Jueves, 26 de mayo de 2016 | Hoy
CINE › UN LIBRO Y HOMENAJES VARIOS RECUPERAN LA FIGURA DE RAYMUNDO GLEYZER
Mañana, a cuarenta años de la desaparición del cineasta, su viuda Juana Sapire y la periodista Cynthia Sabat presentarán su libro Compañero Raymundo. Habrá también otras actividades, que continuarán en los próximos días, para recordar al documentalista.
Por Oscar Ranzani
“Está claro para nosotros que el cine es un arma de contrainformación. No un arma de tipo militar. Es un instrumento de información para la base. Ese es el otro valor del cine en este momento de la lucha. Es así como nosotros entendemos que el cine es un arma.” Así pensaba el realizador Raymundo Gleyzer, creador de clásicos del cine político como Los traidores y fundador del Grupo Cine de la Base, que buscó llevar sus producciones a escuelas, universidades, villas y fábricas, porque entendía que el cine era una herramienta poderosa para la transformación política y social. Secuestrado por un grupo de tareas el 27 de mayo de 1976 y desaparecido por la dictadura genocida, Gleyzer dejó una obra que aun hoy es motivo de análisis y marcó un estilo de documentar la realidad de una época turbulenta. Mañana, a cuarenta años exactos de su desaparición (es el día del documentalista, en su memoria) está, la viuda del cineasta, Juana Sapire –que fue también sonidista de sus películas– y la periodista Cynthia Sabat presentarán el libro Compañero Raymundo, que escribieron. La cita será a las 19 hs en Espacio Incaa Gaumont y contará, además, con la presencia de compañeros del Grupo de Cine de la Base y miembros de las agrupaciones cinematográficas ADN, DIC, DOCA, DocuDAC, PCI y RDI.
A las 19.45, la Comisión Provincial de la Memoria entregará los archivos de inteligencia sobre Raymundo recuperados de las garras de sus asesinos a su compañera Juana Sapire. Y a las 20 se proyectará la copia restaurada y remasterizada de Los traidores, del Grupo Cine de la Base, dirigida por Raymundo Gleyzer, con debate posterior. Próximamente el libro se incluirá en un pack editado por el Incaa junto a todas las copias restauradas de la obra de Gleyzer, una decisión tomada durante la anterior gestión de Lucrecia Cardoso.
Raymundo Gleyzer había estudiado seis meses en la Facultad de Ciencias Económicas, pero pronto se dio cuenta de que no era lo que más le interesaba. Fue entonces que decidió cambiar de vocación y comenzó a estudiar cine en la Universidad de La Plata. Posteriormente, trabajó en el noticiero Telenoche, que por entonces conducían Mónica Cahen D’Anvers y Andrés Percivale. Entre sus trabajos, se destacó el informe especial “Nuestras islas Malvinas”. En 1971, Gleyzer filmó uno de los títulos que se volvería clásico: México, la revolución congelada, donde establecía un análisis de la realidad mexicana a partir de la rebelión que marcó un antes y un después en la historia latinoamericana del siglo XX. Años después se interesó por primera y única vez por la ficción: Los traidores, largometraje emblemático del cine político que narra la corrupción de un sindicalista que, como el título indica, traiciona a los trabajadores que decía defender. De aquella época sobresalen dos trabajos: Swift (sobre el secuestro y la liberación del cónsul inglés en Rosario, representante del frigorífico) y Ni olvido ni perdón (este último con testimonios de los presos políticos antes de producirse la Masacre de Trelew). Gleyzer permanece desaparecido desde el 27 de mayo de 1976, tras ser secuestrado en el centro clandestino de detención El Vesubio. En 2014, el juicio contra delitos de lesa humanidad en El Vesubio culminó con la sentencia a sus responsables, luego de 38 años. Sapire, residente en Estados Unidos, viajó a la Argentina y testificó en ese juicio.
“Así como preservé la obra durante estos cuarenta años estaba en mi cabeza escribir el libro. Como para mí es muy difícil emocionalmente escribir sobre mi vida, la de Raymundo y todas estas cuestiones, cuando vine a la Argentina a dar el testimonio en el juicio en Comodoro Py, en 2010, Cynthia Sabat me ofreció su casa, su compañía y su invalorable apoyo. Y ahí dije: `Con esta persona sí voy a escribir el libro’, además por todo lo que ella sabe de cine”, cuenta Sapire en la entrevista con Página/12, de la que también participa Sabat.
