CINE › MARIANO CORBACHO, DIRECTOR DEL DOCUMENTAL 70 Y PICO
El cineasta aborda el rol que tuvo su abuelo –un arquitecto que dictaba clases de dibujo en la ESMA y que fue funcionario universitario– durante la dictadura. Corbacho indaga también en el movimiento estudiantil universitario.
› Por Oscar Ranzani
Desde la década del 60, el arquitecto Héctor Mario Corbacho dictaba clases de dibujo en la Escuela de la Mecánica de la Armada, una tarea que continuó haciendo entrada la dictadura de Jorge Rafael Videla. Durante el terrorismo de Estado, Corbacho fue elegido decano de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que se encontraba a menos de un kilómetro de donde los represores torturaban, desaparecían y asesinaban personas. A su nieto, Mariano Corbacho, cuando tenía doce años, el abuelo “Pico”– como lo llamaban quienes tenían confianza–, le mostró unas publicaciones que había guardado en un archivo donde se mencionaban diferentes amenazas de muerte que había recibido de parte del ERP y Montoneros. “Incluso se trataron de concretar en dos oportunidades: le pusieron una bomba en el ascensor de uso exclusivo del decanato y también una bomba en el auto particular”, recuerda su nieto, hoy cineasta. “El me mostró estos documentos y, con el tiempo, me vino la pregunta: ¿Por qué te quisieron matar? En vez de tomar recelo o pensar en oposición a quienes habían puesto las bombas pensé por qué alguien decidía matarlo”, recuerda hoy el realizador, quien cuenta la historia en su documental 70 y Pico, que se estrena hoy a las 21 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), que podrá verse todos los jueves de septiembre en el mismo horario. El film tiene dos ejes narrativos: por un lado, una mirada familiar sobre su abuelo y, por otro, el rol de la educación durante la dictadura. Ambos convergen para mostrar que Héctor Mario Corbacho formó parte de la complicidad civil con los genocidas.
–Generalmente las películas que indagan en casos familiares sobre la dictadura fueron hechas por hijos de desaparecidos y en muchas se reivindica la militancia de los padres. ¿La originalidad de este documental radica en que aborda el tema desde la óptica familiar pero sobre alguien que tuvo una responsabilidad durante aquellos años oscuros?
–Sí, hablando con diferentes teóricos del cine me decían que ellos no conocían particularmente esto que usted dice: una película hecha en la Argentina que sea de un familiar directo de un partícipe de la represión. Y que, incluso, tiene una mirada crítica sobre la figura de mi abuelo. Pero, a su vez, la película trabaja e indaga sobre el movimiento estudiantil universitario entre los 60 y los 70. Y no hemos encontrado casos que tomen como eje de análisis a ese actor social durante ese período; es decir, hay más films de organizaciones políticas, del movimiento obrero, de casos testigo de militantes o de figuras de la cultura. Pero por alguna cuestión no hemos encontrando tampoco una película que haya retratado el movimiento estudiantil universitario como un actor dentro del período.
–El documental muestra cómo el terrorismo de Estado también se encarnó en las instituciones educativas. ¿Buscó reflexionar sobre el rol de la Universidad en un proyecto político represivo?
–Sí, la idea es tratar de profundizar la mirada de la sociedad civil. Hay ciertos actores que los tenemos muy bien caracterizados, como, por ejemplo, grupos económicos (el caso de Ledesma es paradigmático, en ese sentido, porque colaboró materialmente con los secuestros) o diferentes personajes de la Iglesia, como Christian von Wernich. Pero la intelectualidad sigue siendo una cosa que todavía no está analizada. El aparato cultural que instaló la dictadura todavía no está indagado. En ese sentido, el tratar de indagar sobre la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UBA es para profundizar en esa mirada, en este caso, encarnada en la figura de mi abuelo.
–¿Asegurar que su abuelo fue funcional al proyecto político de la dictadura le generó un conflicto personal y familiar?
–No, no, en mi familia no generó un conflicto. Afortunadamente, mi padre siempre me acompañó y mi abuelo siempre estuvo dispuesto a contestar mis preguntas. El aparece en cámara. Mis hermanas y mi vieja también estuvieron dispuestas y participan de la película, la han venido a ver y la acompañan. Pero yo no sabía qué niveles de responsabilidad tenía mi abuelo. Tampoco me quería quedar con la historia oral, que es muy importante, sino que también quería documentación que pudiera certificar ciertas acciones. Es un rompecabezas en el que uno va construyendo diferentes conjeturas hasta que se puede terminar de formar una idea; en este caso, sobre la participación de mi abuelo en la represión.
–¿Por qué cree que su abuelo no se sintió responsable de formar parte de un proyecto represivo ni hizo una autocrítica?
–Mi abuelo, que falleció, todo el tiempo reivindicaba su gestión e, incluso, estaba orgulloso del rol que había asumido. En ese sentido, él manifestó: “A mí me eligieron como decano por ser el único que enfrentó a los Montoneros dentro la Facultad”. El estaba convencido de su función y de su rol.
–¿Se puede querer a alguien que tiene una ideología tan opuesta a la suya?
–Y...el ser humano tiene muchas contradicciones. Es complejo porque este caso era sobre el proyecto represivo. Ahora, habrá hijos de policías torturadores que tendrán la misma realidad o con padres golpeadores o lo que fuera. Cada uno, vive su realidad en primera persona. El ser humano tiene contradicciones. Y la película trabaja sobre las contradicciones, sobre esas dualidades.
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