Sábado, 23 de abril de 2016 | Hoy
CINE › CIERRE DE LA COMPETENCIA ARGENTINA CON UN DERROCHE DE DOCUMENTALES
Raídos, de Diego Marcone, trasciende el típico documental social, mientras que Las lindas, de Melisa Liebenthal, y Crespo (La continuidad de la memoria), opus 2 de Eduardo Crespo, coinciden en su puesta en foco de la realidad más inmediata.
Por Horacio Bernades
Con un verdadero derroche de documentales cierra su Competencia Argentina la 18ª edición del Bafici. Tres películas pertenecientes a ese campo y una sola de ficción son las últimas concursantes de una sección que se caracterizó por presentar una buena cantidad de films de decurso imprevisible. Raídos, de Diego Marcone, no es el típico documental social, donde determinado grupo (en este caso los jóvenes cosecheros de la yerba mate, en Misiones) es observado como objeto de estudio, representación a escala de una temática mayor. Por el contrario, el documental de este joven egresado de la carrera de Imagen y Sonido los reconoce como sujetos plenos, dotados de su propia voz. Las lindas, ópera prima de Melisa Liebenthal, y Crespo (La continuidad de la memoria), opus 2 de Eduardo Crespo, coinciden en su puesta en foco de la realidad más inmediata, aquélla que los rodea (algo que también hace otro documental de la misma sección, Mi último fracaso, de Cecilia Kang). Por último, la ficción. Filmada en Puerto Madryn, Juan Meisen ha muerto presenta la curiosidad de que su director, Felipe Bergaño, es colombiano. Pero graduado en la Universidad del Cine, que dirige Manuel Antín.
“Tareferos” se les llama a los cosecheros de la yerba mate en Misiones. Un cartel al inicio de Raídos recuerda que en los años 90, las políticas neoliberales llevaron a la industria yerbatera a una grave crisis, producto de la cual una importante cantidad de jóvenes migró a las urbes de la provincia. Pese a ello, muchos no encontraron trabajo, empleándose en esa tarea ocasional, que se lleva a cabo durante cinco meses al año. En una de las primeras escenas, jóvenes tareferos levantan la cosecha, haciéndose bromas de espaldas a cámara. Están subtitulados, lo cual es muy oportuno, ya que su cerrado fraseo guaraní torna difícil la comprensión al forastero. El recurso podría parecer centralista, pero se trata en verdad de lo contrario: al dar la palabra a sus personajes, a Raídos se le hace necesario “traducirlos”. Uno de ellos cuenta que de chico dejó la escuela, porque en los estudios era “todo para atrás”. “Me arrepentí el resto de mi vida”, dice, y el hecho de que no tenga ni 30 años hace más desesperante su confesión. Otro cosechero y su pareja llegan a la conclusión de que la chica necesita un par de ojotas nuevas. Salen 80 pesos, y la chica piensa pagarlas en cuotas. Un grupo de tareferos saca cuentas: el kilo de yerba que acaban de comprar en el almacén les costó 35 pesos; a ellos, por 100 kilos les pagan 50. Raídos recuerda que no hace falta machacar durante hora y media para que un documental social alcance su objetivo. Basta con convivir con los protagonistas el tiempo suficiente y saber (y querer) observarlos.
Las lindas dura 77 minutos, y recién hacia la mitad del metraje se entiende de qué va. En la primera parte, la realizadora Melisa Liebenthal filma al que parecería ser su grupo de amigas, las chicas “populares” del secundario (esto es, las más lindas, cancheras y atrevidas), repasando, mediante filmaciones familiares y fotos, su historia junto a ellas. Son las típicas alumnas de colegio inglés, frívolas y conchetas, que se la pasan hablando de ropa, maquillajes y salidas nocturnas, con algunas tímidas intervenciones de la realizadora desde detrás de cámara. En la medida en que ésta se va dando permiso de aparecer en cámara, la película termina pegando un giro de campana, deviniendo otra. Aquellas amigas desaparecen, para dar paso a un grupo paralelo, de amigas “no tan lindas”. Liebenthal pasa de observadora a sujeto, y junto con ella y sus dudas, el tema de la femineidad, la belleza, la identidad, el género incluso, dejan de tener el carácter frívolamente asertivo que hasta entonces tenían, para volverse objetos de reflexión, eventualmente de cuestionamiento. Película que se da vuelta como un guante, lo que empezó siendo una selfie de grupo concheto se ha convertido, como por arte de magia, en film-ensayo, autorretrato personal y, por qué no, de género.
