Mar 19.04.2016
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CINE › PABLO ECHARRI Y LEONARDO SBARAGLIA HABLAN DEL FILM AL FINAL DEL TúNEL

“Tiene todo para transformarse en un clásico”

Los protagonistas de la coproducción argentino-española, que se estrena el jueves, destacan de la película de Rodrigo Grande “el lenguaje cinematográfico que hace que estén muy bien construidos el entretenimiento, la acción y el suspenso”.

› Por Oscar Ranzani

Ambos son actores de la misma generación y se les nota en las coincidencias que tienen en la manera de entender el oficio, como así también cuando opinan sobre otros temas que no tienen que ver estrictamente con la profesión. Pablo Echarri y Leonardo Sbaraglia son los protagonistas de Al final del túnel, coproducción argentino-española que tuvo como guionista y director a Rodrigo Grande y que se estrena el próximo jueves. Grande es rosarino y también pertenece a la generación de los actores: nació en 1974. Y ya había dirigido a Echarri en su segundo largometraje, Cuestión de principios. Hace tres años, Echarri había leído la primera versión del guión del nuevo film de Grande. “Ahí descubrí sobre todo a un gran guionista, más allá de cómo pone la cámara. Tiene una mirada poco vista en la Argentina desde lo que es el género en sí. Este thriller tiene algunos resabios de humor un tanto negro que funciona como aire fresco para remontar momentos de tanta tensión”, explica el actor al dar detalles de la historia. A su lado, Sbaraglia reconoce que Al final del túnel “es de esas películas que uno no encuentra muy seguido porque es un tipo de lenguaje cinematográfico que hace que esté muy bien construido el entretenimiento, la acción y el suspenso”.

El film empieza con una imagen impactante: a Sbaraglia se lo ve en silla de ruedas. Es que su personaje, Joaquín, es un hombre que tuvo un accidente automovilístico, en el que murieron su mujer y su hija. El quedó con una discapacidad motriz. Joaquín vive en una casa grande, pero pasa sus días sin gran entusiasmo. Se dedica a reparar computadoras en el sótano de su vivienda. Un día, decide alquilar una habitación y pone un aviso en el diario. Rápidamente llega Berta (Clara Lago), una bailarina de striptease con su pequeña hija, quienes están dispuestas a pasar sus días allí. A Joaquín no lo convence, pero la mujer insiste y al final ella hace uso del cuarto con su hija. Mientras trabaja en el sótano, una noche Joaquín escucha un ruido. Al poner el oído contra la pared descubre que un grupo de ladrones comandados por Galereto (Echarri) están construyendo un túnel que pasa bajo su casa para robar un banco cercano. Joaquín se obsesiona con el asunto y decide vigilarlos sin que ellos lo sepan y llega a conocer el plan de robo. Joaquín comienza a planear la manera de frustrar el objetivo de Galereto y sus secuaces.

–Esta película tiene un mecanismo de relojería en cuanto a la manera de trabajar el suspenso con un ritmo que no da tregua. ¿Qué referencias del género encuentran?

Pablo Echarri: –Viniendo de Rodrigo hay que pensar en unas cuantas referencias porque es un cinéfilo de atar. Es de esos directores que tienen un enorme conocimiento cinematográfico. Yo soy un neófito en la materia, pero no sólo tiene de Edgar Allan Poe sino también de Spielberg y Orson Welles. Logra una película con una enorme identidad que excede a los representantes más livianos del género. Tenemos que dejarla que transite pero es una película que tiene todo para transformarse en un clásico.

Leonardo Sbaraglia: –Todo el story board lo hizo Rodrigo. El tenía dibujado cada plano y, además, tenía un diseño de ingeniería del túnel. Es que era muy difícil filmar el túnel porque había que meter la cámara en un lugar que era imposible y había que seguir el recorrido físico de los personajes. Entonces, se construyó un túnel en un estudio de efectos especiales en España. Se hizo una especie de serpiente de 30 o 40 metros de profundidad con varias ramificaciones. Rodrigo también diseñó toda la ingeniería porque adentro se tenía que meter una grúa de punta pero también de costado. A medida que se iba metiendo la cámara, se iban abriendo las puertas del túnel y se tenían que ir cerrando para que la cámara no viera que esas puertas estaban abiertas. Fue un trabajo muy interesante. Y él lo pensó y la tenía muy clara.

–¿El plan de robo es como una oportunidad de vida diferente para ambos protagonistas, más allá de que uno está cometiendo un delito y que el otro busque hacer justicia?

P. E.: –Galereto es puntualmente accesorio a lo que es el derrotero de Joaquín. Simplemente está haciendo un robo más y dice que es el último para irse con su chica. Hace su último trabajo para tratar de “unir dinero con amor”, según dice. Es una premisa que tiene. La de Joaquín es infinitamente más avasallante. Conocemos verdaderamente a un héroe con dificultades físicas concretas y visibles, y con una situación emocional dura y profunda porque perdió a su familia hace muy poco. Es un tipo ermitaño y huraño. Se ve a alguien con pocas posibilidades de desarrollo y con pocos deseos de desarrollar su vida de ahí en adelante. Se ve a un tipo que está esperando que su vida pase entre esa casa lúgubre en la que nadie abre las ventanas y ese sótano donde arregla las computadoras.

–Es la diferencia entre pasar la vida y vivirla, ¿no?

P. E.: –Sí, se ve a un tipo casi esperando la muerte. Pasa que es muy joven.

L. S.: –Muy muy joven (risas).

P. E.: –Treintañero (risas). Y a partir de que él empieza a ver a estos ladrones cavando el túnel debajo de su casa, empieza a tener una idea absolutamente alocada y casi imposible de poder realizar que, de alguna forma, se va a transformar en una esperanza muy concreta hacia adelante.

