CINE › DIOSES DE EGIPTO, DE ALEX PROYAS, CON GERARD BUTLER
› Por Ezequiel Boetti
Desde su estreno en 2006, 300 se convirtió en un repentino tío millonario al que le vienen brotando sobrinos hasta debajo de las piedras. Conan el bárbaro, Príncipe de Persia, Furia de Titanes, Inmortales y las series Spartacus y Roma son algunos de los al menos quince títulos que no dudaron en tomar la geografía artificiosa, la estilización formal, la cámara lenta, la ubicuidad de la testosterona, los bíceps digitalizados y/o la cultura del aguante del film de Zack Snyder para, variaciones de distinto grado mediante, convertirlas en sus cartas de presentación. El homenaje –o liso y llano choreo, según se prefiera– de Dioses de Egipto llega hasta la apropiación de un Gerard Butler con los ojos desorbitados y la voz gutural de su recordado Leónidas, como si el tipo hubiera desayunado nafta súper en lugar de café con leche durante toda la década.
El tono de esa actuación se corresponde con un film que no sólo no le teme al ridículo, sino que elige abrazarlo con firmeza y decisión. Lo que no está necesariamente mal, por cierto, ya que si hay algo con lo que este tipo de producciones suelen enlodarse es su tendencia a caer en él aun cuando no sea el camino voluntariamente elegido. El problema es que no hay nada más allá de eso. Sólo así se entiende que en apenas veinte, veinticinco minutos pase de todo. “Todo” nunca aplicado tan literalmente como aquí. A saber: el dios Horus (Nikolaj Coster-Waldau, de Game of Thrones) está a punto de ser nombrado Rey por su padre cuando, en medio de una gran fanfarria, llega el tío díscolo Set (Butler) dispuesto a quedarse con el trono. La pelea sucede con ambos transformados en Caballeros del zodíaco y concluye con el sobrino desterrado y sin ojos.
Por ahí anda también un punga medio picarón y felizmente enamorado de su novia devenida en esclava durante el régimen de Set. Años y una serie de sucesos después –siete minutos por reloj–, él va en busca del rey sin corona para que ocupe el lugar que legítimamente le pertenece. Atolondrada y absolutamente despreocupada por cualquier cosa que huela a coherencia, Dioses de Egipto también incluye el trasplante de un cerebro azul, una pulsera de oro mágica, peleas en el mundo de los muertos, víboras gigantes que escupen fuego (no, no son dragones), hipnosis mediante ojos bicolores, seres mitológicos con músculos tamaño Vin Diesel y, la cerecita del postre, un Geoffrey Rush peladísimo interpretando a Ra desde una nave Enterprise pre-cristiana.
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