Martes, 23 de febrero de 2016 | Hoy
CINE › FERNANDO LEóN DE ARANOA DIRIGIó UN DíA PERFECTO, QUE SE VERá HOY EN EL CICLO ESPANORAMAS
El cineasta español decidió filmar su versión de la novela Dejarse llover, de Paula Farías, quien además de escritora es miembro de Médicos sin Fronteras. El film está hablado en inglés y lo protagonizan estrellas de Hollywood como Benicio del Toro y Tim Robbins.
Por Oscar Ranzani
Casi todas las ficciones que dirigió el español Fernando León de Aranoa (Madrid, 1968) se caracterizan por tener foco en temas sociales. Como ejemplo, pueden mencionarse Princesas (sobre la prostitución) y Los lunes al sol, su quinto film que, con protagónico de Javier Bardem, abordó el verdadero drama del desempleo, un problema grave que se ha acentuado en la España de Mariano Rajoy. Pero el cineasta madrileño también filmó varios documentales sobre los trabajadores humanitarios en zonas de conflicto, como los Balcanes. Y en Uganda registró el drama de los niños africanos que todas las noches van a dormir a un refugio para evitar ser capturados por un movimiento ultrafanático en guerra con el gobierno de ese país. En este caso, se trató de un corto que integró el largometraje colectivo Invisibles, producido por la institución Médicos sin Fronteras. Pero nunca había realizado una ficción sobre los voluntarios humanitarios en países en guerra hasta que leyó la novela Dejarse llover, de Paula Farias, quien además de escritora, es miembro justamente de Médicos sin Fronteras. Tanto le impresionó el texto que su más reciente film, Un día perfecto, está basado en el libro de Farias. Esta ficción también marcó el debut de León de Aranoa en el terreno internacional: está hablada en inglés y protagonizada por estrellas de Hollywood, como Benicio del Toro y Tim Robbins, entre otros artistas destacados del elenco. La première en la Argentina de Un día perfecto será hoy a las 21 en el Espacio Incaa Gaumont (Rivadavia 1635), como parte de la programación del ciclo Espanoramas, que hasta mañana presenta lo más reciente y destacado del cine español.
Invitado por Espanoramas, León de Aranoa explica qué es lo que no le permitían expresar los documentales sobre los trabajadores humanitarios que lo llevó a abordar el mismo tema en una ficción: “Siempre me pareció algo tremendamente cinematográfico, porque ese trabajo en el día más simple es también complicado. La rutina no existe y siempre hay una curiosa mezcla de adrenalina, drama, también humor y una emoción que a mí me atrajo mucho”, confiesa el realizador de 47 años, que presentará Un día perfecto y luego dialogará con el público. “Quería transmitir –y ése fue el principal motor– lo que percibía del trabajo de ellos que es como una energía de cara a la acción, de cara a resolver. Nunca quise hacer una película reflexiva. Ellos salen de un problema encarando el siguiente, sin pensar si lo hicieron bien o mal. No hay tiempo para eso. Esa energía un poco punk, de no reflexionar mucho, me parecía muy atractiva para una película”, agrega León de Aranoa.
Un día perfecto –que tuvo su première mundial en la Quincena de los Realizadores del 68º Festival de Cannes y que viene de ganar el Goya 2016 al Mejor Guión– tiene como protagonista a Benicio del Toro: el actor portorriqueño encarna a Mambrú, el coordinador de un grupo de trabajadores de ayuda humanitaria que se encuentran en zona de conflicto de los Balcanes. No se sabe quién tiró el cadáver de un hombre en un pozo de agua destinado a abastecer la población de esa zona. El problema es que no se puede sacar el cadáver porque no hay una cuerda que sirva para ello. Como consecuencia, el agua ha dejado de ser potable y entonces los vendedores de agua ven un negocio en puerta. Los trabajadores humanitarios comienzan a buscar la manera de quitar ese cuerpo. Al coordinador lo acompañan el cooperante B (Tim Robbins), la evaluadora de conflictos rusa Katya (Olga Kurylenko), la sanitarista francesa Sophie (Mélanie Thierry) y el traductor local Damir (Fedja Stukan). A ellos se une un niño bosnio.
