Domingo, 27 de marzo de 2016 | Hoy
CINE › JUAN TARATUTO ANALIZA EL EXITO DE ME CASE CON UN BOLUDO
El cineasta volvió a trabajar con Adrián Suar y Valeria Bertuccelli como protagonistas, como lo hiciera en Un novio para mi mujer, y su flamante film es el primer suceso argentino del año. “Nuestro cine tiene más desarrollado el drama que la comedia”, apunta.
Por Emanuel Respighi
¿El título es una genialidad o una vulgaridad? Esa fue la primera pregunta que Juan Taratuto, el director de Me casé con un boludo, debió responder durante la entrevista con Página/12 para analizar a la comedia que, con sólo diez días en la cartelera, ya es el primer éxito cinematográfico argentino del año. “Soy de panquequearme muy fácilmente”, dice, al respecto. “Cuando el guionista Pablo Solarz me comentó el título, me pareció una genialidad. Pero cuando llegué a casa y se lo conté a mi mujer (la actriz Cecilia Dopazo), me miró extrañada y esbozó un: ‘Mmmhhh, medio sofovichesco’. Ese mismo día hablé con un amigo y le había parecido ‘espectacular’. Hoy, plantado en la cartelera, me gusta. Claro que, si la película hubiera metido 400 espectadores en la primera semana, ¡le hubiese echado la culpa del fracaso al título!”, dispara, con un pragmatismo que da cuenta de que, además de ser uno de los cineastas argentinos más convocantes, es un sumamente influible fuera del set.
Protagonizada por Adrián Suar y Valeria Bertucelli, Me casé con un boludo es la última comedia dirigida por el hombre que estuvo detrás de otras interesantes películas del género, como No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil? y Un novio para mi mujer. En Me casé... vuelve a trabajar con la misma pareja protagónica y el mismo guionista de Un novio..., en un cuarteto creativo que parece tener buen diálogo con el público: la comedia convocó a más de 500 mil personas en la primera semana, y va camino a superar las poco más de 1,4 millón de personas que vieron en el cine a su anterior creación. Si bien en el medio dirigió el drama La reconstrucción, Taratuto parece formar parte de la “nueva comedia argentina”, si es que en tal categoría se podría inscribir a cineastas como Ariel Winograd y Martín Piroyanky, entre otros directores que comparten la idea de que el capocómico debe estar acompañado por una estructura dramática que lo contenga.
–Históricamente, la comedia argentina giró al rededor de un capocómico, más basada en el histrionismo del protagonista que en la solidez del guión. ¿Cree que se está dejando atrás ese registro?
–Está surgiendo otro tipo de comedia, hay otras búsquedas, y eso siempre es placentero. Pero tampoco veo tanta. Me gustaría ver más comedia argentina inquieta. El año pasado vi Voley y fue una bocanada de aire fresco. Pero no hay ni tantas pelis ni tantos guiones ni tantos actores que sepan hacerlo. También en los 50 y los 60 hubo comedias apartadas del capocómico, en la que se basó la comedia argentina desde la irrupción de (Luis) Sandrini y se mantuvo hasta hace poco. El cine argentino carece de comedias. Históricamente, nuestro cine tiene más desarrollado el drama que la comedia. Es muy difícil hacer buenas comedias. Y lo digo con conocimiento de causa, después de haber hecho drama, en La reconstrucción. En un punto, el armado emocional de un drama es más sencillo que el que necesita una comedia.
–¿En qué percibe esa dificultad a la hora de “pensar” la comedia?
–Es mucho más difícil hacer reír. Mucho más complejo es hacer reír sutilmente y como consecuencia de situaciones, y no únicamente del capocómico. Hacer reír desde el texto o desde la aparición de un elemento exógeno a la situación, inesperado pero posible. En el cine siempre se juega lo verosímil. Valoro mucho cuando una película me hace reír, porque no sucede a menudo. Cuando estoy filmado y me río de una escena, nunca sé si es por la situación de la trama o por el alivio de que la toma saliera. O al revés: tal vez una escena no me hace soltar la carcajada porque ya conozco de antemano el guión. Y el humor es, básicamente, sorpresa.
