Mar 10.10.2006
espectaculos

CINE › ENTREVISTA A VALERIA BERTUCELLI

“Me voy curando con cada nueva película”

Protagoniza Mientras tanto y dice que la TV y el teatro no le atraen tanto como el cine.

› Por Julián Gorodischer

“Puede ser que cada nueva película me vaya curando”, dice Valeria Bertucelli, icono del cine de Martín Rejtman, que ya en Silvia Prieto aparecía levemente más crispada que el resto del elenco, encarnando a la amiga de Silvia (Rosario Bléfari) llamada Brite. Se autodefinía como un personaje de historieta, “más fresca” que su actuación posterior en Los guantes mágicos. La cura en cuestión significa cierto despojo progresivo del atolondramiento del debut, en películas como Extraño (de Santiago Loza), Hermanas (de Julia Solomonoff) o la recién estrenada Mientras tanto (de Diego Lerman, donde interpreta a la mucama Eva). Curada, eso sí, sólo de la neurosis obsesiva, la marca rejtmaniana que desfiguró y reconstruyó el cine argentino de una época, pero no de la ira, el estallido, la tendencia a cobrarse alguna víctima. El clímax de violencia, en Mientras tanto (sólo por mencionar un caso), estalla sobre el final y queda a su cargo.

También le corresponde hoy el descubrimiento tardío de la mucama como personaje dramático merecedor de una película, en sintonía con el de Jorge Gaggero en Cama adentro. “Antes las mucamas eran los personajes secundarios, pero son personajes superinteresantes, con la capacidad de ocultar de una manera extraña. Nadie se interesa por esa persona; es un fantasma adentro de la casa. ¿A quién le va a hablar?”. Para encarar una de las historias de la trama coral de Mientras tanto (parejas en distintos estadios de la relación amorosa), se impuso trascender al estereotipo: ni sumisa ni sacada. “Evitaría el sí señora, sí señora, que me costó horrores en un momento de la película, cuando lo tuve que usar porque en un momento me pareció que estaba bien hablarle de esa manera. Eva no les tiene ningún respeto ni miedo a sus patronas. Es algo circunstancial que esté ahí, no les tiene ningún temor. Intenté ahondar en cuál sería su mundo, en eso que uno imagina sobre la mucama que trabaja en su casa, o cuando las ve trabajar en las casas de otros”. Su experiencia personal como señora ayudó a elaborar algunas conclusiones: “A veces una quiere saber algunas cosas, y la otra persona no quiere contarlas. Es como si dijeran: podés preguntarme más o menos pero yo te digo hasta donde quiero. Es como un trabajo con un límite impuesto que puede venir de la señora o de la misma empleada”.

Mondo Rejtman es hoy el registro hegemónico, diseminado en el habla cansina de las criaturas de Juan Villegas, Celina Murga, Ezequiel Acuña y, por qué no, Diego Lerman. Pero allá lejos y hace tiempo, durante la fundación, Valeria Bertuccelli transgredió la pautas de la no actuación que acataron sus compañeros, los músicos (Vicentico, su marido; Rosario Bléfari...). Quedan pocos rastros de esa Bertuccelli sobreexcitada aunque con estilo, de la loquita de Verdad/consecuencia, de la sacada de las Hermanas Nervio (su dúo de los ‘80 junto a Vanesa Weimberg). Pero sigue intacta su capacidad de desarmar a una criatura para reconstruirla a su modo. Parece la herramienta más eficaz para oponerse a las reglas de una industria para masas, o a los vicios de una escena para hacer llorar. Ella, que abarcó el amplio espectro de la emotividad que va del austero Rejtman al melodrama de Juan José Campanella, enfrenta los dos extremos con igual dignidad.

–Tomemos la escena del bote de Luna de Avellaneda (Campanella), por ejemplo: la única manera en que me puede salir es si me siento cómoda. Y si no, empiezo a hacer algo raro para desdibujarme, desarmarme, que es lo que pasa ahí. Lo melodramático siempre va acompañado o definido por los tonos, las pausas que elige el actor. Lo que dice esa escena es una pavada total, pero yo intento pensar en el estado en que está esa persona para vivirlo. En cambio, al espectador le da vergüenza ajena cuando el actor impone ciertas pausas de más.

Cuenta Valeria Bertuccelli que cuando leyó el guión de Mientras tanto, encontró situaciones, diálogos, maneras de hablar del absurdo que reconoció como ya actuadas, tal vez en una de Rejtman. “Pero las de Martín me parecen más sórdidas, más melancólicas o decididamente graciosas. Diego no le tiene temor al registro poético. Me gusta que alguien no tenga temor a ponerle una música a algo, a que uno llore”. Haciendo un recorrido por su filmografía, siempre es implacable con lo que le toca, aunque con una complacencia especial con los comienzos, cuando el hecho de “estar aprendiendo” redimía... “Hay como un chiste entre nosotros y es que ahora hace falta una de Rejtman sobre los ’40 (después de Silvia... y Los guantes mágicos). Silvia... era como en clave de historieta; en Los guantes mágicos estábamos más grandes y actuábamos. Antes hablábamos como en cuadritos”. Aunque reacia al teatro (no por reticencia vocacional sino por el rechazo a la rutina horaria) y a la TV, se la recuerda en aparición descollante en un capítulo reciente de Mujeres asesinas (en 2005), donde el asesinato de sus dos hijos era más un intento desesperado de salvarlos de sí misma que un desborde de agresión.

–Me gustó hacer ese capítulo de Mujeres asesinas. Yo entendí que esa mujer era alguien que lo hizo para cuidarlos de ella misma. Que se consideraba tan monstruosa como para creer que la única manera que tenía de salvarlos era matando. Pero en otros capítulos, la protagonista se lo coge y después lo mata; me parece más superficial: si es religiosa, está llena de estampitas. Pero, ¿cuánto tiempo tengo para mostrar qué es lo que le ocurre? No hay. Entonces me deprimo un poco y no me dan ganas de hacerlo.

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