CINE › MAñANA COMIENZA LA DECIMOSEXTA EDICIóN DEL FESTIVAL DE CINE ALEMáN
La muestra trae una programación que mezcla films de géneros populares, éxitos comerciales, documentales, cortos, un film mudo restaurado y un invitado de honor, Wolfgang Becker.
› Por Diego Brodersen
Con cada nuevo atisbo primaveral llega a la ciudad de Buenos Aires el afianzado Festival de Cine Alemán, que el año pasado sopló quince velitas y ahora avanza hacia el cuarto lustro de existencia ininterrumpida. La programación de esta entrega –que arranca este jueves y ocupará un par de salas de los complejos Village Recoleta y Caballito hasta el miércoles 21– replica el mismo criterio de curaduría que ya es todo un clásico del evento: un puñado de films de géneros y estilos populares, un par de éxitos comerciales en su país de origen, dos o tres títulos de realizadores de renombre internacional, varios documentales, una selección de cortometrajes y un film realizado durante el período mudo restaurado recientemente. Y no está mal que la idea sea fija: por un lado, porque ha demostrado ser exitosa con el público local y, por el otro, ya que en esa diversidad se encuentran las riquezas del cine germano contemporáneo y el del pasado. Como suele ser la costumbre, además, habrá un invitado de honor dispuesto a conversar con el público y dar entrevistas a la prensa. Este año le ha tocado el turno a Wolfgang Becker, quien con su comedia agridulce Good Bye Lenin! logró llegar a las pantallas de todo el mundo, incluida la Argentina, hace ya más de una década.
Y una comedia es también –al menos, en parte– su último largometraje, Yo y Kaminski, protagonizado por la estrella Daniel Brühl (a su vez, el actor principal de aquel otro film del realizador, estrenado en 2003) y centrado en los intentos de un joven y cínico periodista, Sebastian, por llevar a buen puerto su biografía sobre un legendario artista plástico que se ha ido quedando ciego. Las primeras imágenes de la película construyen un falso documental sobre Manuel Kaminski, un pintor que estudió con Matisse, se codeó con Picasso y tomó tragos con Warhol, y que ahora se ha retirado a un rígido ostracismo. En lo que parece ser un estilo de la casa, Becker dispara los primeros cartuchos con un humor directo y, por momentos, incluso físico, para ir inyectando luego elementos dramáticos, a medida que la relación entre el maestro y el biógrafo comienza a derivar hacia algo parecido a la amistad. A mitad de camino y sobre el final, dos sorpresas: sendos roles secundarios encarnados por Denis Lavant, en la piel de un linyera que toca el violín, y Geraldine Chaplin, que vuelve a demostrar sus enormes cualidades para la poliglotía.
La realizadora Doris Dörrie (Iluminación garantizada, Nadie me quiere) no estará de visita en Buenos Aires, pero sí podrá verse su última película, que tuvo su debut hace algunos meses en el Festival de Berlín. Fukushima mon amour fue rodada casi en su totalidad en esa ciudad japonesa, tristemente célebre por haber sufrido, hace cinco años, las consecuencias de un poderoso tsunami y el desastre consecuente en la central nuclear cercana. La de Dörrie es una historia de pérdidas, algunas pequeñas y otras enormes. Una muchacha alemana que acaba de sufrir un trauma personal abandona su país y se embarca en un viaje al Oriente, entablando lenta pero inexorablemente una profunda relación con una mujer mayor, ex geisha, que se resiste a abandonar su casa, destruida por las fuerzas de la naturaleza. Rodada en un estricto blanco y negro, la película registra en un tono realista las idas y vueltas de ese vínculo entre dos seres muy diversos (por edad, por cultura, por entornos), pero se permite jugar con elementos documentales e incluso fantásticos. El título local remite directamente al de aquel famoso film de Alain Resnais, que Dörrie elige conscientemente como referencia para construir la historia.
También en la Berlinale, donde compitió por el Oso de Oro, tuvo su presentación al mundo Toni Erdmann, último film de la productora y directora Maren Ade, conocida en Buenos Aires por sus dos largos anteriores, The Forest for the Trees y Alle Anderen, ambos presentados en el Bafici. Lo de Ade está dando que hablar y lo seguirá haciendo por varios meses: es la candidata oficial para representar a Alemania en los premios Oscar y su estreno ya está garantizado en la Argentina. Receptora de las mejores críticas internacionales, la película registra el reencuentro entre un padre y una hija –cuya relación no parece atravesar el mejor de los momentos– para reflexionar, con inteligencia y también mucho humor, acerca de los vínculos humanos en tiempos corporativos.
Otro de los platos fuertes de esta nueva edición del Festival de Cine Alemán (y la demostración de que este año las mujeres detrás de las cámaras pisan fuerte) es el documental Fassbinder, de Annekatrin Hendel, que resulta de enorme interés tanto para el neófito como para el conocedor profundo de la obra del gran cineasta alemán. Para el primero, este recorrido cronológico por su carrera en el cine (y también el teatro) permite ordenar ideas, momentos e hitos; para el segundo, el film ofrece una buena cantidad de reflexiones de personas ligadas a la vida y la obra de Rainer Werner: Hanna Schygulla, desde luego, pero también Margit Carstensen, Irm Hermann, Volker Schlöndorff y Juliane Lorenz, montajista de sus últimos films y su última pareja en la vida real. Además de un conjunto de tomas descartadas pocas veces vistas con anterioridad: “No me di cuenta de que estaba desnuda tanto tiempo”, dice Schygulla, sin darse cuenta de que la escena de El soldado americano que está viendo nunca se incluyó en el film terminado.
Otros largometrajes que podrán verse durante este semana –algunos en calidad de preestreno– incluyen la sátira Ha vuelto, dirigida por David Wnendt, que con mucho humor negro plantea la posibilidad de que Adolf Hitler renazca de las cenizas y reaparezca en el contexto mundial contemporáneo, y Mi vida a los sesenta, una comedia singular de la realizadora Sigrid Hoerner que escapa a los estereotipos del cine “para la tercera edad”. Refugio (con dirección de Marc Brummund), en tanto, es un drama histórico que denuncia la existencia de reformatorios para chicos problemáticos en la Alemania Occidental de los años 60, lugares de represión y violencia conducidos con férrea mano “cristiana”, al tiempo que Herbert retrata la vida cotidiana de un exboxeador de la República Democrática que, luego del fin del comunismo, sobrevive como patovica de un boliche y entrena a algunos jóvenes talentos en el arte del pugilismo.
El resto de la programación incluye, como siempre, una selección de cortometrajes realizados por jóvenes estudiantes y dos documentales musicales (uno sobre la movida punk alemana, el otro sobre la música berlinesa en los diez años previos a la caída del muro), además del consabido clásico silente restaurado. Este año le toca el turno nada menos que a Fritz Lang, con uno de sus films de la década del 20 menos vistos. Conocido bajo diversos títulos (Der müde Tod en el original alemán, Destiny su título internacional en inglés, Las tres luces en español) fue estrenado en 1921, antes del gran éxito de Dr. Mabuse y Los nibelungos. La película encuentra al genial realizador y a su guionista y futura esposa Thea von Harbou en plan fantástico y metafísico, siguiendo los pasos del Griffith de Intolerancia con tres relatos ubicados en diferentes períodos históricos y contextos geográficos: el Imperio persa, la Venecia del Renacimiento y la China imperial.
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