“Desde un principio, cuando hablamos de hacer el libro era necesario que yo viajara a Nueva York, donde ella vive y donde tiene el archivo de Raymundo”, comenta Sabat. “Cuando Juana me hablaba del archivo de Raymundo no sabía a qué se refería, si eran dos carpetas o qué. Pero cuando fui a su casa, me di cuenta de que su vivienda era como un gran archivo porque había recuerdos por todos lados, en todos los cajones. Este libro demandó, entonces, un gran esfuerzo, porque tuve que viajar a Nueva York en 2011 y conviví con Juana tres meses en su casa entrevistándola todos los días. Después, cada día yo desgrababa la entrevista, editaba, escribía el libro y preparaba la entrevista del día siguiente. Fue muy arduo porque era un trabajo diario. Después, volví a ir en 2014 a hacer la segunda mitad del libro”, agrega Sabat. La periodista también comenta que, a principios de 2015, “llegó la propuesta del Incaa de hacer un combo entre el libro y las películas restauradas”.
–¿Cómo planearon la estructura del libro? ¿Fue también una decisión conjunta?
Juana Sapire: –La idea primaria que tenía era distinta: hacer un capítulo por película. Hubiera sido interesante, pero con Cynthia hemos trabajado de la siguiente manera: yo iba contando todo lo que hacíamos con Raymundo, porque lo nuestro ha sido la vida, el cine y la militancia, todo junto. Entonces, Cynthia tuvo que captar y captó muy bien toda esa secuencia. Consistía en retratar nuestras vidas de comunión con nuestros compañeros, con nuestro trabajo, con nuestra militancia en el PRT-ERP. Y con la militancia del cine porque nos juntábamos en Alex, un laboratorio que aglutinaba a todos los cineastas: Leonardo Favio, Nerio Barberis y otros.
Cynthia Sabat: –Las películas nos ofrecían una estructura, pero siempre le planteé a Juana que el libro no terminara con la muerte o desaparición de Raymundo, porque había una historia muy rica después de eso. Quería retratar el exilio, qué pasó en los minutos posteriores a la desaparición, qué pasó a las horas, a los días, a los meses y a los años. La desaparición de Raymundo está en la mitad del libro. Todo el resto tiene que ver con qué pasó con Juana, con Diego (el hijo de ambos), con los compañeros del Cine de la Base, qué pasó con la Argentina, cómo se comenzó a buscar a Raymundo desde Estados Unidos, búsqueda que motorizó Susan Susman, la hija de Bill Susman. Ella es abogada y motorizó una búsqueda internacional de presión al gobierno argentino para dar con Raymundo vivo. Todo eso lo quería retratar y también cómo se reconstituía la vida de Juana y Diego en el exilio, qué hacían mientras eso pasaba, cómo volvían a construirse una vida. Por ejemplo, de México, la revolución congelada hay dos largos capítulos porque uno tiene que ver con la producción y el otro con la censura. Las películas están todas reflejadas.
–¿Por qué está escrito en primera persona? ¿Tuvo que ver con el compromiso de involucrarse con lo que estaban contando y que no fuera una mirada distante sino intimista?
C. S.: –Siempre estuvo implícita la idea de que este libro era el testimonio de Juana. Le propuse escribirlo en primera persona y que fuera una mezcla entre ella y yo, un testimonio y una parte mía que es más de reflexión, de análisis de las películas, pero desde el hoy. A veces, yo le daba miradas a Juana sobre una película que a ella no se le habían ocurrido por haber estado involucrada en hacerlas.
–¿Cómo analizan la vigencia de la obra de Raymundo Gleyzer a cuarenta años de su desaprición?