–Con Paula, la autora, surgió hace años la posibilidad de hacer el documental Invisibles, para Médicos sin Fronteras, que rodamos cinco directores en distintos lugares del mundo. El mío lo hice en Uganda y allí escuché hablar de la novela. El punto de partida y el pretexto argumental me sedujo mucho. Es una historia en apariencia pequeña y simple, de ese grupo de trabajadores tratando de sacar un cadáver del pozo para poder potabilizar el agua. Y cuenta cómo eso, una cosa tan disparatada, es una rutina en una guerra.
–Podría decirse que la película habla varios géneros: es un drama, porque está contando una situación de drama, de guerra. Pero, a su manera, también es una comedia y una road movie. Y también creo que es cine bélico. Lo que pasa es que intenta hablar de “la otra guerra” y no de la guerra que hemos visto reflejada mil veces en las pantallas. De alguna forma, tiene una interpretación más plana. Los combates tratan de odio, pero también de supervivencia; se trata de emociones muy intensas y muy importantes, pero con menos lectura. Por eso, la idea era también que la acción de la película se estableciera en esa otra guerra que es silenciosa, que se expresa a través de las pequeñas cosas, de los pozos contaminados con cadáveres, del odio de los vecinos, de las trampas con minas en los caminos. Me pareció que ése era un terreno en el que podía hablarse más de la naturaleza humana. Podía ser más sutil e hilar más fino que en ese contexto de la guerra de los combates que se ha mostrado tanto.
–Sin duda. Eso fue lo que pensé al leer la novela. Esta historia podría contarse en cualquier conflicto armado y, por lo tanto, podría hablar de cualquier conflicto armado. Jamás diría que es una película sobre la guerra de los Balcanes. Es una película sobre la guerra, sobre la naturaleza humana, sobre todo aquello que somos capaces como personas, de lo mejor y de lo peor, a veces en el mismo día. Se podría tomar la historia y trasladarla a cualquier otro conflicto armado. Pero por el hecho de haber estado en los Balcanes en los ’90, pensé que iba a contarla mejor si la acción era sobre una zona que conocía.
–Creo que el cine es una poderosa herramienta en general, ya sea que la utilices para lo que lo que la utilices, porque apela a la emoción de la gente y tiene esa capacidad maravillosa de generar empatía, que la gente sienta como propio algo que está sucediendo en una pantalla. Es una cosa totalmente absurda, pero sucede que puedes sentir como propias las emociones de personas a las que no conoces. En ese sentido, el cine es una herramienta muy poderosa y está bien que se utilice para contar historias que, de otra forma, no se sabría de ellas o que sonarían lejanas. De lo que dudo más es de su poder transformador, pero es importante la labor que hace, como tantos otros medios. La ficción tiene la capacidad de obligarte a ponerte en la situación de gente que la está pasando mal.
–Eso fue lo que me traje de la primera experiencia en los Balcanes en 1995. Era muy joven y estuve allí rodando un mes y pico. Cuando volví, mis amigos me preguntaban cómo es una guerra. Y recuerdo que las palabras que más utlizaba para describir mis sensaciones eran “absurdo”, “irrealidad”, “confusión”. Allí, yo tenía la sensación de que la gente no sabía muy bien lo que le estaba pasando. Les estaba pasando por encima aquella guerra y aun así apenas entendían cómo era que eso podía estar sucediendo. Eso me impresionó mucho. Y fueron las emociones que me traje de aquel viaje las que he intentado volcar en esta película.
–No, no me molesta, aunque uno siempre intenta no ser encasillado porque piensa que su espectro es mayor que ése. Y, de hecho, es así: a mí me gusta contar todo tipo de historias. Es obvio que me interesa mucho lo social, pero también me interesa mucho el retrato: me gustan mucho las personas. Creo que el ser humano es la mejor materia prima del narrador. Y me gusta más eso que el contexto social en el que suceden esas historias. Me considero más un retratista que un paisajista.
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