight Parade (1933) –se reproduce casi calcado el famoso número “Shanghai Lil” que bailaba James Cagney– podría estar involucrado en el secuestro. Y todo eso sin contar que una montajista (Frances McDormand) casi muere asfixiada en su propia moviola y que siempre andan rondando por allí dos hermanas gemelas (Tilda Swinton por duplicado) que, a la manera de Heda Hopper y Louella Parsons, se pelean por las primicias de los escándalos, a los que que huelen como los tiburones huelen la sangre.
Es verdad, hay que reconocerlo. Con todas esas peripecias, la película podría tener mucha más locura de la que tiene. Y más ritmo, más velocidad, más ingenio, más chispa, como las screwball comedies a las que toma como referencia. No es el caso. Pero a cambio, ¡Salve César! ofrece un casting pleno de hallazgos y sorpresas (también aparecen por allí Jonah Hill y un irreconocible Christopher Lambert), una espléndida y muy puntillosa fotografía de Roger Deakins (que trabajó, como siempre lo hace con los Coen, con película 35mm, como en los viejos tiempos) y –raro en los directores de Fargo, habitualmente tan misántropos– un cariño sincero por ese mundo definitivamente perdido en el pasado.
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