Lun 04.04.2016
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CINE › LUIS ZORRAQUíN Y GUARANí, SU óPERA PRIMA QUE SE ESTRENA ESTE JUEVES

Paraguay, pasado y presente

El director es argentino, pero su ficción está protagonizada por actores paraguayos. La película, dice el cineasta, “propone un diálogo entre dos generaciones” y pone especial énfasis en la cuestión de la identidad guaraní.

› Por Oscar Ranzani

Hace una década, el argentino Luis Zorraquín tenía 25 años y consiguió un trabajo de publicidad que le implicaba viajar al Paraguay constantemente. Así estuvo durante nueve años, yendo y viniendo. Como el tiempo que estuvo trabajando de esa manera fue prolongado y se hizo amigo de mucha gente del país vecino. En base a las conversaciones que iba teniendo con ellos, comenzó a reflexionar sobre lo que estaba sucediendo en Paraguay. Decidió estudiar su historia y se sintió fascinado. “Me impactó cómo después de la Guerra de la Triple Alianza quedó un treinta por ciento de población masculina que, en su mayoría, eran abuelos y niños. Y me pregunté: ¿cómo se sigue después de eso, cómo se avanza?”, comenta el director en diálogo con Página/12, acerca del germen de su ópera prima, Guaraní, una ficción pensada y realizada por un argentino pero protagonizada por actores paraguayos y con una marca cultural propia de esa tierra. “Fue un disparador. Después, la historia tomó su forma, se fue para un lado y para el otro”, agrega el cineasta de 35 años.

Guaraní presenta la historia de Atilio, un hombre mayor que vive con su nieta Iara en las cercanías de un río. El hombre tiene un profundo compromiso con su cultura y sus antepasados, a diferencia de su nieta que vive más en la cultura joven actual. Atilio siempre quiso tener un nieto varón, por la cuestión del legado cultural. Un día, Atilio se entera de que Iara está embarazada. Y el hijo por nacer es varón. Atilio no duda un instante y decide viajar por los ríos junto a su nieta hasta Buenos Aires para convencer a su hija que de a luz en Paraguay. Hablada mayoritariamente en guaraní, la película de Zorraquín es una coproducción argentino-paraguaya, pero con temática y punto de vista de un ser paraguayo, a pesar de que el director es argentino. La idea del viaje y el tempo de la narración permiten asociar a Guaraní con Las acacias, aquel gran film de Pablo Giorgelli que ganó la Cámara de Oro en el Festival de Cannes 2011.

–¿Qué fue lo que más le impresionó de la cultura guaraní?

–La película toma el idioma como referente de lo cultural. Lo que más me impresiona es lo que quedó, lo que a través del desarrollo va quedando y va avanzando. También la lengua que marca cierta identidad. Recién ahora está resurgiendo, porque durante mucho tiempo la lengua guaraní no era legal y hablarla estaba mal visto, era de “pobres”. No era símbolo de desarrollo. Lo que más me sorprendió fue cómo, a pesar de eso, se sostenía sola porque es una lengua rica, con mucha sabiduría. Y se sostuvo esa cultura después de la colonización, de la guerra de la Triple Alianza, de cuarenta años de dictadura con Stroessner, donde hablar guaraní era sinónimo de “indio” y de “no desarrollo”. Y ahí están. Hoy están presentando proyectos de ley en guaraní. Eso no sólo me impresionó sino que, siendo argentino y sabiendo que toda esa historia me corresponde y no la tengo, bueno, veo que hay una revancha: hay tres millones de paraguayos viviendo en la Argentina que, por ahí, sus hijos van al colegio con los míos y por ahí mis hijos pueden aprender algo de ellos.

–¿Cómo fue hacer una película con identidad paraguaya siendo argentino?

–En un principio fue difícil porque si bien el paraguayo es muy hospitalario, es orgulloso tanto de su cultura como de quién es. A primera vista, no te lo demuestran, pero no les toques lo suyo. A los argentinos nos dicen “kurepa”, que significa “piel de chancho”. Es un término que viene de la época de la Guerra de la Triple Alianza y es despectivo. Para ellos no es chiste que una película se llame Guaraní, que hable de su cultura. Es que, en realidad, la película habla de la relación entre ambos países y esta unión de raíces guaraníes porque también nos pertenece. Lo más difícil fue lograr que a ese 50 por ciento de la película la hicieran propia. El punto de vista tenía que ser paraguayo. Fue una de mis luchas más grandes y no pude hacer la película hasta que lo logré.

–¿Guaraní muestra a nivel macro una forma de resistencia por mantener su cultura y su lengua?

–Se propone un diálogo entre una resistencia que no acepta el desarrollo, las nuevas tecnologías ni la diversidad y un desarrollo que no acepta lo antiguo ni tampoco la diversidad. Se propone un diálogo entre la generación de esta nieta globalizada y la generación con raíces más fuertes que no conoce otra forma de vivir. Menos un pasero que está a la vera del río que no sabe más que vivir de la pesca y del día a día.

–¿El film busca también reflejar la importancia de la identidad de una familia desde una perspectiva de género?

–Sí, también. No es casual. Son cosas que pienso. Me crié en una familia de seis hermanos y cinco son mujeres. Y hoy tengo cinco hermanas profesionales que respeto y que valoro y con las que me costó estar y desarrollarme a la par. No concibo otra cosa que no sea la igualdad de género. Por ahí, en mi casa había cierto machismo, común en la sociedad argentina y también en la latinoamericana. Y en Paraguay es impresionante el machismo. Me sorprendió de dónde viene: uno tiene que entender que ese 30 por ciento de la población masculina que sobrevivió a una guerra eran ancianos y niños. El rol masculino pasó a ser muy importante porque es lo que dio continuidad y supervivencia a su identidad.

–Por lo que pudo investigar, ¿hasta qué punto es importante es el rol de los abuelos en la transmisión de la cultura y las costumbres guaraníes para las nuevas generaciones?

–Hay cosas que también existieron en mi casa, donde el abuelo cumple un rol que tiene que ver con estos mitos que se transmiten por vía oral. Generalmente, la madre es quien les da el idioma, pero el abuelo les da la sabiduría con estos cuentos y mitologías. Hay muchos mitos que existen y era el abuelo quien los contaba.

–¿Cómo fue el trabajo de dirección al estar hablada en guaraní buena parte de la película?

–Tuve mucha ayuda. Primero hicimos una transcripción del guión, que lo hizo crecer mucho porque no es lo mismo: el guaraní es un idioma muy rico. No lo entiendo pero sí comprendo qué está pasando porque siempre me imaginé al guaraní como si fueran tres colores o tonos distintos. Un tono es cuando te están narrando una historia, que es el tono del abuelo dulce que cuenta. Después, el tono cuando están enojados que, realmente, suena duro y es muy fuerte. No tiene matices, no hay término medio. Y después está el tono de la añoranza permanente porque ellos añoran lo que vivieron. La película habla de eso y los paraguayos también rescatan eso. Trabajé con un coach, Juan Antonio Lescano, que tiene un taller llamado El Galpón, y gracias a él encontramos a Jazmín Bogarín, la protagonista. Después nos ayudó con las pronunciaciones y los textos. Lo mismo hizo el protagonista, Emilio Barreto, que nos señalaba lo que se decía, lo que estaba bien. Lo único que había que hacer era ajustar ese guión al guaraní y decir: “Esto es así, no vamos a improvisar”.

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