Eduardo Crespo nació en la localidad entrerriana de Crespo. Pero no existe ninguna relación de parentesco entre su familia y los fundadores de esa ciudad. Es pura casualidad. Para mayor casualidad, desde que se mudó a Buenos Aires Crespo vive –no es chiste– en el barrio de Villa Crespo. Tal como explica el realizador en off, Crespo (La continuidad de la memoria) debió haber sido una película sobre la ciudad y su padre. Esto se vio frustrado con la muerte de éste, cuando el film estaba en preparación. Crespo pasó a ser, entonces, una película sobre la película que no fue, hecha de fragmentos en busca de un centro que ya no está. Film-réquiem, a falta de centro Crespo tiene un hilo: el off en primera persona a cargo del realizador. Bello, reflexivo y elegíaco. Ese tono, la figura del padre, el propio carácter de réquiem y hasta la misma provincia de Entre Ríos no pueden sino recordar la Carta a un padre de Edgardo Cozarinsky, perla del Bafici 2013. Con la diferencia de que allí el duelo estaba hecho largamente –de ahí que el film se presentara clara, rigurosamente estructurado–, y aquí en tren de hacerse. Por eso su narración es rapsódica, tentativa, en algún caso tal vez hasta errónea. Bellamente filmada, Crespo (La continuidad de la memoria) finaliza con un ritual de evocación y despedida que representa la escena más conmovedora de toda la Competencia Argentina de esta edición del Bafici.
Juan Meisen ha muerto es interesante mientras se presenta como retrato de grupo de amigos endogámico, y pierde interés cuando aparecen las mujeres. No es misógino el comentario sino, como se verá, la película. Juan y sus amigos madrydenses son un grupo de casi treintañeros patagónicos. Esto es: solitarios, tan secos y áridos como el clima. Parecen versiones del protagonista de Liverpool, con diez años menos y apenas un poco más conversadores. En una escena genial, totalmente muda y filmada en un único plano fijo, los cuatro están sentados frente a la barra de un bar, tomando unas cervezas. Al fondo, en una mesa, una chica sola. Anton, un duro de familia rusa, la ve, se levanta y se sienta junto a ella. Viene del baño el compañero de la chica y sin decir nada lo caga a trompadas, como en una película de Scorsese. Anton se levanta, caga a trompadas al otro y vuelve a la barra, a seguir tomando cerveza en silencio, ahora como en una de Kaurismäki. Hasta que aparecen las chicas. Sobre todo una, muy linda, forastera a la que le gusta uno de ellos. Pero como en la disco lo ve chapando con otra se pone a apretar con el tal Juan. Pasa la noche en su casa, se queda a vivir ahí, mueve los hilos para que Juan eche al otro (al que le había dado techo), no conforme con eso la noche de Navidad le hace los cuernos a Juan con otro... y Juan se muere. Desde el mito bíblico de Lilith no se escuchaba un cuento tan misógino como éste.
* Raídos se verá mañana a las 13 en el Atlas Belgrano 1.
* Las lindas, mañana a las 22.30 en Village Caballito 7.
* Crespo (La continuidad de la memoria), mañana a las 16.30 en Atlas Belgrano 1.
* Juan Meisen ha muerto, hoy a las 15 en Village Recoleta 5.
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