J. S.: –Yo me dedico a pasarla en universidades. Pasé México, la revolución congelada, justamente en ese país y por primera vez, porque siempre fue prohibida. Recuerdo las largas filas en los cines, con cuatro funciones. Fue algo maravilloso. La gente comentaba: “Estamos igual o peor”. Me preguntaban qué opinaba y yo les enfatizaba: “Ustedes díganme qué opinan”. Además, la gente reacciona con las películas de Raymundo de la misma manera que hace cuarenta años porque la situación no cambió. Si ves Los traidores, ¿cómo no te vas a morir de risa de las pavadas que dicen, de las agachadas que hacen? Es todo documental sacado de lo que sucedía en esa época. Lo ves y decís: “No puede ser”. La gente se ríe, se pone furiosa, se indigna y hace todo lo que queríamos que hicieran entonces. Despierta conciencia: “Hablame, rompé el silencio, fijate en lo que te pasa a vos con lo que estás viendo”. En México fue así. Fue hermosísimo. Con Me matan si no trabajo y si trabajo me matan pasó lo mismo. Los que se envenenaban con el plomo en la sangre, ¿ahora no se envenenan más? ¿Pusieron lo que tienen que poner para arreglar las fábricas? No. Entonces, es lo mismo. El público al cual hemos dirigido la obra respondía igual hace cuarenta años que hoy día.
–Hoy hay democracia y los cineastas no tienen que documentar en las mismas condiciones de riesgo ni tampoco en la clandestinidad como hacía el Cine de la Base. En ese sentido, ¿dónde notan la impronta de Gleyzer en el documental actual?
C. S.: –Estamos en un período democrático, no es una dictadura, pero lo que tienen en común es que si, por ejemplo, un documentalista quiere hacer hoy un trabajo sobre Monsanto y quiere denunciar lo que Monsanto o una empresa poderosa hace, también corre riesgos, por más que estemos en democracia. Si un documentalista quiere hacer un audiovisual sobre la inflitración de las drogas en las villas también va a correr riesgos. Lo que hacía Raymundo Gleyzer era correr riesgos y también hacía cine con lo que tenía a mano. En el libro se cuentan anécdotas como, por ejemplo, la de Juana con Alvaro Melián grabando la locución de un cortometraje adentro de un armario, porque no tenían la posibilidad de hacerlo en un estudio de grabación. Cosas de ese tipo hoy siguen vigentes. El hecho de que estemos en democracia y no en dictadura no quiere decir que los documentalistas no corran riesgos para hacer su trabajo.
J. S.: –Yo no la veo a la democracia. Democracia sería la mejora de un país. Mejorame el país, no me despidas a todos los empleados. La democracia es una entelequia. Es una cosa que sirve o no sirve, depende de cómo se gobierne. Si al sistema capitalista imperante le conviene que, en algún momento, haya otras dictaduras, bajará la orden del Pentágono y serán todas dictaduras.
–¿Creen, como sentía Raymundo Gleyzer, que el cine sigue pudiendo ser un instrumento para la transformación social?
C. S.: –No sé quién decía esto: el arte por sí mismo no transforma las sociedades. Lo que puede hacer es cambiar la relación simbólica de las personas con su realidad. Puede movilizar a la gente a cambiar su realidad. Eso sí me parece que es posible. Que una película como Los traidores se proyecte en el Gaumont es un hecho político. La gente va a mirar, por ejemplo, las noticias de la televisión o de los diarios de otra manera después de ver Los traidores. En ese sentido, es una película totalmente actual. Y cada proyección de una película de Raymundo Gleyzer es un hecho político. En ese sentido, sus films pueden cambiar la realidad, en tanto y en cuanto quien los reciba esté abierto a recibir eso.
–Sapire, ¿qué significó desde lo emocional recordar anécdotas que no contaba desde mucho tiempo atrás, ver poemas que le escribió Raymundo y buscar en el archivo? ¿Cómo fue en lo personal reencontrarse con todo eso?
J. S.: –Un arduo trabajo, muy duro. Por ahí, a mí me ponía muy mal y la pobre Cynthia me tenía que aguantar porque una se quería tirar por la ventana en determinados momentos. Después, volvés y decís: “No, yo tengo que seguir, esto vale la pena”, porque si fuera por mí podría dedicarme a otra cosa. Sé que voy a estar con Raymundo hasta que yo me vaya. Y me quedé pensando que este hombre que lo quisieron hacer desaparecer está tan aparecido, tan presente, que uno no puede obviar encontrarse con esta persona y con lo que hizo. Pienso que eso va a seguir. Y cuando yo me vaya, Cynthia, ¿vos lo vas a acompañar a Raymundo?
C. S.: –Sí, ya estoy, ya estoy.
J. S.: –Bueno, pero cuando yo me vaya te lo encomiendo. Creo que a él no le gusta estar solo, le gusta estar en la movida.
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