L. S.: –Una lectura de esta historia es ver a este personaje frente a una nueva oportunidad. En definitiva, la película habla de eso: de un tipo que está frente a la nueva oportunidad de su vida porque lo ha perdido todo. Y, de pronto, le aparece de nuevo la posibilidad del amor, de volver a construir algo en conjunto. Y ahí también está la fuerza de la película de acción porque Joaquín no lo puede hacer sólo por él, lo hace por otros.

–¿Cómo fue la construcción de personajes que tienen su complejidad por las máscaras que cada uno se pone?

P. E.: –Para estos personajes tan claros y delineados dejo la psicología un poco de lado, porque como son de una arista sola pero muy pronunciada, a veces, la psicología los confunde un poco. Veía claramente la construcción de un villano de una extrema crueldad. Hablando con Rodrigo, la característica más sobresaliente era que había que construir un tipo lo más aparentemente inofensivo posible para que en los momentos violentos o difíciles impactara más fuerte. La película tiene sorpresas con respecto a ciertas vueltas de tuerca que pega. Son un poco impredecibles por un cierto tono de este grupo de ladrones que hasta parecieran ser casi un club de amigos. Nada más que cuando la cosa arrecia y recrudece la violencia tiñe de rojo todo lo que sucede. En ese caso, no había que hacer mucho más que lo que estaba escrito y asumir ese rol de villano. Y ahí se me vinieron cantidades de películas que he visto. Y entiendo cómo los grandes actores del mundo toman a esos personajes y dejan que, de alguna forma, vivan y existan a través de los tópicos y de lo que está escrito en el guión.

L. S.: –Coincido con lo que dice Pablo: cuando un guión está bien escrito y el diseño de los personajes está claro realmente hay que agarrarse de eso y establecer un lenguaje con el director. También me sirvió un poco entrevistarme con personas en silla de ruedas, sobre todo porque yo tenía que saber manejarla muy bien. Los de las piernas era una dificultad técnica y había que aprender a “tocar ese instrumento” en la película y aprender a expresarse en una silla de ruedas. Tengo una amiga que se llama Inés. Ella tuvo un accidente y quedó con una discapacidad en las piernas y me puso en contacto “con el tipo que mejor maneja la silla en la Argentina”, según me dijo. Se llama Paco y tuvimos varios encuentros. Es un tipo que se maneja en la silla de ruedas como si caminara: se levanta, se para, se tira de la silla, va en coche. Así como Rodrigo no quería un villano de línea gruesa, en Joaquín tampoco quería una persona con discapacidad de línea gruesa. Es un personaje que también se presenta como un tipo normal y, en todo caso, su problema lo tiene por temas psicológicos y emocionales en relación al accidente, por haber perdido su familia antes que por haber quedado en esa condición. También podemos leer que el tipo tiró la toalla, pero las circunstancias lo obligan a tener que pasar a la acción.

–Al inicio uno esconde su bondad y el otro su maldad, ¿no?

L. S.: –Está bien eso que dice.

P. E.: –Sí, el guión en un momento tenía algo escrito por Rodrigo sobre los personajes que están alrededor de Joaquín: tenían que ver con cada una de las personalidades que Joaquín tenía.

L. S.: –Como si todo ocurriese dentro de su cabeza.

P. E.: –De hecho, con Galereto, mi personaje, Rodrigo hacía el anagrama de alter ego, como que Galereto era, de alguna forma, un alter ego de Joaquín. Por ejemplo, Joaquín tiene una quemadura que Galereto también tiene. Hay un juego psicológico que hizo Rodrigo y que después, cuando fuimos discutiendo sobre la película, le fue quedando ese color, ese tinte, el aroma, pero le fuimos sacando un poco esa profundidad porque transformaba el guión en una historia mucho más indescifrable. Pero indudablemente quedaron teñidos los personajes de una cantidad de características como si todos esos ladrones que están abajo al lado del sótano fueran una cara diferente de Joaquín. Eso no quedó establecido como una columna vertebral para que el espectador lo pueda entender estructuralmente, pero hay algo en la película que le suma a la calidad, al espesor: los personajes están minuciosamente construidos y, de alguna forma, este Galereto es un poco simbiótico con Joaquín. Es casi como un apéndice de Joaquín.

–Al final del túnel es una coproducción argentino-española. Por su experiencia en España, ¿cómo nota Sbaraglia las coproducciones con España? ¿Se redujeron por los ajustes del presidente Mariano Rajoy?

L. S.: –En principio, yo lo he notado en forma más personal porque viví justamente ocho años en España. Tengo la posibilidad de trabajar en la Argentina y en otros países, pero sé por muchos compañeros españoles que ha bajado el trabajo. Ahora, se está reactivando un poco más. El otro día comentaba que hay muchas películas que no serían posibles de hacer si no hubiera convenio de coproducción. Pienso en Plata quemada, El secreto de sus ojos, Las viudas de los jueves, Relatos salvajes, Sin retorno... Son películas de un presupuesto medio. En España un presupuesto medio es de 1,5 o 2 millones de euros. Las que son enteramente argentinas pueden acceder con mucha suerte a tener un presupuesto de 500 o 600 mil euros. Un film como éste, con casi diez semanas de rodaje, con todo un dispositivo que había que generar y del cual hablábamos antes, valdría diez veces más si lo hicieran los americanos. Cualquier película de acción americana no podría ni empezar con 400 mil euros. Había que generar ciertas condiciones para poder hacerla. Por eso es importante que se puedan hacer coproducciones. Se da muchísimo más con España que con cualquier otro país del mundo. Con Uruguay, Brasil y México no llegamos ni a un porcentaje ínfimo al lado de las coproducciones que se hacen con España.

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