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Miércoles, 23 de marzo de 2016

CINE › LUIS OSPINA ES EL DIRECTOR DE UNOS POCOS BUENOS AMIGOS

Filmar para resolver un duelo

El film del cineasta colombiano sobre Andrés Caicedo inaugura la quinta edición del ciclo de documentales El escritor oculto, organizado por el Malba, con entrada gratuita. El cierre será con otro trabajo de Ospina, en ese caso sobre César Vallejo.

 Por Silvina Friera

La letra nerviosa de un joven tartamudo de 25 años –que proponía no “formar parte de ningún gremio” para “que no te puedan nunca definir ni encasillar”– escribe la crónica de un suicidio anticipado. “La muerte debe ser la primera consecuencia de la felicidad de la realización. Necesito mi muerte, pero soy demasiado infeliz para morir. Necesito la muerte, necesito la nada.” Unos pocos buenos amigos, del cineasta Luis Ospina, sobre el escritor colombiano Andrés Caicedo (1951-1977), que se estrena hoy a las 20.30, inaugura la quinta edición de El escritor oculto, un ciclo de documentales sobre escritores de culto, organizado por el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), con entrada libre y gratuita. Ospina, el curador en esta edición, es uno de los miembros de Caliwood, el famoso grupo de cinéfilos y escritores caleños fundado en los años 70 del que participaron Caicedo y Carlos Mayolo (1945-2007), entre otros. Se proyectarán The Charles Bukowski Tapes, de Barbet Schroeder (miércoles 30 de marzo, a las 18.30); Salinger, de Shane Salerno (miércoles 6 de abril, a las 20.30), y La desazón suprema: Retrato incesante de Fernando Vallejo, también de Ospina (miércoles 13, a las 20.30), cierre del ciclo que contará con la presencia del cineasta colombiano.

“Andrés Caicedo y Fernando Vallejo son dos de los escritores colombianos más importantes del siglo XX y XXI”, afirma Ospina (Santiago de Cali, 1949) a Página/12. “No he sido muy fan de (Gabriel) García Márquez –reconoce–. Caicedo y Vallejo presentan una propuesta muy diferente a la del realismo mágico. Caicedo inicia la literatura urbana, porque antes la literatura colombiana estaba muy orientada hacia el costumbrismo, en el que incluiría a García Márquez. La literatura de Caicedo está más conectada con los problemas de la juventud y con problemas contemporáneos. ¡Qué viva la música! es una novela de iniciación que nunca pasa de moda. No sólo escribió esta novela, sino también gran cantidad de cuentos inéditos que Sandro Romero Rey y yo nos encargamos de publicar. Andrés murió prácticamente inédito, solo había publicado un librillo con un cuento largo, El atravesado, que pagó con el dinero de su madre. Y el día que se suicidó, recibió la primera edición de ¡Qué viva la música!, la única novela que terminó. Era un escritor prácticamente inédito hasta que la familia nos dio acceso a los baúles donde él guardaba sus manuscritos y encontramos una gran cantidad de cuentos, de crítica cinematográfica, incluso doce poemitas, y muchos cuadernos llenos de notas y de esbozos de narrativas. Sandro y yo publicamos Destinitos fatales, que es una gran compilación de sus cuentos. Después, las editoriales lo han ido desmembrando en diferentes libros, pero nosotros optamos por sacar Destinitos fatales todo junto porque entre las anotaciones que encontramos de Andrés él siempre pensaba que su obra se iba a publicar algún día, después de muerto, entonces dejó las cosas un poco organizadas”.

