Mar 18.10.2016
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CINE › BRUNO DUMONT HABLA DE LA BAHíA, SU SEGUNDA COMEDIA AL HILO, ESTA VEZ CON JULIETTE BINOCHE

“Lo cómico depende de la precisión”

Después del sorprendente telefilm P’tit Quinquin, el realizador de La humanidad vuelve a trabajar sobre la mélange de géneros cómicos típicamente franceses, como el burlesque y el vaudeville. “Me gusta hacer convivir registros opuestos en una misma escena”, dice.

› Por Jean-Marie Cosens

¿Desde cuándo a Bruno Dumont le da por reírse? El cinéfilo consecuente sabe de sobra que el realizador de La humanidad y Flandres nunca se caracterizó por su sentido del humor. Este ganador de dos premios mayores de Cannes por las películas precitadas siempre propendió a un sentido de agobio, de desesperanza, comunicado por unas figuras provinciales con frecuencia próximas a la bestialidad y el crimen. No es que las de Ma loute, el Dumont modelo 2016, no lo estén. La diferencia es que el realizador ahora se ríe de eso, e invita al espectador a hacerlo con él. Tampoco se trata, en verdad, de una novedad: Maloute es su segunda película cómica. La primera había sido P’tit Quinquin, telefilm en dos partes de dos horas, que en Argentina pudo verse en la edición 2014 del Festival de Mar del Plata. Presentada en Cannes –como el 90 % de su obra–, Ma loute se estrenará este jueves en Argentina, con el título no particularmente fiel de La bahía.

La bahía es también la segunda película de época del realizador de Fuera de Satán. La primera había sido, en 2013, Claudel 1915, nunca estrenada en Argentina. De allí viene, a su vez, la super étoile Juliette Binoche, una entre una constelación de personajes que se dan cita en un centro turístico en un balneario de la Côte d’Opale, sobre el Mar del Norte. Allí, de pronto, una serie de desapariciones empiezan a tener lugar, de modo más que misterioso, por lo cual un inspector y su ayudante, no particularmente eficaces, se dan cita para investigar. Al mismo tiempo se iniciará una historia de amor entre un muchacho, hijo de una familia de pescadores de peculiares costumbres alimenticias, y una chica, descendiente de los grandes burgueses del lugar, dueños también de sus particularidades. Además de Binoche, actúan también el notable comediante Fabrice Luchini, visto recientemente en La ilusión de estar contigo, y la prolífica Valeria Bruni Tedeschi, vista en mil y un películas.

–Ésta es su segunda película de época. ¿Qué lo llevó a esa decisión?

–Es muy difícil filmar el mundo contemporáneo. No se ve nada. Para comprender lo real hay que modificarlo. Para presentar la cosa precisa hay que alterarla. Lo cómico es una simplificación de lo real. El hecho de que los ricos estén vestidos de ricos y los pobres de pobres es bien claro. La de principios de siglo pasado es una época en la que las diferencias entre los individuos eran visibles. Hoy en día es menos claro. El cineasta debe hacer un trabajo de pintor expresionista. Yo muestro esas distancias y esas diferencias. Es una metáfora de nosotros mismos bajo los trazos del pasado.

–La bahía representa su segunda incursión en el cine cómico. ¿Qué buscaba esta vez?

–P’tit Quinquin no fue en su origen una idea mía sino un ofrecimiento de la televisión, que acepté porque me interesó. Por tratarse de un trabajo televisivo, en términos de imagen me dejó un poco frustrado. También el sonido. Una intención básica de La bahía era hacer algo más cinematográfico que P’tit Quinquin.

–El registro cómico es distinto al de P’tit Quinquin.

–En P’tit Quinquin se reducía básicamente a la pareja de policías. En La bahía hay capas de comicidad superpuesta, registros distintos. La familia burguesa no está en el mismo registro que los policías. Y es la colisión lo que me interesa, entre los personajes y los registros. Más inclinado a lo burlesco en el caso de los policías, más sobre lo estrictamente cómico en el caso de los burgueses. Y esto mezclado a su vez con verdadero melodrama, en el caso de los personajes “Mi Lucha” y Billie. Si algo me atrae es la mélange, en el sentido culinario del término. Es un punto de partida, uno no sabe de antemano qué resultado va a producir. En P’tit Quinquin vi que estas mezclas daban resultados interesantes, aquí me propuse incrementar los sabores. Yo veo mucho cine clásico y amo el cine cómico, de Keaton a Jerry Lewis, pasando por Max Linder y Peter Sellers. Toda la veta anarquista del burlesque, y el júbilo de “tomar de punto” al burgués.

–¿Puede ser que haya también algo de commedia all’italiana?

–Ciertamente. La commedia all’italiana es particularmente fuerte en su ironía amarga, y ese sentimiento se adapta muy bien al mundo contemporáneo. El humor de Monicelli, Risi y compañía tiene una forma de agresividad cómica. Un costado burlón, iconoclasta, que me cae bien.

–Después La bahía se desvía y deriva al absurdo y lo maravilloso.

–Hay caídas y levitaciones. Lo que hay en el medio, lo real, no me interesa más. Espero que mi película no tenga la menor pertinencia social.

–En sus primeras películas usted componía sus planos con mucho cuidado, llegando incluso a lo majestuoso, y luego progresivamente fue adoptando un estilo visual más sencillo. En La bahía parece volver a aquellos planos de composición más estudiada.

–Es que lo cómico requiere de un trabajo particular con el encuadre. Si no, no funciona. Si se va a filmar una caída debe organizarse el sector del cuadro donde va a producirse. Lo cómico depende de la precisión: por dónde entra el personaje, por dónde sale, dónde se cae.

–En La bahía lo cómico no bloquea el melodrama. En planos sucesivos y a veces en el mismo plano.

–Completamente. Los géneros cinematográficos pueden coexistir, y esa coexistencia es fructífera. Para mí, la escena más justa de La bahía es una en la que Fabrice Luchini y Juliette Binoche hablan sobre su hija Billie. En esa escena coexisten la tragedia de Racine y un vaudeville de Labiche. Me resulta sumamente gratificante haber logrado hacer convivir dos registros tan opuestos en la misma escena.

–¿Cómo cree que recibe una escena así el espectador?

–Es posible que muchos espectadores se sientan confundidos, que no sepan si tienen que reírse o no. No encuentran el confort de la comedia ni el confort del drama. El espectador está habituado a que la película le indique qué tiene que sentir, cómo tiene que reaccionar. Aquí eso no sucede, es él el que tiene que determinar cómo reaccionar. Y a su vez esa coexistencia habla de nosotros, ya que yo creo que la naturaleza humana es de una gran duplicidad. Eso no es algo que haya descubierto ahora. En términos filosóficos, siempre creí en la coincidencia de contrarios. La bestia y el santo. El cine me permite afrontar a los dos al mismo tiempo, poner en cuestión el principio de identidad. En el pensamiento es muy difícil hacer coincidir a los contrarios. En el cine es fácil.

–También coinciden los contrarios en una escena en la que un miembro de la pareja de jóvenes que se aman golpea al otro.

–Sí, allí aparecen el amor y el odio en la misma escena. A su vez el espectador no sabe bien qué sentir, ya que se supone que sus simpatías se dividen entre “Ma Loute” y Billie. Y eso reenvía al tema central del film, que es la coexistencia de contrarios.

Traducción e introducción: Horacio Bernades.

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