CINE › EDUARDO CRESPO Y SU FILM CRESPO (LA CONTINUIDAD DE LA MEMORIA)
El cineasta construyó una sentida elegía a su padre fallecido, al pueblo entrerriano donde se crió y, en definitiva, al pasado todo. Después de su estreno en el último Bafici, el film del director de Tan cerca como pueda se verá desde hoy en el Malba.
El apellido de Eduardo es Crespo. Su lugar de nacimiento, una localidad entrerriana de 20 mil habitantes llamada Crespo. Cuando armó las valijas para mudarse a Buenos Aires, terminó deshaciéndolas en un departamento del barrio porteño de Villa… Crespo. Era casi inevitable que en algún momento este cineasta atendiera el llamado de la casualidad –del destino, corregirían los románticos– y tematizara ese hilo nominal que parece unir los fragmentos de su historia. Lo primero que se le vino a la cabeza fue su padre, su “viejo”, como lo llamará una y otra vez durante la entrevista con Página/12. “La idea era filmarlo haciendo su trabajo para, a partir de eso, hablar de cuestiones como la relación padre e hijo. El era veterinario avícula, y justo en Crespo estaban tratando de juntar anécdotas sobre la avicultura. Me pidió ayuda, y vi que era la posibilidad para acompañarlo y hacer una película con él. Cuando te mudás a Capital desde el interior dejás de ver tanto a la familia, y a la distancia empezás a sentir que es necesario volver”, recuerda.
Las cosas, sin embargo, no serían tan fáciles: Eduardo Crespo (padre) fallecería en plena víspera del rodaje, empujando el proyecto a una suspensión en apariencia definitiva y a su hijo, a las oscuridades inescrutables del duelo. “Pero como vivo el cine como parte de la vida y el trabajo, empecé a pensar toda la cuestión desde ese lado. Nunca había perdido a alguien tan cercano, y me parecía bueno probar en un momento en el que estaba tan descolocado”, continúa el realizador. Así, aquellas notas sueltas tomadas a los apurones en medio de un dolor irreparable terminarían funcionando como pilares germinales de esta sentida elegía -a su padre, al pueblo, al pasado todo- llamada, obvio, Crespo (La continuidad de la memoria). Luego de su estreno en la Competencia Argentina del último Bafici, el opus dos del director de Tan cerca como pueda (2012) se verá desde hoy a las 20 en el Malba (Avenida Figueroa Alcorta 3415).
Narrada por el propio cineasta y coguionada por el director, guionista y dramaturgo Santiago Loza, la película comienza con el registro de una visita escolar a un caserón de fines del siglo XIX donde se concentra gran parte de la memorabilia y la historia de Crespo. La escena plantea las coordenadas geográficas y simbólicas del relato: el pueblo es la Capital Nacional de la Avicultura y su canción oficial fue escrita por Eduardo Crespo padre. A partir de ahí se inicia un viaje por aquellos espacios alguna vez compartidos y hoy cargados de recuerdos, tanto personales como colectivos, en derredor de una figura ausente. “Después de la muerte de mi viejo, me surgió el miedo a perder parte de su sabiduría. Yo me decía: ‘esto me lo voy a olvidar, no tengo la capacidad de recordar todo’. Ese terror hizo que empezara a tomar notas, a sacar fotos y a escuchar a la gente que venía a contarme cosas. Es un momento muy especial en ese sentido: todos se acercan a decirte cómo conocieron a tu viejo, qué relación tenían, anécdotas”, afirma Crespo.
–¿Y después?
–Después Santiago me ayudó a ordenar todo ese caos, y pudimos darle una forma que de cierta manera me ayudara a transitar el duelo. Filmé un montón de cosas, conocí gente, fui metiéndome en lugares que no sabía a dónde me iban a llevar, y con todo eso empecé a encontrar el camino. Creo que la película refleja un poco eso: de repente se va para un rumbo incierto, se pierde un poco y después vuelve a engancharse.
–Esa deriva que menciona se marca sobre todo en la escena del cementerio o en la entrevista sobre la avicultura.
