CINE › ¡MALDITO SEAS, WATERFALL!, LA NUEVA PELICULA DE ALEJANDRO CHOMSKI
El recurso de “cine dentro del cine” le permite al director poner en escena una doble sátira; aunque por momentos pierda el equilibrio, el mecanismo funciona con gracia y efectividad. Martín Piroyansky, el Waterfall del título, hace otro trabajo destacado.
› Por Juan Pablo Cinelli
La apuesta que realiza el director Alejandro Chomski con su sexto largo, ¡Maldito seas, Waterfall!, puede parecer infrecuente al principio, pero forma parte de un linaje conocido dentro del cine independiente argentino. Comedia nihilista que posa de nihilista (definición que parece algo contradictoria, pero sin embargo no lo es), la película cuenta la historia de Roque Waterfall, un joven que ha llegado hasta los 30 años sin necesidad de hacer nada. Luego de la muerte de sus padres Waterfall vive solo en un departamento en Chacarita, se dedica sólo a administrar las propiedades que recibió en herencia y se mueve sólo lo indispensable. Apenas si se sienta a mirar los partidos de Atlanta que tiene grabados en VHS (únicamente los triunfos), compra porro para él y su amigo Harry a un delivery, se pasea en pantuflas con la remera de su equipo y sobre todo por el barrio, donde todo el mundo lo conoce y lo quiere, y muy ocasionalmente tiene contacto con el sexo opuesto. Sólo si se da.
Hay algo en este trabajo de Chomski que recuerda al cine de Alejo Moguillansky, sobre todo a sus últimas dos películas, El loro y el cisne (2013) y El escarabajo de oro (2014). No sólo porque el casting incluye actores que suelen ser parte de sus elencos, como Rafael Spregelburd, Walter Jakob o Edgardo Castro, o por el tono de farsa que por momentos asume el relato, sino también por su doble carácter satírico. Por un lado como chiste interno sobre las estéticas del cine independiente; por el otro como juego formal de cine dentro del cine. Como en El escarabajo…, acá también un cineasta recibe fondos europeos para filmar una película, pero en el camino decide filmar otra. En este caso, un director checo que tiene que filmar un documental sobre personas que no tienen nada, pero se encuentra con Waterfall, cuya figura de dandy decadente lo fascina, y decide filmar su vida, la historia de un hombre que lo tiene todo, pero no hace nada.
Pero también hay lazos que van desde ¡Maldito seas, Waterfall! a Dormir al sol, la película anterior de Chomski, basada en la novela de Adolfo Bioy Casares. Como en aquella, cuya acción transcurría en la intrincada arquitectura de Parque Chas, uno de los barrios más extraños de Buenos Aires, acá todo ocurre en el barrio parque Los Andes, que tiene mucha menos prensa que aquel otro, pero que también es un barrio con algo de micromundo. Chomski aprovecha esa geografía para hacer del extraño universo de Waterfall una especie de Aleph oculto a cielo abierto. Por otra parte la figura de Bioy –otro hombre que tenía todo lo necesario pero cuyas únicas actividades consistían en escribir, acostarse con todas las mujeres que pudiera y cenar con Borges–, es citada como referencia de la figura del protagonista quien, sin embargo, ni siquiera tiene a la literatura como actividad y su amigo Harry dista mucho de parecerse a Borges (aunque es cierto que se aparece bastante seguido por la casa de Waterfall para fumarle el porro).
El gran chiste del film consiste en intercalar completa la película que el director checo filma sobre la vida de Waterfall, no sin antes descargar su acidez sobre el cine independiente. Por supuesto que la película dentro de la película es un remanido rejunte de clichés cargado de una falsa poesía similar a la de aquel corto que filma Barney Gómez, el amigo alcohólico de Homero Simpson, en un conocido capítulo de la serie creada por Matt Groening. Un gesto de autoconciencia que resulta divertido. El problema de ¡Maldito seas, Waterfall! es que a veces se pasa de canchera y algunos diálogos (y algunas actuaciones) desequilibran el tono de farsa, que por lo general es bastante logrado. Por otra parte la película se atreve a algunos gags con cierto riesgo (como uno bien al comienzo, en el que Luis Machín interpreta a un ex combatiente de Malvinas lisiado), donde lo políticamente incorrecto es jugado con gracia. En tanto que Martín Piroyansky como el despreocupado Waterfall vuelve a mostrar por qué su figura sigue creciendo en el ámbito de la comedia local.
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