Mar 05.04.2016
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CINE › TATO MORENO PRESENTA SU DOCUMENTAL ARREO, ESTRENO DE ESTA SEMANA

“El trabajo es duro pero no se padece”

Para el realizador, “una de las primeras cosas que noté y que me impresionaron muchísimo fue la felicidad con que trabajan los arrieros de montaña. Eliseo canta mientras trabaja, disfruta. Y me pareció muy importante valorar eso”.

› Por Oscar Ranzani

Por Oscar Ranzani

@Nacido en Mendoza, Tato Moreno estudió cine en los Estados Unidos, pero sus películas tienen la marca identitaria del interior de su provincia. En 2009 realizó el documental De idas y vueltas, filmado en el sur de Malargüe. El trabajo contaba la historia de los chicos que viven un tiempo en la escuela de montaña y otro en el campo. Cuando finalizó este documental, Moreno se quedó enganchado con “la realidad del puestero trashumante, del peligro de desaparición de esa actividad y también de la confrontación de esos dos mundos”, según cuenta el cineasta en la entrevista con Página/12. Moreno estuvo un año buscando una familia que pudiera ser la protagonista; es decir, que viviera entre los dos mundos que menciona: la alta montaña y el campo. En Malargüe conoció al profesor de Historia Pancho Parada. “El había vivido en el campo de chico y se fue a Mendoza a estudiar Historia. Pancho volvió, se instaló y tiene un programa de radio para el campo”, relata Moreno. Juntos emprendieron la búsqueda y metiéndose a caballo en la montaña entrevistaron a muchas familias, pero no lograban dar con ninguna que atrajera a Moreno. Un día, bajando por la montaña, Pancho le ofreció al documentalista parar a descansar en la casa de su hermano mayor, Eliseo Parada. “Nos conocimos con Eliseo y hubo una conexión instantánea”, admite Moreno. Eliseo y su familia son finalmente los protagonistas de Arreo, que se estrena este jueves en el Espacio Incaa Gaumont.

El documental de Moreno aborda la cotidianidad del trabajo de esta familia con imágenes muy logradas de los momentos de pastoreo. A estos puesteros trashumantes se los ve en plena acción con sus cabras y chivos en el campo de Malargüe (Mendoza) y la mirada sobre el arreo se combina con los testimonios de los protagonistas que permiten entender el valor del trabajo del arriero, la transmisión de esta práctica de generación en generación y el riesgo que implica el progreso frente a la tradición. El documental logra seguir la travesía de esta familia a lo largo de un ciclo anual de arreo en las montañas mendocinas, donde pasan el verano para regresar a su vivienda cuando empiezan a caer las primeras nevadas. A lo largo de noventa minutos puede conocerse no sólo su trabajo sino también sus recuerdos, sus anécdotas y sobre todo el amor que tienen por un oficio que los enorgullece y que los une aun más: Eliseo Parada, su esposa Juana y sus hijos veinteañeros, José Abel y Facundo, comienzan su trabajo todos los días antes que salga el sol y cada uno tiene roles diferentes pero complementarios con los del resto. También se lo ve a Eliseo mostrando otra de sus pasiones: entona las canciones que va improvisando durante los arreos y mientras realiza las actividades típicas del puestero.

–¿Cómo fue el rodaje y qué dificultades se presentaron?

–Fue un rodaje difícil. Un poco de montaña tengo porque soy de Mendoza, pero fue duro porque esto es alta cordillera y hay que acostumbrarse a andar a caballo en las cornisas, con la cámara, y volver a subir. El equipo fue muy pequeño. Gran parte del tiempo estuve sólo o con una o dos personas, pero siempre fue muy chiquito el grupo de gente. Demorarmos dos años y medio y parte de ese tiempo que tardamos fue porque no quería forzar la historia. Y creo que valió la pena.

–La película busca rescatar el modo de vida de los arrieros, pero de una manera que no los victimice sino que los revalorice, ¿no?

–Sí, exactamente, porque una de las primeras cosas que noté y que me impresionó muchísimo fue la felicidad con que trabajan. Eliseo canta mientras trabaja. El trabajo es duro pero no se padece, se disfruta. Y me pareció muy importante valorar eso.

–¿Es también una historia sobre el legado de una generación a otra?

–Sí, y también es una historia acerca de aprender a entender al otro. Hablo del entendimiento entre padre e hijo porque, al principio, cuando empecé el documental, veía los dos mundos como dos cosas muy contrapuestas: el campo y la ciudad, como uno u otro. Y, en realidad, cada persona tiene derecho a elegir cualquiera de los dos. El problema es que se estaban cerrando los caminos para el que quiere elegir quedarse. El documental ayudó, por ejemplo, a que Eliseo y José Abel, que estaba en la ciudad, se entendieran más entre ellos. De hecho, en la segunda parte de la película, José Abel decidió por él mismo volver y arrear con el padre.

–¿Cómo vive un arriero hoy frente a los riesgos que impone la vida moderna?

–Hay dos problemas que son muy complicados. Uno, es el tema de la tenencia de la tierra porque aunque está la ley de arraigo para gente que ha vivido tantas generaciones en un lugar, muy difícilmente hay voluntad política de que eso se resuelva. Y tiene que ver con intereses específicos que hay sobre la tierra que pasa en todo nuestro país. Ellos corren un peligro constante de que los saquen de su lugar, aunque, según la ley de arraigo, eso les pertenecería por tantas generaciones que trabajaron en ese lugar. Y el otro problema es la intermediación. Por ejemplo, el año pasado ellos vendían un chivo a 300 pesos y ese chivo a 100 kilómetros se vendía a 800 pesos. Hay un intermediario que gana todo eso.

–¿De qué modo entiende que se ve reflejada la contraposición entre tradición y progreso?

–Fui descubriendo que es muy difícil de trazar la línea porque el puestero acepta el avance en las cosas. El problema es cuando el avance de las cosas es destructivo con el medio ambiente o con la misma cultura que está viviendo. No hay nada malo en que aparezcan cosas que le hagan más fácil la vida al puestero. El problema es cuando ese progreso destruye, contamina o le tapa el camino. Por ejemplo, el camino de trashumancia que ellos usan, ahora va a ser tomado por una ruta internacional donde va a haber camiones y ellos no van a tener por dónde subir.

–¿Por qué se los llaman “puesteros”?

–Por el puesto, porque ellos viven en tres lugares distintos durante el año. Por ejemplo, Eliseo vive en la casa más grande de Barbas Blancas durante el invierno. Pero en la primavera sube a un puesto intermedio. Un puesto es una pequeña vivienda que está en un lugar en la montaña. Ahí hay una puesto que lo llaman “de parición”, que es donde empieza la película. Y luego está el puesto de veranada que está mucho más arriba, casi a 3000 metros y en el límite con Chile, donde están los pastos de engorde. En el invierno todo eso está completamente tapado de nieve, mientras que en verano, más precisamente en diciembre, ellos suben allí y luego bajan en abril. Y eso se llama “puestos”.

–¿Apela a quitar el verlo del desconocimiento que tienen los espectadores urbanos sobre la vida pastoril?

–Totalmente. En el estreno en Mendoza, recibimos de la gente de la ciudad testimonios que expresaban que jamás habían vivido eso, que jamás habían visto un chivito pariendo o cómo los trabajadores pueden trasladarse todo ese tiempo hasta arriba de la montaña ni cómo viven en ese lugar tan alejado de cualquier conexión con el mundo. Definitivamente, la gente descubre un mundo que es muy nuestro, pero que está invisible.

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