CINE › 13 HORAS: LOS SOLDADOS SECRETOS DE BENGASI, DE MICHAEL BAY
El nuevo mastodonte del director de la saga Transformers celebra sin culpa a un grupo de simpáticos mercenarios estadounidenses.
› Por Ezequiel Boetti
Un episodio de South Park plantea un inminente ataque aéreo terrorista sobre el pequeño pueblo de Colorado. Las autoridades, atónitas ante tamaño desafío y ávidas de un plan de defensa, abren una ronda de consultas con personalidades de Hollywood a la que asiste, entre otros, Michael Bay. En su propuesta gesticula aviones, tanques, autos derrapando, tiros y explosiones, muchas explosiones. “Pero no son ideas, son efectos especiales”, refutan los oyentes. El realizador duda, y responde: “Es que no entiendo la diferencia”. Basta haber visto una –o media– película del responsable de La roca, Bad Boys, Armageddon, Pearl Harbor y la saga Transformers para darle la razón a los creadores de la serie animada. Visual y sonoramente grandilocuente, acérrimo defensor del montaje frenético a como dé lugar, directo y grasoso como ninguno, el hombre de los metrajes kilométricos (la duración promedio de sus doce largometrajes es de 146 minutos y medio) cuenta más o menos lo mismo: Estados Unidos es acechado por el Mal –un meteorito, los japoneses, máquinas o lo que sea– y los protagonistas de turno –astronautas, dos jóvenes soldados enamorados de la misma chica, robots de otro planeta o quien sea– marchan hacia el destino manifiesto e inexorable de salvaguardar el honor, la libertad y la democracia norteamericanas. Y con eso, claro, a todo el mundo.
Los seis personajes principales de 13 horas: los soldados secretos de Bengasi (soldados secretos: contratistas al servicio de la CIA, según el diccionario de titulación eufemística de Bay) no son la excepción. Por el contrario, son buenos, devotos padres de familia y tienen un amor hacia la patria inversamente proporcional a la capacidad para problematizar sus acciones. Acciones que consisten en reforzar con balas y por izquierda lo que la Agencia no puede hacer por derecha durante su intervención en Libia, en 2012. En ese contexto, la caída de Gadafi empujó a la ciudad de Bengasi a una guerra civil cuyo blanco predilecto es, obvio, cualquier cosa que tenga una bandera con bastones rojiblancos horizontales y estrellas. Y una embajada provisoria y un comando de operaciones llenos de funcionarios y sin reconocimiento público son demasiado tentadores como para que el salvajismo bárbaro africano no vaya por ellos.
Bay presenta a sus hombres de la misma forma que muestra el ataque y posterior defensa de la Embajada: indiferenciando supuestos momentos de tensión dramática de aquellos abocados a la acción pura y cortando y pegando imágenes con tal grado de velocidad que imposibilita cualquier intento de ubicación y entendimiento de las escenas.
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