CINE › HIROSHI SHIMIZU Y SADAO YAMANAKA EN LA SALA LUGONES DEL SAN MARTIN
Uno filmó 160 películas que lo convirtieron en referente; el otro murió en la Segunda Guerra, lo que truncó una prometedora carrera. Sus films se verán por primera vez en toda Latinoamérica.
“La temprana muerte de Yamanaka es una de las pérdidas más importantes de la historia del cine. De haber sobrevivido a la guerra, el mundo seguramente lo respetaría tanto como a Mizoguchi, lo amaría tanto como a Ozu, se habría maravillado con su cine tanto como con el de Kurosawa.” La definición corre por cuenta de Shinji Aoyama, el realizador de Eureka, uno de los directores-faro del Nuevo Cine Japonés. Por su parte, el propio Kenji Mizoguchi dijo en su momento que “la gente como Ozu y yo hacemos películas con enorme dedicación y trabajo, pero Shimizu es un genio”. ¿Yamanaka? ¿Shimizu? ¿Quiénes son esos nombres hasta ahora desconocidos, que prometen un tesoro secreto, un paraíso cinéfilo? Para descubrirlo, el Complejo Teatral de Buenos Aires y la Fundación Cinemateca Argentina, con el auspicio y la colaboración del Centro Cultural e Informativo de la Embajada de Japón, han organizado el ciclo “Hiroshi Shimizu y Sadao Yamanaka: dos maestros a la sombra de Ozu y Mizoguchi”, que se realizará a partir de hoy y hasta el martes 17 de octubre en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530).
Ocultos detrás del brillo de Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi, dos directores canonizados por las historias del cine escritas en Occidente, se encuentra una extensa galería de importantes realizadores japoneses cuyas carreras comenzaron en los años ’20 y ’30. De todos ellos, Hiroshi Shimizu y Sadao Yamanaka destacan por su originalidad y potencia cinematográfica. Por primera vez en América latina, en copias en 16 y 35 mm enviadas especialmente desde Tokio por The Japan Foundation, se exhibirán nueve largometrajes de la extensa carrera de Shimizu y los únicos tres films que se conservan de la filmografía de Yamanaka.
Hiroshi Shimizu (1903-1966) comenzó a trabajar en el estudio Shochiku como asistente de dirección. En 1924, a la temprana edad de 21 años, fue ascendido a director y filmó su primera película. Rápidamente se ganó una reputación de director hábil, especializado en comedias y melodramas, dirigiendo en su carrera cerca de 160 películas. Shimizu aborrecía las limitaciones y prefería improvisar, empleando niños y escenarios naturales, tejiendo historias líricas que sacaban todo el provecho de los paisajes japoneses. Fue un pionero y como tal se anticipó no sólo al neorrealismo italiano, sino también al cine del iraní Abbas Kiarostami.
“Las películas de Shimizu son, de hecho, más conmovedoras que encantadoras y él era en buena medida un crítico social”, lo definió el crítico Alexander Jacoby. “Sus personajes son casi siempre marginales, ya sea por la situación personal (pobreza, ruptura familiar), la profesión (sus hombres suelen ser artistas; las mujeres, camareras o prostitutas) o la geografía (muchas películas transcurren en áreas remotas de Japón, especialmente en la inaccesible península de Izu). La simpatía de Shimizu por el marginal le garantiza una perspectiva desde la cual mirar con escepticismo una sociedad en la que sus personajes no encajan. Nunca hubo tarea más urgente en el revuelto Japón de los años treinta.”
Por su parte, Sadao Yamanaka (1909-1938) comenzó su carrera como guionista y asistente de dirección, siempre interesado en la crítica a la sociedad nipona de la época, aunque muchas veces sus historias reflexionaran sobre el presente a través del pasado. En 1932 realizó su primer largometraje, que ya demostraba una notable afinidad con los géneros populares, al tiempo que los recubre de una capa de ironía y lirismo. Sólo tres de sus veinticuatro largometrajes sobrevivieron hasta nuestros días, cada uno de ellos una reflexión acerca del estado de ese Japón que se acercaba cada vez más a una terrible y estéril guerra. Yamanaka fue enviado al frente de batalla en 1938, donde murió a la edad de veintinueve años, no sin antes escribir un testamento de fecha 18 de abril de 1938 cuyas últimas líneas rezaban: “A mis amigos y colegas les pido: por favor, hagan buenas películas”.
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