El título del documental está inspirado en un fragmento de ¡Qué viva la música!: “Que nadie sepa tu nombre/ y que nadie amparo te dé./ Si dejas obra,/ muere tranquilo,/ confiando en unos pocos/ buenos amigos”. La película empieza con una joven que pregunta en Cali si conocen a Andrés Caicedo. Nadie puede responder. Alguien en broma dice que es un guerrillero. “Caicedo se ha vuelto un mito, un icono. Su figura aparece en grafitis y la gente se hace tatuajes con él. Se ha llegado a un abuso de su figura. Si yo hiciera la misma pregunta hoy, las respuestas serían diferentes. Unos pocos buenos amigos la hice nueve años después de su muerte, en 1986; entonces las nuevas generaciones no lo conocían. Creo que sin esta película, Caicedo se habría transformado en un fantasma. Si Max Brod no hubiera existido, (Franz) Kafka no existiría”, compara Ospina. “Filmar el documental fue como una especie de terapia colectiva entre los amigos para tratar de explicarnos su muerte y también su obra. Siempre que hay un suicidio quedan muchas preguntas por contestar. Por más que se indague, nunca se llega a una sola razón. Aunque en el caso de Andrés no fue una sorpresa que se hubiera suicidado, porque desde muy joven él decía que no valía la pena vivir más de 25 años, y que lo importante era dejar obra y morir joven. El hizo dos intentos de suicido y al tercero tuvo éxito. Sentíamos que había un duelo no resuelto. Cuando una persona muy cercana a uno se suicida a tan temprana edad, lo hace a uno cuestionarse la propia vida. Hay que trabajar mucho para dejar obra porque todos los del Grupo Cali fuimos unos chicos de un mismo círculo social, y nos desclasamos y tratamos de encontrar otra forma de vida, casi como otra familia, ¿no? Entonces, Carlos Mayolo y yo en el cine tratamos de ser los más prolíficos posible... El suicidio es un reto no sólo para la familia sino para los amigos.”

En Todo comenzó por el fin, la última película de Ospina que se estrenará en el Bafici, retoma la figura de Caicedo como miembro del Grupo de Caliwood. “Yo era el archivista del grupo y fui muy cercano a Andrés desde que nos conocimos, en el 71. Fue una amistad muy intensa de seis años que nos llevó a codirigir el Cine Club de Cali y coeditar la revista Ojo al cine”, recuerda el cineasta colombiano que presentará en el Malba La desazón suprema, el documental sobre Fernando Vallejo. “A principios de los años 80, llegó a mis manos Los días azules. Me lo leí de una sola sentada y me impresionó mucho la prosa de ese libro, esa combinación de rabia y ternura que tiene Vallejo. No había información sobre él, no se conocían ni fotos, sólo se sabía que era colombiano, que vivía en México, que había hecho tres películas y nada más. A medida que iban saliendo sus libros, me los iba devorando y crecía mi admiración por él. Vallejo entonces era el culto de unos pocos”, repasa Ospina. “Cuando salió publicada La virgen de los sicarios, lo llamé a Barbet Schroeder y le dije: ‘Barbet, creo que la persona que estás buscando para filmar una película en Colombia es Fernando Vallejo. Léete este libro’. Y se la leyó de una sentada y me llamó al día siguiente para decirme que quería conocer a Vallejo. Los puse en contacto y eso fue como amor a primera vista, muy parecido a lo que le pasó a Barbet con Bukowski, cuando trabajaron siete años juntos para hacer la película Barfly. Durante la preproducción de su versión de La virgen de los sicarios, Barbet había estado filmando a Vallejo con una camarita de video para hacer un bonus track de la película. A medida que mi interés por hacer un documental sobre Vallejo crecía, le pregunté a Barbet: ‘¿vas a terminar ese documental?’ ‘No, si quieres te lo regalo’, respondió. Ahí tenía un material de base muy importante, porque él pudo filmar a Vallejo en Medellín, cosa que yo no pude hacer. Lo llame a Vallejo y le dije: ‘Quiero hacer una película sobre vos’. ‘Ah, pues si eso es lo que tú quieres, vente aquí a la casa a vivir y lo haces’. Y me fui a vivir veinte días a la casa de Vallejo en México y pude filmar su cotidianidad.”

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“Caicedo se ha vuelto un mito, un icono”, dice Ospina sobre el escritor, que era su amigo.
 
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