–Sí, lo que trabajamos en el montaje con Lorena Moriconi tenía que ver con la idea de mostrar la experiencia de rodaje, lo que me iba pasando. Nos parecía lindo dejarnos perder y estar a la deriva sin que fuera un problema. Muchas cosas aparecen cuando uno está en esa deriva. Respecto a las escenas del cementerio y del avicultor, la idea era retomar las entrevistas originales para ver qué pasaba. Crespo es la Capital Nacional de la Avicultura, así que me interesaba filmar los pollos y el contacto que tenía mi viejo con ellos. Era acercarme a la relación que tenía él con todo eso, y en cierta forma ponerme yo en su lugar.
–En ese sentido, es como si la película evidenciara la búsqueda de su camino mostrándola “en vivo”.
–Totalmente. Uno puede ver el proceso de cómo se fue haciendo. Y la voz en off aclara un poco, pero como estaba pensada antes de que filmara, no habla directamente de las imágenes sino que las complementa o espeja. Ese juego fue apareciendo en el montaje. Tenía el off como un material más dentro de la película. Con Lorena no teníamos un rumbo cierto, igual que en el rodaje. Empezamos a trabajar con un posible inicio y las escenas que le seguían, y fuimos encontrando el rumbo a medida que nos íbamos juntando y me mostraba lo que armaba.
–Por lo que plantea en el film, su padre era una figura importante en Crespo. ¿Cómo fue la reacción del pueblo ante este proyecto?
–No sé si era importante, pero sí alguien conocido que hizo mucho por el pueblo: tenía un grupo de scout, ayudaba…Algo que me pasó acá y no en otras películas fue que la gente me abrió mucho las puertas. Al ser un documental sobre la historia del pueblo, se relacionaba con cuestiones más personales de cada uno, así que pude hacer que me dieran materiales de archivo o se abrieran a contar cosas. Lo más interesante fue ese proceso de aprendizaje, de meterme, escuchar, procesar y ver qué me podía servir.
–Suena paradójico que una película sobre una experiencia tan personal como un duelo haya contado con la colaboración de tanta gente.
–Sí, eso lo entendí cuando tuve el corte final. Puede parecer que está hecha en solitario, pero con toda esa colaboración fue más un viaje hecho con muchos amigos.
–Podría pensarse a Crespo (La continuidad de la memoria) como una suerte de “duelo colectivo”…
–Sí, cuando conocí a Mali, uno de los personajes, pensé que quizás a través de esto él estaba trabajando algo. Por eso lo filmé mucho tiempo. Hace poco mostré la película en Crespo y pasó algo parecido. Es una historia muy particular, pero el tema del duelo es universal, atraviesa todo el mundo. Más allá de que siempre se trabaja desde uno, no te podés mirar el ombligo todo el tiempo. Las cosas están afuera, hay que salir a buscarlas. Quedarse metido, encerrado en uno, no es la forma.
–En un momento usted reflexiona que “los hijos esconden cosas en el espacio y los padres, en el tiempo”. ¿Comprendió aspectos de su padre que hasta entonces desconocía o no entendía?
–Es que espacio y tiempo tienen que ver con el movimiento. Y la idea era justamente empezar a moverse, a activar cosas para atravesar el proceso. Si me quedaba, quizás nunca hubiera hecho la película. Obviamente descubrí cosas sobre mi viejo, pero la idea no era hablar de la intimidad. No sé si eran cosas tan interesantes como para pensarlas desde el cine. Sí me interesaban algunos aspectos de esa intimidad, como el poder que tienen los objetos.
–Partir de esa intimidad para construir algo más universal….
–Sí, y hablar de la muerte desde un lado vital. Uno se toma la vida de una determinada forma, y eso termina apareciendo. Yo, por ejemplo, tengo mucho sentido del humor y no podía dejarlo de lado poniéndome “serio”. En esos quiebres en los que uno se ríe o se pierde en un momento de mucho dolor es donde aparece la vida de la película.
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