CINE › PABLO TRAPERO, LAS IDEAS Y EL LENGUAJE DE “NACIDO Y CRIADO”, SU NUEVA PELICULA, EN COMPETENCIA EN ROMA
El nuevo film del realizador de Mundo Grúa, El bonaerense y Familia rodante busca un registro plenamente dramático. Y admite que el paso del tiempo tiene sus influencia: “Empecé a construir mi propia familia, empecé a ser papá, y nunca vuelve a ser igual. Empecé a pensar qué pasaría si a mi familia le pasaba algo, y bueno, hice una película con esto”, dice.
› Por Mariano Blejman
“Concentrate en la sensación de tus labios”, le pide el fotógrafo de una revista de modas a Pablo Trapero después de insistir en que ponga “cara de nada”. Extraña e incómoda situación le acontece al director de Mundo Grúa, El bonaerense y Familia rodante ante el flamante estreno de su cuarto largometraje, Nacido y criado, que se estrenará el jueves 26, después de su paso por la competencia oficial del festival de Roma que comenzó ayer. Entre la comodidad en la que se siente él como pope del “nuevo” (y ya viejo) cine argentino, y lo que eso ha implicado, en algún punto: el de ser una figura más o menos conocida también para las revistas del “corazón”. Pero su cine no va por ese camino. Su carrera a esta altura ya no es la de un principiante: ni aquí ni afuera se lo trata como tal. Tal vez por eso, el propio director cree que es tiempo de recambio y espera con impaciencia la llegada de los nuevos directores “nacidos y criados” durante el menemismo.
Podría decirse que Nacido y criado es acaso su película más lograda estéticamente, aunque apuesta a correrse del género que venía trabajando (algo como “comedia dramática costumbrista”) para encauzarse directamente en el género del drama. Un drama: una pareja feliz cuya gracia se ve interrumpida, y eso deriva en un andar solitario del protagonista del film por una suerte de desierto blanco, frío y patagónico. Es una apuesta fuerte, para quien intenta correrse de lo que “se espera” de Trapero.
–¿Qué aporta a sus anteriores films?
–El ejercicio del drama directo. Si bien las otras películas han tenido corte dramático, en ésta el género es drama. Las otras han sido comedias dramáticas, es un cambio de género. De todos modos, lo que me gusta de la peli –habiéndola visto pocas veces con público– es que a pesar de eso, la gente encuentra espacios para el humor, como una cuestión de descarga, ansiedad o empatía. Viven en un infierno, pero la vida cotidiana tiene que avanzar. Es un contrapunto entre tipos desalmados, pero él mismo disfruta de ese contexto de catástrofe.
–¿Por qué le interesaba rodar en la Patagonia?
–Nacido... surgió mientras buscaba las locaciones de Mundo Grúa, cuando me encontraba en situaciones en recónditos aeropuertos patagónicos. Pero no me interesaban tanto los lugares geográficos, sino esos lugares del tipo del pequeño aeropuerto perdido entre los bosques patagónicos. Me gustaba mucho la rutina del aeropuerto. Un lugar que no sabés bien a qué van los tipos, como fui yo cuando buscaba lugares para Mundo Grúa.
–¿Pero la idea del guión cuándo surgió?
–Empecé a construir mi propia familia, empecé a ser papá. Cuando mi hijo Mateo tenía una semana, lo movía para ver si respiraba, y el médico me decía “no te preocupes, es normal”. A los padres les agarran estas paranoias. Nunca vuelve a ser igual. Empecé a pensar qué pasaría si a mi familia le pasaba algo, y bueno, hice una película con esto.
–Filmó muy rápido.
–Son pulsiones. Más allá de la parte técnica, responde a un estado de ánimo. Trabajo con emociones. El guión lo escribí el año pasado, meses antes de armar la peli. Empecé a trabajar cuando viajamos a Cannes, cuando nos encontramos con unos productores. En agosto estaba filmando. Terminé hace un par de meses. Había viajado para el sur y descubrí esta idea del desierto helado. Empecé a unir las puntas, y fue un proceso en paralelo: iba escribiendo, buscando locaciones, hablando con los productores, y buscando el casting. Muchas escenas las escribí pensando en locaciones reales, sabiendo qué personaje iba a hacerlo.
–Parece haber menos trabajo de improvisación...
–La improvisación es un tema muy amplio. En realidad nunca se improvisa, sé dónde está la cámara, sé cómo voy a filmar, demanda un trabajo de producción. No fue diferente a otras películas. El espacio es muy acotado, tiene que ver con líneas de diálogo: cuando un actor empieza a sentirse incómodo, hay que improvisar una situación para que se sienta cómodo. O, si se siente demasiado cómodo, sacarlo de la situación donde está. Para mí, la improvisación es una herramienta para usar en distintos momentos. Lo distinto acá es que hay más planos secuencia. En otras pelis a lo mejor quedaban planos más cortos y aquí quedaron completos. Cada película tiene lenguajes distintos, ésta es más parecida a El Bonaerense. Pero Familia rodante era una peli recontra fragmentada, había un nivel de planificación que era abu... era tremendo.
