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Jueves, 19 de mayo de 2016

CINE › ALZAS Y BAJAS EN LA COMPETENCIA OFICIAL DEL FESTIVAL DE CANNES

Los desconocidos de siempre

Los nombres famosos cosecha 69 –Almodóvar, Assayas, Loach– no siempre están a la altura de sus reputaciones. Pero una película brasileña, Aquarius, de Kleber Mendonça Filho, protagonizada por una extraordinaria Sonia Braga, logró volver a equilibrar la balanza.

 Por Luciano Monteagudo

Página/12 En Francia

Desde Cannes

Ya pasaron quince de los veintiún títulos en la competencia oficial y, hasta ahora, hubo varias de esas películas destinadas a dejar huella, unas cuantas más de las que aparecieron en todo Cannes del año pasado: la alemana Toni Erdmann, de Maren Ade; la francesa Rester Verticale, de Alain Guiraudie; la rumana Sieranevada, de Cristi Puiu, todas ellas ya comentadas en estas páginas. Pero con excepción del Paterson de Jim Jarmusch, los nombres famosos del Cannes cosecha ‘69 no siempre están a la altura de sus reputaciones. Hubo un sonoro abucheo, sin duda exagerado, aunque su película es ciertamente fallida, para Personal Shopper, la nueva realización de Olivier Assayas, protagonizada por Kristen Stewart, en un papel similar al del film anterior de ambos, El otro lado del éxito, pero esta vez no en plan Bergman sino puramente fantástico, con fantasmas y todo. Julieta, el flamante Almodóvar (hace rato ya que no figura el “Pedro” en los créditos) es una decepción en toda la línea, un melodrama pueril que podría ser escuchado a ojos cerrados, a la manera de un radioteatro, si no fuera porque todo –desde la cocina más humilde hasta el vestuario de un personaje en crisis– está decorado con unos colores tan bonitos que parecen más pertinentes para un comercial que para un largometraje en concurso por la Palma de Oro.

Mademoiselle, del coreano Park Chang-wook (el mismo de la sobrevalorada Old Boy, que en el 2004 se fue del festival con el Gran Premio del Jurado) propone una historia de insidias, traiciones y erotismo softcore que quizás funcione en el mercado asiático, pero que si por algo llama la atención es por su ramplonería. Loving –afirman los trade papers como Variety– ya se apunta, a años luz de la próxima ceremonia, en la carrera del Oscar, con la historia verídica de un matrimonio interracial que en el estado de Texas de los años ‘60 consiguió vencer todos los prejuicios, sociales y legales. Pero de su director Jeff Nichols (el mismo de Take Shelter, descubierta aquí en Cannes 2011) se podía esperar algo mejor que el calculado convencionalismo para ganarse el voto de los académicos de Hollywood. Por su parte, I, Daniel Blake está lejos del nivel del viejo Ken Loach, con temas –la desocupación, la perversa burocracia de los servicios sociales– que ya transitó antes y mejor en Ladybird, Ladybird y Mi nombre es todo lo que tengo, por citar las películas más afines a su nueva oda a la clase trabajadora.

Es verdad que el juicio sumario y el fusilamiento inmediato siempre están a la orden del día en Cannes, en donde todo se mide con otra vara, muchísimo más alta por cierto que la utilizada para la rutinaria cartelera cinematográfica de casi cualquier ciudad del mundo, empezando por Buenos Aires. Pero esa realidad, sin duda injusta, no impide ver, por caso, que La fille inconnue (“La chica desconocida”), de los hermanos Luc y Jean–Pierre Dardenne, dos veces ganadores de la Palma de Oro, primero por Rosetta (1999) y luego por El hijo (2005), tampoco puede equipararse con aquellos notables antecedentes. El guión de su nuevo film tiene –como ya sucedía en su película inmediatamente anterior, Dos días, una noche– algo mecánico, una apretada sucesión de acontecimientos que parecen forzados.

Es verdad que en el cine de los Dardenne, hay en La fille inconnue buena madera, pura nobleza. En este caso, Jenny, una joven médica (Adèle Haenel, un nuevo descubrimiento de los autores de La promesa) empeñada en conocer la identidad de una muchacha de origen africano que murió de manera violenta en circunstancias desconocidas y es enterrada como NN. Primero la mueve la culpa, porque fue en su consulta médica donde esa adolescente negra tocó timbre buscando refugio y ella, pensando que se trataba de una paciente fuera de horario, no le abrió. Pero luego hay algo más profundo que parece motivar a Jenny: la necesidad de descubrir la verdad, de saber qué sucedió, y de restituir la dignidad de una chica que, habiendo sido casi invisible en vida (nadie en esa ciudad de Bélgica parece conocerla), pueda tener al menos un nombre en su tumba, por lejos que esté de su casa. “Las mujeres son el futuro de la sociedad”, declararon los Dardenne ayer después de la proyección del film en Cannes. “Lo pensamos realmente. A diferencia de los hombres, las mujeres se hacen responsables, son libres y hacen que la sociedad se pueda mover hacia adelante”.

Esas palabras no podrían ser más justas para Aquarius, el extraordinario film del brasileño Kleber Mendonça Filho, protagonizada por una no menos extraordinaria Sonia Braga, y que se viene a sumar a esa lista de grandes títulos de la competencia oficial, realizados por directores casi desconocidos por afuera del circuito de festivales. La excelente opera prima de Mendonça Filho, Sonidos vecinos, estrenada en Buenos Aires sin repercusión alguna un par de temporadas atrás, ya demostraba que este director pernambucano, nacido en 1968, era un nombre a seguir. Y con Aquarius no sólo está a la altura de aquella promesa sino que la consolida y supera, con un film mucho más complejo de lo que su mero enunciado permite suponer.

En las antípodas de esa imagen de exportación a la que el cine brasileño e internacional la sometió después del éxito de Doña Flor y sus dos maridos, aquí Sonia Braga es pura verdad, esencia, presencia. Su personaje es Clara, una periodista musical que atravesó las mejores experiencias artísticas y culturales de su país y que a los 65 años vive sola en un viejo pero espléndido departamento de un edificio frente al mar, en Recife. Así como se resiste a desprenderse de su estupenda colección de vinilos, tampoco quiere dejar ese edificio, del cual se ha convertido en su última moradora, y que una corporación le quiere arrebatar de todas las maneras posibles, para hacer allí un turbio negocio inmobiliario.

Como ya sucedía en Sonidos vecinos, Aquarius no es un film que trabaje sobre estereotipos sino más bien sobre arquetipos: las fuerzas enfrentadas por esa propiedad, lo mismo que la clase prestadora de servicios que las abastece, no expresan prejuicios inmutables a la manera de los teleteatros sino que, por el contrario, parecen responder más bien a una profunda cadena de imágenes de valor simbólico, representativas de la constitución de una sociedad. Film de lucha, de resistencia, que habla tanto del racismo como del patrimonio urbano en tanto memoria de una ciudad, Aquarius se convirtió también en un ejemplo de conciencia política, cuando el director, su estrella y todo el equipo de la película, en plena alfombra roja primero, y luego en la inmensa sala del Grand Théâtre Lumière, desplegó una serie de pancartas denunciado que, los que está sucediendo con el impeachment en Brasil, es lisa y llanamente un golpe de Estado.

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Sonia Braga y el equipo de Aquarius llamaron al golpe por su nombre.
Imagen: EFE
 
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