CINE › ESTA NOCHE SE ENTREGAN LOS PREMIOS OSCAR DE LA ACADEMIA DE HOLLYWOOD
La grandilocuencia fuera de escala, con ambición mística incluida, parece la carta ganadora de Revenant - El renacido, favorita a llevarse estatuillas a la mejor película, director (Alejandro G. Iñárritu) y actor, para Leonardo DiCaprio.
› Por Luciano Monteagudo
Hoy es noche de Oscar y todo indica –desde los blogs especializados hasta los apostadores en Las Vegas– que la parte del león será para Revenant - El renacido, la ordalía por la cual el realizador mexicano Alejandro González Iñárritu puede repetir su doble triunfo del año pasado con Birdman, llevándose nuevamente las estatuillas a la mejor película y al mejor director. Y de paso conseguir para Leonardo DiCaprio lo que la estrella de Titanic no logró antes en sus cuatro candidaturas previas (dos de ellas conducido nada menos que por Martin Scorsese): el Oscar al mejor actor protagónico.
Contra las doce candidaturas que acumuló el film de Iñárritu, su competidora más cercana entre las ocho contendientes a la mejor película (ver recuadro aparte) es Mad Max: Furia en el camino, con diez. Una transcurre en el pasado, en el más salvaje Oeste (Wyoming, 1823), y la otra en un futuro tan cercano como distópico. Pero con todas sus diferencias, ambas películas tienen una idea semejante de cómo funciona el mundo y cuáles son los móviles esenciales de sus personajes: primero, sobrevivir, de la manera que sea; y luego vengarse, a cualquier precio.
Los modos de abordaje de Revenant y del renacido Mad Max, por cierto, son diametralmente opuestos. Mientras que la primera engorda su aventura (inspirada en un trajinado caso real, que ya dio pie a ficciones anteriores) con una grandilocuencia fuera de escala, a la que no es ajena cierta ambición mística, la segunda, por el contrario, hace de la grandilocuencia de su puesta en escena una suerte de guiño pop, como si la película toda fuera un comic brotado de las páginas de la revista Metal Hurlant. De más está decir que, de acuerdo a votaciones anteriores, los seis mil electores de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood muy probablemente se sientan más inclinados hacia la trascendencia new age de El renacido –que ya desde su título propone ecos místicos– que a la estética de historieta que cultiva el director australiano George Miller en Mad Max.
La ventaja con la que corre El renacido es justamente la de haber sabido disfrazar las tremendas vicisitudes por las que atravesó el trampero Hugh Glass (DiCaprio) con el aura de una prueba espiritual, algo que por cierto Mad Max no pretende ser, tan orgullosa como está de su rampante vacuidad. Poco importa, parece, que esa espiritualidad de The Revenant incluya en su programa la venganza más atávica y elemental: lavar con sangre el asesinato de un hijo. Porque el cinismo en el que bebe el cine de Alejandro González Iñárritu está muy bien ilustrado por esa escena en la que Glass se tropieza con el cadáver de un aborigen pawnee ahorcado en la rama de un árbol por un grupo de renegados franceses. “On est tous des sauvages” (“Todos somos salvajes”) dice el cartel que cuelga de su cuello exangüe, casi a la manera de un motto, la frase que expresa la motivación y la ideología de la película toda. Hace rato –desde su primera película, Amores perros (2000)– que para Iñárritu todos somos salvajes y cretinos en busca de algún tipo de redención, que siempre pasa por el sufrimiento.
Dicho sea de paso, esa imagen –aunque con un texto y un sentido por completo distintos– Iñárritu y su celebrado fotógrafo Emmanuel Lubezki parecen haberla tomado “prestada”, como tantas otras, del cine de Andrei Tarkovski; esa en particular, de La infancia de Iván (1962). Así lo prueba con creces el ilustrativo corto The Revenant by Tarkovsky realizado por Misha Petrick y que puede verse online en el siguiente enlace: https://vimeo.com/153979733
Hablando de directores... Si Alejandro G. Iñárritu volviera a ganar la estatuilla en su rubro, lograría equipararse con dos nombres mayores de la historia de Hollywood, que hasta ahora fueron los únicos en cosechar dos años consecutivos el Oscar al mejor director: John Ford (por Viñas de ira en 1940 y ¡Qué verde era mi valle! en 1941) y Joseph L. Mankiewicz (por Carta a tres esposas en 1949 y La malvada en 1950). Y es altamente probable, porque son escasísimas en los últimos años las votaciones en las que una misma película no se llevó simultáneamente el Oscar al mejor film y al mejor director.