–En Me casé... volvió a trabajar en comedia con Bertuccelli y Suar, como en Un novio para mi mujer. Esa experiencia previa podía poner el riesgo ese “factor sorpresa” por el riesgo de repetirse. ¿Qué recursos utilizó para que eso no suceda?
–Fueron dos experiencias completamente diferentes. Todos imaginamos que iban a ser experienciaS similares y terminaron siendo distintas. En Un novio..., Adrián y Valeria no habían estado tan metidos en la escritura como en esta peli. Yo había tenido otros tiempos de rodaje. Y éramos otras personas. En Me casé... hubo varios momentos en los que no estábamos de acuerdo y pudimos resolverlo. Si algunos de los contrapuntos se hubieran dado en Un novio..., probablemente nos habríamos ido a las manos. La confianza en el otro, tras haber hecho Un novio..., nos ayudó a que todo terminara en paz.
–¿Cómo actúa en la cabeza de un director no volcarse, aunque sea inconscientemente, a recursos que funcionaron muy bien en la película anterior, contando con los mismos protagonistas?
–No quería que nadie se desilusionara yendo a buscar la segunda parte. Esa búsqueda del público es lógica, imposible que no suceda. Pero ya no es un problema mío. Es una película distinta, con otros personajes. Nada tiene que ver la fuerza del personaje de “la Tana” con el que ahora hace Valeria. Pero es verdad que la película la completa la gente y el tiempo.
–¿Cómo se lleva con la presión de hacer un éxito, que por producción y protagonistas películas como Me casé... persiguen?
–Hay dos etapas. La cantidad de gente que la película recauda en el primer fin de semana depende básicamente del lanzamiento y de su promoción, porque nadie sabe exactamente si la película es buena o no. Me interesa más lo que ocurre en el segundo fin de semana, porque lo que ocurra con la venta de entradas en relación a la primera semana tiene que ver más con la película. Mi termómetro tiene que ver más con la segunda semana que con la primera. Me genera mucha expectativa el éxito de la película. A mí me sirve mucho que a la película le vaya bien, hasta para futuros proyectos. Ni hablar para el cine nacional, para que la industria siga floreciendo.
–Más allá de lo que indica la recaudación en las boleterías, ¿con qué aspecto de lo que ocurre con Me casé... se queda satisfecho un director?
–Estoy conforme con la película. Obviamente, siempre la mirada del director va cargada sobre la falta más que sobre los logros. Me siento satisfecho con el resultado final no cuando llenan salas, sino cuando veo plasmado en escena la idea madre. Ante cada trabajo me pregunto: ¿está retratada esa idea madre, esa semilla, en la película? En La reconstrucción, por ejemplo, quería representar lo que sucedía alrededor del dolor de una pérdida y con la posibilidad de salir de esa situación. La película cumplió con ese objetivo, aun cuando fue fallida desde lo narrativo. En Me casé..., el disparador temático fue cómo uno se para ante las relaciones afectivas que comienza. Esta cosa de ser fresco, honesto y mostrarse como uno es que uno despliega a los 25 al momento de construir una pareja se va modificando con el paso del tiempo y los sinsabores de la experiencia. La mirada sobre la pareja muta con el paso del tiempo. Hoy, yo no pienso el amor de la misma manera con el que lo hacía cuando tenía 20 años. Con los años, el amor tal vez no es mostrarse tal cual es, sino cuidar lo que uno va a decir o pensar cómo decir determinadas cosas. El amor requiere callarse en algunos momentos, actuarle un poco al otro, saber qué partes de uno son más luminosas, y mostrar esas y resguardar otras. Hay algo de eso en los personajes, en los que el humor y la comedia terminan siendo un vehículo para contar eso. Si fuera un drama, tal vez, el personaje debería ocultarle sus miserias y adicciones.