–¿Aburrido?
–...era demasiada planificación. Y cuando lo ves parece una camarita suelta en la ruta. En este caso es lo contrario, un equipo mucho más reducido, una situación geográfica más hostil. Si bien en el norte hacía calor, acá caía un frío que entraba en los huesos. Si acá éramos 30, en Familia rodante eramos 70. Esta era una forma de construcción distinta.
–¿El tipo de plano tiene que ver con el paisaje?
–Más que con el paisaje con el tema, con el estado de ánimo del protagonista Santiago, que puede tener cosas en común con El bonaerense.
–¿Cómo fue dirigir a Martina Guzmán, su mujer y productora ejecutiva del film?
–Buenísimo. Ella es más actriz que productora, es actriz desde los siete años. Y en Buenos Aires como en el sur, hicimos el casting con los actores que estaban decididos. Cuando buscábamos a Santiago, Martina participaba; lo mismo con Esquerro, probábamos con el posible Santiago. Nos concentramos mucho en la búsqueda de los personajes. Los únicos que estaban de antes eran Martina y Federico Esquerro.
–Hay una permanente sensación de angustia, incluso al comienzo donde parece que no pasa nada. Es una película casi de psicoanálisis.
–En alguna forma nosotros decíamos que era una especie de western psicológico, de western y desgarro.
–¿En vez de ir al psicólogo hace películas?
–Es como exorcizar los miedos. Hay cosas que se hacen más visibles que otras. Aquí hay un temor universal entre cualquier persona que transite la edad de Santiago, pero siempre hay temores, ansiedades y fantasías.
–Y en el medio de todo, la soledad de un cacique.
–Está todo mal en ese mundo, pero tampoco se puede vivir así. Hay muchos personajes, como los jefes de ese aeropuerto. Cuando uno llega a estos lugares tiene la fantasía de decir “qué bueno vivir acá”, es una fantasía cercana. Pero cuando estás ahí, la gente no cuenta por qué está, si se vino escapando de qué cosa. Y por eso es Nacido y criado, el “nyc” como una cosa romántica. Nadie es nacido y criado en la Patagonia, pero Santiago lo es porque inventa su vida de vuelta. La idea de esta cuestión es “¿por qué?”: los lugares son hermosos; sin embargo, ese contraste, es ¿qué onda? Uno dice qué lindo la nieve, pero el pasado está muy presente. El pasado es muy importante en esta película, la idea de desaparición es muy importante. Algo que tristemente conocemos en este país, ¿quién y dónde está?, ¿y qué pasó? Este fantasma de la desaparición, y ¿cómo hacés al día siguiente?, ¿y al mes? ¿y cuando pasan los años? Este país está atravesado por esas pérdidas, desde su constitución, históricamente hay una noción de desaparición. Hay civilizaciones que no están más. Todos entendemos este sentimiento, más allá de lo personal.
–Cinematográficamente, ¿hacia dónde está evolucionando?
–Por empezar, hay una obsesión con la imagen. Si bien en otras pelis hay mucho diálogo, un ejercicio que hago es dejar la peli muda, y ver qué se entiende. Cuando hago ese ejercicio, cuando veo que funciona sin los diálogos, la peli tiene que estar narrada en imágenes. No está informando cosas. En Familia rodante siempre se hablaba de algo distinto a lo que estaba pasando en imágenes, incluso cuando el tipo se quiere levantar a la mujer del otro, hablaba de cualquier boludez.
–Podría ser algo así como esas tapas de diario donde el título dice algo y la foto dice otra cosa.
–(Risas)... trato de buscar ambos niveles.
–Desde el punto de vista discursivo, Mundo Grúa y El bonaerense surgen en un contexto político social más caliente. ¿Y aquí?
–La realidad de los personajes tiene muchos universos, un universo privado y otro por la condición social. El universo del Rulo (Luis Margani) en Mundo Grúa estaba porque la situación política y social era más protagonista. Y también en El bonaerense, pero me interesan esas dos lecturas. La cinematográfica y la dramática. Lo mismo pasa en Familia rodante, podía ver una radiografía. Un análisis sobre determinada parte de la sociedad argentina, lo mismo creo que pasa con Nacido y criado. Son dos universos opuestos en la misma persona, donde también se puede ver dónde están. Es loco que haya dos películas sobre aeropuertos caóticos en este momento. Pero El bonaerense no era “la bonaerense”, el contexto era enorme. Y esta empresa entre lo que presenta y lo que muestra es difuso. Acá hay un mundo íntimo, personal, e intangible. Pero también pretendo hacer películas de muchas clases, no me interesa que se espere de mí siempre lo mismo.
–¿No cree que cambió el contexto?
–Sí... pero Argentina tiene los mismos problemas y otros nuevos. No creo que se vea por ese lado. La realidad que hay en la Argentina nos permite un espacio de inspiración infinito en relación a esas cosas. Todo es muy contrastante y absurdo.
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