Entre las lejanas pero todavía posibles rivales de El renacido y, eventualmente, Mad Max hay dos películas (el resto, incluida la estupenda Puente de espías, de Steven Spielberg, parecen meras comparsas de una murga) que podrían denominarse “corales” y que expresan otra tendencia de Hollywood: aquella que tiene que ver con casos reales y recientes que conmovieron a la sociedad estadounidense. O debieron conmoverla, y para eso en todo caso están estas películas. Se trata de La gran apuesta y En primera plana, con cinco y seis candidaturas respectivamente, entre ellas a las de mejor film.
La primera –que en nuestro país casi nadie vio, al punto de que ahora la distribuidora decidió reponerla en algunas pantallas– trata el famoso fraude de la Bolsa de Nueva York de 2008 con la misma frenética adrenalina de una película de Jason Bourne. No por nada el director Adam McKay convocó como fotógrafo al británico Barry Ackroyd, el mismo que para el realizador Paul Greengrass patentó ese estilo de nerviosa cámara en mano que parece salido de un noticiero. Cuatro equipos de agentes de bolsa, independientes entre sí, ven lo que nadie quiere ver: que la burbuja inmobiliaria montada por los grandes bancos no tiene un auténtico respaldo económico y que las hipotecas serán incobrables, dejando a miles de estadounidenses en la calle. Contra todo pronóstico, apuestan en la bolsa contra “el sistema”, lo que los convierte en el film en una suerte de cruzados, e incluso de héroes. El problema es que esos freaks (cada uno parece tener su propia tara, como para distinguirlos de los ejecutivos canónicos de Wall Street) son tan tiburones como cualquier otro y no los mueve otro impulso que el del dinero. Tal es así, que hacia el final, en una escena tan breve como reveladora, Brad Pitt (uno de los productores de La gran apuesta) amonesta a sus jóvenes protegidos, que bailan de alegría al descubrir que hicieron saltar la banca y ahora son millonarios: “No hay nada que celebrar, mucha gente ha perdido sus hogares”, les dice con voz trémula y la conciencia tranquila de saber que, además de dinero, también tiene sentimientos.
En primera plana ostenta claramente otra madera, tiene auténtica nobleza. Un poco a la manera de aquel modelo para toda película sobre el periodismo que fue Todos los hombres del presidente (1976), sobre el caso Watergate, la película escrita y dirigida por Tom McCarthy (con muchas más chances de llevarse el Oscar como guionista que como director) se ocupa de seguir el día a día del equipo de investigación del periódico The Boston Globe, cuando hacia 2001 empezaron a tirar del hilo de Ariadna y descubrieron que detrás de un par de casos aparentemente aislados de abuso sexual a menores en las parroquias de la ciudad se escondían en verdad miles de hechos idénticos, perpetrados durante años y ocultados sistemáticamente no sólo por el arzobispado sino también por la justicia. En las antípodas del sensacionalismo y el morbo, En primera plana es un film que deliberadamente reniega de toda espectacularidad y que registra el día a día de un grupo en donde no se pretende encontrar ningún héroe sino simplemente gente que –con aciertos y errores– hace su trabajo. Quizá por eso mismo la película pase esta noche inadvertida.
¿El momento emotivo de la ceremonia? Está cantado y seguramente llegará en la primera hora de transmisión, para mantener a la audiencia despierta: el Oscar al mejor actor secundario para Sylvester Stallone por Creed: corazón de campeón, donde recupera su mítico personaje de Rocky Balboa, esta vez como entrenador del hijo de quien fuera su archirrival y luego su amigo, Apollo Creed. ¿Un dato? La película, estrenada apenas tres semanas atrás y celebrada en forma unánime por la crítica, ya no está en cartelera en la ciudad de Buenos Aires. Pasaron exactamente 40 años desde la primera Rocky. Ahora la crítica defiende a Stallone y el público le da la espalda. Los tiempos cambian...
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