–Pese a las expectativas que puede generar el título, Me casé... no es una película repleta de gags ni las risas que puede generar están basadas en los siempre tentadores mohínes de Suar o Bertuccelli.
–Muchas veces nos pasaba en el set de sentir que nos íbamos de mambo con estos dos atorrantes que no paran de improvisar que son Adrián y Valeria. Hubo que parar en algunas ocasiones para marcar que no todas las escenas eran para hacer reír a carcajadas. En una comedia de estas características, uno tiene que tener en cuenta que el chiste, que puede ser muy gracioso, le puede jugar en contra a la estructura emocional de la película. Una película graciosa no es un film con muchos gags. Muchos gags pueden desestructurar la película. Mi tarea era como la de un “policía malo” y dramático que velaba por la estructura de la película.
–De hecho, en Me casé... hay una mirada sobre el ego del actor, la mediatización de la vida privada, la identidad, la honestidad...
–El primer corte de la película fue en diciembre. En esa primera mirada, junto al editor nos dimos cuenta de que a la película, hacia el final, le faltaba una caída. De hecho, decidimos reescribir y volver a filmar una escena que nos había gustado cómo había quedado en el tono general de la película. En esa reescritura aparece la frase “los boludos también nos enamoramos”. Cuando leí esa frase y la vi actuada, me identifiqué con ese boludo. Me di cuenta de cosas que hice, a las que por suerte mi mujer le hizo la vista gorda. Es universal. Solarz me dijo alguna vez que aquellas cosas que le daban vergüenza eran “oro en polvo”.
–¿En qué sentido?
–Me lo decía en el sentido de que las cosas que nos avergüenzan y que reprimimos, llevado a la escritura, son “oro en polvo”, porque desenmascaran algo que todos queremos ocultar. Esa es la diferencia de una escritura “honesta” y una más “careta”. Decir que “los boludos también nos enamoramos” es muy honesto, porque significa que hay alguien mirándose a sí mismo.
–¿Cuánto tiene de verosímil el arquetipo de actores que presenta Me casé...? ¿Le tocó transitar alguna escena parecida de la que sucede en la película?
–No. En todo caso, lo que hicimos fue una suerte de patchwork de comportamiento de diversos actores que conocemos y de cosas que nos han contado. Hay mucho mito alrededor de los actores y su ego. Nos reímos mucho de la construcción pública de esos personajes. Valeria tenía muchas ganas de hacer una mala actriz, pero a lo sumo trabajé con una actriz tensa, nunca en un rol protagónico. Nunca viví en el set de tener un quilombo de gritos y peleas en el set de filmación. No me funciona ese clima para trabajar. Podemos tener discusiones, pero siempre componiendo para poder seguir adelante. No se puede laburar en el cine con esa tensión. Es contraproducente para todos.
–¿El director debe ser un poco un psicólogo durante el set, para contener tantos egos juntos?
–En lo particular, intento tener un comportamiento de contención. Pero nunca me ha pasado de trabajar con esos egos tan arriba. En general, siempre supe de antemano qué clase de personas eran los actores con los que he trabajado y que he elegido trabajar. Uno puede entender alguna cosita de los actores, pero que tiene que ver con la inseguridad más que con el ego. Estoy casado con una actriz y entiendo la exposición con la que deben lidiar. Los actores vibran con la obligación de hacer bien la escena. Es muy fuerte verse en una pantalla o estar arriba de un escenario. Para la gente, esas cosas parecen pequeñeces, pero para los actores es muy complejo. Entiendo los miedos de los actores.
–No le queda otra que comprenderlos.
–Los actores necesitan un ego muy grande pero a la vez tienen una inseguridad de igual tamaño que los hace querer llamar la atención. Son presos de un círculo vicioso. Pero, por suerte, nunca he tenido grandes quilombos en un rodaje.
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